El deporte es superación, esfuerzo… ¡Zarandajas! El deporte puede ser sucio, muy sucio. Pero no se equivoquen, no lo digo yo. Lo dijeron un puñado de guionistas y directores de cine que facturaron películas en las que la violencia, la apología del dopaje y del juego más sucio que uno pueda imaginar, fueron su signo de distinción.
Les invitamos a que disfruten de esta galería formada por las nueve películas que ningún hooligan que se precie debería perderse.
Más dura será la caída (1954)
El boxeo es sin duda el deporte más cinematográfico que existe. Pero probablemente no haya un alegato antipugilístico más terrible que esta película que, además, fue el último filme protagonizado por el gran Humphrey Bogart. El actor interpreta a un periodista que sigue la carrera de una nueva estrella del ring, un gigantesco púgil mexicano apodado Toro. No hay rival que se resista a sus derechazos. Pero, en realidad, Toro es un auténtico paquete cuyos combates han sido amañados (sin que él lo sepa) por un gangster interpretado por Rod Steiger. Con el título ya en su poder, Toro tiene que enfrentarse al nuevo aspirante y ahí es donde los acontecimientos se tornan de forma dramática. Los gangsters dejan de apoyar a Toro y apuestan por su rival. Esa era la jugada que estaban buscando, ya que saben que el público apostará masivamente por el mexicano mientras que ellos se forrarán haciéndolo por el contrario. Este combate no está amañado y Toro es brutalmente masacrado sobre el ring. El personaje de Bogart escribirá entonces un durísimo artículo en el que entre otras cosas dirá: «Este mundo no podrá llamarse civilizado hasta que se prohíba de una vez por todas esa salvajada llamada boxeo».
The longest yard (1974)
En el cine de los años setenta los «héroes» eran bastante especialitos. La expresión «brutos, sucios y malos» serviría para definirlos. Como al protagonista de esta película del maestro Robert Aldrich, interpretado por Burt Reynolds. Se trata de un antiguo campeón del fútbol americano adicto al alcohol y las drogas, que tras pegarle una paliza a su amante (vamos, el chico es una joya), acaba en una prisión estatal. Y allí le toca entrenar a un equipo de reclusos para enfrentarse a otro formado por los carceleros. Y si el fúlbol americano es de por sí un deporte bastante bestia, no digamos ya si los dos equipos contendientes tienen cuestiones personales entre ellos. Y efectivamente, presos y guardianes utilizan el partido como vía para zanjar sus cuentas pendientes. ¿Es necesario decir que el encuentro acaba alcanzando unas cotas de brutalidad dificilmente soportables? Lo gracioso es que al final, entre tanta espalda quebrada, espinillas rotas y genitales machacados a patadas, acaban surgiendo algunas cuantas amistades entre ambos bandos. Si es que, aunque sean unos bestias, en el fondo tienen su corazoncito.
El miedo del portero ante el penalti (1972)
El protagonista de este filme de Wim Wenders es un personaje de una frialdad extrema. Vive en un entorno urbano completamente hostil, en un barrio suburbial en el que contempla sin inmutarse todo tipo de sufrimientos y actos violentos. No se conmueve, ni siquiera tiene miedo… Bueno sí que lo tiene, pero a algo totalmente ajeno a ese ambiente. El hombre es portero de un modesto equipo de fútbol y toda su angustia se desata en esos breves instantes en los que tiene que prepararse para detener un penalti. Y les aseguro que lo que el hombre siente en esos momentos es auténtico pánico.
El castañazo (1977)
Paul Newman es el capitán de los Chieffs, el peor equipo de hockey sobre hielo de todos los tiempos. Son tan malos que no va a verles nadie, ni aunque regalen las entradas. Y, lógicamente, sus propietarios están pensando en disolverlo cuando finalice la temporada. Pero el milagro llegará para ellos de la forma más inesperada: con el fichaje de tres jugadores muy peculiares. Tres hermanos mellizos y oligofrénicos, que juegan con trenes eléctricos y no saben ni hacer la O con un canuto, pero que tienen un especial talento para el juego duro. Vamos, que cuando un jugador del equipo rival se les pone por delante, le parten directamente la crisma con el stick. Poco a poco, todos los miembros del equipo se van contagiando de ese espíritu ultraviolento y convierten la pista de hielo en un auténtico campo de batalla. De esa forma, gracias al uso de la violencia más desatada, los Chieffs se convierten en las estrellas de la temporada. Pero claro, sus rivales empiezan a usar las mismas tácticas duras y los partidos son cada vez más sangrientos… Cabezas partidas, dientes arrancados, mandíbulas machacadas, rostros sanguinolentos… El castañazo es una comedia negra y cafre y un espectáculo sangriento-deportivo que hoy, en estos tiempos de corrección política, no habría podido rodarse.
El último boy scout (1992)
La escena con la que arranca esta película es tan alucinante que resulta imposible olvidarla por muchos años que pasen. Un partido de fútbol americano. La estrella local, agobiada por las presiones y con el cuerpo cargado con todo tipo de narcóticos para combatir el dolor de las lesiones, juega el partido crucial de la temporada, del que depende su renovación. Las cosas le están saliendo tan mal que en un momento determinado exclama: «A la mierda con todo». Agarra el balón, corre hacia la portería contraria, y cuando llega frente a la lína de defensas… ¡saca una pistola y se los carga a todos a tiros! Marca el gol y luego se vuela la tapa de los sesos de un disparo. Lo dicho, alucinante… Y así comienza esta entretenidísima película de acción en la que Bruce Willis es un detective privado de mala muerte y Damon Wayans una antigua estrella del fútbol adicta a los anabolizantes, que tienen que unir sus fuerzas para investigar los chanchullos de la SuperBowl.
Rollerball (1975)
Viajamos hasta el año 2018. En un futuro distópico en el que entre otras cosas ya no existen los libros de papel, pues todos han sido digitalizados (¡el ebook vaticinado con treinta años de antelación!), el deporte estrella es el Rollerball, que se juega sobre patines y en el que los miembros de los equipos tienen que marcar goles con una bola de acero. Todo está pemitido sobre la pista, desde golpear al contrario con un guante con pinchos, hasta romperle la nuca… y cada partido se salda con varios muertos. Los encuentros se van volviendo cada vez más salvajes hasta llegar a la gran final que se convierte en una auténtica carnicería en la que solo habrá un superviviente. Y el público gritando enfervorecido… Vamos, el concepto de pan y circo de los antiguos romanos en clave de ciencia ficción. Les reocmiendo encarecidamente esta película, pero, por favor, no se confundan con el lamentable remake de idéntico título que se rodó en el año 2000. Aunque ahora que lo pienso, ver ambos filmes y compararlos puede servir para calibrar como a partir de una misma historia se puede rodar una pequeña obra maestra y una auténtica bazofia.
Kansas City Bomber (1972)
¿Quién ha dicho que las mujeres no pueden ser tan salvajes como los hombres? Porque las chicas de esta peli son un pelín brutas. Raquel Welch interpreta a la estrella de un equipo de roller, un deporte de contacto sobre patines que disputan equipos femeninos. Para ver a un puñado de tías zurrarse de lo lindo, esta es la película. Porque la Welch y sus chicas son cualquier cosa menos sutiles a la hora de salir a la pista y sus partidos acaban convertidos en auténticas peleas de gatas.
La soledad del corredor de fondo (1962)
Dicen que en el deporte lo importante no es ganar, sino participar. Pero en esta joya del free cinema británico de los 60, lo verdaderamente importante es perder. Y si siguen leyendo me entenderán… Colin (Tom Courtenay) es un joven de los suburbios de Londres que tras cometer un hurto es enviado a una escuela para chicos problemáticos. Allí, gracias a sus excepcionales dotes para el atletismo se convierte en un alumno privilegiado para las autoridades del centro. Y en un momento determinado es elegido para representar a su colegio en una carrera estatal. Colin lo da todo en la maratón, pero conforme se va acercando a la meta se da cuenta de que en el fondo está siendo utilizado por el sistema, en que se ha convertido en una marioneta. Por eso, cuando ya está a punto de ganar, se para en seco y deja que un rival atraviese la línea de meta en primer lugar. Todo para tocarle las narices al sistema. Lo dicho, la autoderrota como arma de rebeldía social.
La carrera de la muerte del año 2000 (1975)
¿Te aburre la Fórmula 1? ¿Te quedas dormido viendo a Fernando Alonso rodando sobre la pista? ¿Necesitas emociones más fuertes? Pues aquí tenemos la carrera ideal para ti… Rodada en 1975 cuando el 2000 aún quedaba lejos (ahora también nos queda lejano, pero en sentido inverso), esta película se centra en una peculiar carrera de coches. Ocho vehículos recorren los Estados Unidos de punta a punta en una carrera en la que todo vale, es más, en la que se anima a realizar todo tipo de brutalidades. Atropellar peatones suma puntos en el marcador de los corredores y cuanto más desvalido sea el peatón, más puntúa. En fin… no busquen en esta película lecciones de moralidad. Es una especie de versión de los Autos Locos, pero en clave gore y cafre. La protagoniza David Carradine que interpreta al corredor estrella, un tipo llamado Frankenstein, ya que su cuerpo está reconstruído pedazo a pedazo a causa de tantos accidentes como ha sufrido. Contra él compiten siete gañanes y gañanas entre los que destaca el villano de la función interpretado ni más ni menos que por Sylvester Stallone en los inicios de su carrera. Producida por el mítico Roger Corman y dirigida por Paul Bartell, que en los ochenta se convertiría en uno de los popes del cine independiente, La carrera de la muerte… es una pequeña joya cargada de humor negro y un filme que nunca se toma en serio a sí mismo. ¿Cine de derribo? Si, pero jocoso y disfrutable.