Se comprende que, viniendo de Oriente, los Reyes Magos no quisieran viajar más cargados. Pero hombre, para una vez en la historia que nace el hijo de Dios (de algunos), se estiraron menos que el portero de un futbolín. Después de aquello del oro, el incienso y la mirra, los demás monarcas y mandatarios de la historia se han empeñado en dejar por roñas a Melchor y compañía, haciendo unos regalos impresionantes. Incluso de muerte, como el Taj Mahal. Este complejo de edificios fúnebres se abrió a los ojos de occidente en 1663 gracias al explorador francés François Bernier: “Chah-Jehan [así transcribió el nombre del emperador mogol Sha Jahan] levantó el otro [mausoleo], de extraordinaria y celebrada belleza, en memoria de su esposa Tage Mehale, de quien se dice que su esposo estaba tan enamorado que le fue fiel toda su vida y a su muerte quedó tan afectado que no tardó mucho en seguirla a la tumba”.
El hombre puso en el empeño, además de lágrimas, el esfuerzo de 22.000 obreros y más de 1.000 elefantes que trabajaron durante 22 años (1631-1653) para transportar y armar el juego de mármoles blancos y piedras preciosas traídos de Bagdad, China, Afganistán, Tíbet, Egipto, Persia, Yemen, Rusia y Ceilán. Y quedó para la posteridad como un “mangas verdes” por este regalo post mórtem, cuando en realidad ya había mostrado su entrega en vida de su esposa favorita regalándole los jardines de Shalimar, en Lahore.
Y si la leyenda es cierta, lord William Bentinck, gobernador de la India, estuvo a punto de acabar con tal joya para convertirla en mármol con que comerciar. A?lo mejor fue para costear los gastos en los que su reina Victoria pudo incurrir regalando a su nieto Wilhelm el Kilimanjaro.
Porque las reinas de Inglaterra siempre han sido muy dadivosas. No hace ni diez años que Isabel II, anglicana donde las haya, no tuvo empacho en obsequiar a Juan Pablo II (la competencia, vaya) con 50 bocetos de Canaletto de su colección personal. Por si el Vaticano no tenía ya tesoros suficientes.
Cleopatra era el obsequio
Pero para presentes de amor, y amor por los presentes, ningunos como los que rodearon los amores de Cleopatra. La hija de Ptolomeo Dioniso, rey de Egipto, heredó la corona de su padre al alimón con su pequeño hermano Ptolomeo XII. Pero ella quiso sentarse sola en el trono, así que en 48 a. C. decidió atraerse el favor de los ejércitos de Julio César. Hizo envolver su cuerpo sensual en un tapiz, y el telón fue enviado como regalo al general romano, después de burlar varios controles militares.
Y claro, Julio César no solamente aceptó gustoso el presente, sino que lo tomó como suyo en el sentido bíblico. Después de darle un hijo, el estratega volvió a Roma para incorporarse al triunvirato que completaban César Octavio y Marco Antonio. Al morir asesinado César, Marco Antonio requirió el dinero y la ayuda militar de la reina egipcia. Ella acudió engalanada en su ayuda, cosa que un obnubilado Marco Antonio pagó posteriormente con un regalo a escala de mapa: Cirene, Chipre y varias zonas de Asia Menor. Pero debió parecerle cosa poco poética y, ya en plenos amores, mandó que le trajeran también casi toda la biblioteca de Pérgamo (la mayor de la época), para reponer la de Alejandría, quemada por accidente, según parece, por Julio César.
Lo de regalar territorios no era nuevo, y continuó con más fervor en la Edad Media, a modo de dote o de pago de favores. Es el caso de Molina de Aragón (hoy en Guadalajara), que pasó a Castilla por tal método. Al propio virrey Cristóbal Colón le gustó tanto la técnica de agasajo que le regaló a su amigo Michele da Cuneo una pequeña isla caribeña que el propietario bautizó como La Sanovesa, en honor a Sanova, su localidad genovesa natal.
No quieras ser presidente de EEUU
Vale la pena saltar abruptamente hasta el siglo XX para contar las hazañas de otro de los reyes de la historia: el del rock and roll. Resulta que Elvis envió una carta en 1970 al presidente Nixon (recientemente desclasificada) en la que solicitaba ser nombrado agente especial antidrogas, después de haber realizado “un profundo estudio sobre el abuso de las drogas” (y tanto: murió de sobredosis). El presidente acabó accediendo al disparate, y el de Tupelo quiso agradecérselo entregándole un revólver Colt del calibre 45, que había sido de Nathan Bedford Forrest, nada menos que el general confederado que fundó el Ku Klux Klan.
Pero claro, es lo que tiene ser presidente de un país tan peculiar.
En 2004, la Casa Blanca hizo recuento de los presentes que había recibido Bush en lo que llevaba en el poder, y la palma se la llevaron tres lotes. Uno con?seis frascos de fertilizante enviados por Abdalá de Jordania. Otro, un lote de 12 botellas de vino por valor de 144.000 euros de parte del presidente de Georgia (bien, Bush es ex alcohólico). Y lo mejor, de manos de Chirac, en pleno inicio de la invasión de Irak: un ejemplar en francés de la edición de 1850 de La democracia en América (de Tocqueville). Con las de Caín, porque el galo sabe que su colega no habla francés ni siquiera en la intimidad.
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