Los vapores del formol y del desinfectante flotan entre los paneles fluorescentes, y el difunto, expuesto sobre el mortuorio acero inoxidable de la mesa de autopsias. Mientras los fluidos bajan por oscuros conductos, las manos de la médico forense Beatriz Macarulla recopilan las muestras que ayudarán a explicar el enigma de su muerte: sangre, tejidos de órganos, contenido gástrico, proyectiles. La mascarilla contiene el olor. Sus ojos, protegidos por unas amplias gafas, rebuscan la última pista que el cuerpo dará antes de descansar bajo tierra o de ser reducido a ceniza.

Por suerte, cuenta con el apoyo de numerosas especialidades forenses que avanzan en el empeño de alejar la expectativa de la muerte sin explicación. Su “interrogatorio” con los fallecidos pretende aclarar si una muerte es natural o no, si ha habido delito, cuál ha sido la causa, el momento, el lugar. “Lo más complicado es datar la muerte de un cadáver, y es muy importante para comprobar las coartadas”, razona Macarulla en su despacho de los juzgados de Fuenlabrada, en Madrid. La causa también es un interrogante difícil, “sobre todo en los casos en los que el cuerpo ha quedado calcinado o cuando presenta un estado de putrefacción avanzado”. Veamos cómo lo hacen.

Banco de niños desaparecidos

Los restos de 500 individuos completos de entre 0 y 6 años componen la colección antropológica de niños más grande del mundo, almacenada en el sótano de la facultad de Medicina de la Universidad de Granada y dirigida por el Dr. Miguel Botella.

Estos huesos se combinan a la perfección gracias a las tecnologías modernas, para identificar a los sujetos desconocidos. Cada año llegan aquí entre 250 y 300 casos de todo el mundo: Miguel Botella, pasa medio año fuera de casa ayudando a dirigir la investigación de los crímenes más peculiares, pesquisas fuera de lo común. Uno de ellos fue en Colombia.

Allí, Botella analizó el cráneo de una persona asesinada a machetazos, y por las micromelladuras que presentaban los huesos fue capaz de determinar que en el asesinato habían participado más de dos personas.

El estudio de diferentes machetes permitió identificar a los autores del crimen al compararlos con las huellas que estos habían dejado en los huesos, y así señalar inequívocamente a los culpables del hecho.

ADN para recuperar los niños robados

Nadie sabe cuántos miles de recién nacidos fueron robados a sus familias en la escalofriante trama que se extendió desde los años 40 del siglo pasado hasta la década de 1990.

Es muy difícil tener un número exacto. Lo que sí se podrá esclarecer es quiénes han formado parte del vergonzoso mercadeo, y solo con el análisis de una muestra de saliva.

“Vamos a establecer un fichero de perfiles de ADN único que permita cruzar los perfiles genéticos que tienen los laboratorios privados a los que han accedido las asociaciones de afectados”, explica la directora del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, Gloria Vallejo.

“Cuando se observe una compatibilidad genética, las personas volverán a donar una muestra biológica, haremos el análisis y comprobaremos que realmente los dos perfiles son compatibles, si es el caso”, lo que permitirá establecer una relación paternofilial segura entre los restos y el demandante.

“Es un servicio que creo que puede aportar unas garantías técnicas y de rigor importantes que nos permitirá cruzar todas las bases de datos que existen ahora mismo en España con datos que, al estar disgregados, difícilmente se van a poder cruzar”, concluye Vallejo.

La sumisión química: el caso del Pekeboy

Los facultativos del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses ayudan a que afloren los temibles delitos de sumisión química, en los que el retorcido delincuente se las ingenia para anular la voluntad de su víctima por medio de alguna sustancia.

La preocupación social se ha alimentado de casos como el del Pekeboy, un hombre detenido la primavera pasada en Madrid, con casi 40 denuncias por agresión sexual: embaucaba a sus víctimas haciéndose pasar por chamán.

Sin embargo, parece que su poder estaba dentro de las botellas que la Policía Científica encontró en su casa: los resultados detectaron escopolamina, un alcaloide que bien pudo haber anulado su voluntad.

“Por protocolo, analizamos en profundidad todas las muestras que nos remiten los médicos forenses en los casos de agresión sexual o sumisión química, para detectar todas las sustancias que pudieran ser utilizadas”, advierte la jefa del Servicio de Química en Madrid, Ana Martín Castillo.

Pero las  concentraciones son bajas y no persisten en la sangre ni en la orina más de 30 o 40 horas, en el mejor de los casos. Por eso, el Instituto utiliza desde 2010 un equipo hasta 1.000 veces más sensible que los anteriores. En algunos casos basta con un nanogramo por mililitro para buscar hasta 30 moléculas a la vez.

El marcador revelador

El análisis de una colilla hallada en el escenario de un robo en Las Palmas fue suficiente para relacionar al portero de la finca con el homicidio de una camarera violada y estrangulada 16 años atrás.

Gracias al banco de datos que el Ministerio de Interior inauguró en 2008, la Policía accedió a su huella genética, guardada entre las de miles de sospechosos de delitos como homicidios, agresiones sexuales y robos con violencia. Esta base emplea el sistema CODIS, creado por el FBI, y es la mejor herramienta para cerrar casos que no se resolvieron en su día.

Los perfiles genéticos se basan en ciertas regiones del ADN que varían mucho de una persona a otra. Su capacidad de individualizarlas no solo sitúa a los culpables en el lugar del crimen, sino que también exonera a algunas personas que han sido injustamente encarceladas.

Por ejemplo, a finales del año pasado, más de 300 personas habían salido de la cárcel en Estados Unidos gracias al Proyecto Inocencia, que comenzó en 1992 y ha sacado a 18 personas del corredor de la muerte.

Insectos: vida después de la muerte

Los primeros olores de descomposición de un cadáver atraen primero a las moscas necrófagas. Los insectos saprófagos se unen al funesto banquete y las generaciones jóvenes de los que llegaron primero se convierten en las presas de otros depredadores. Finalmente, los coleópteros, o escarabajos, dan cuenta de los últimos restos.

“Con los insectos que se capturan en el cadáver y en su entorno tienes que analizar cuánto tiempo lleva el espécimen más antiguo para estimar la data de la muerte”, explica la especialista en Entomología Forense de la Policía Científica. Pero el entorno “varía con las condiciones meteorológicas, con el tipo de suelo, las condiciones de inhumación, la ropa…” y un largo etcétera. En su laboratorio hacen un estudio retrospectivo de la temperatura del lugar donde se encuentra un cadáver y crían las muestras de los insectos vivos en fase juvenil que les llegan de los casos de toda España. El conocimiento de los ciclos biológicos de las especies y la condiciones de desarrollo les permite establecer un intervalo de tiempo en el que se produjo la muerte.

Aunque los insectos no siempre son los únicos protagonistas. Por ejemplo, cuando les llegaron las muestras del cuerpo y la ropa de la tristemente conocida Mari Luz Cortés, se toparon con unos crustáceos de agua salobre endémicos de la ría onubense donde fue encontrada.

Los datos obtenidos de este modo son clave en las investigaciones forenses, y su colección es un testigo de los continuos cambios en las especies. “Algunas de ellas estaban restringidas al norte de Europa y empiezan a introducirse en el sur, y han llegado a nuestra ecozona porque viajan con nosotros, vía contaminación alimentaria”, reflexiona la
entomóloga.

¿De quién es este cráneo?

En 2007, la policía encontró el cadáver de una mujer que había estado un año en un maletero. Lo primero que hizo el equipo fue limpiar todo lo que no eran huesos; una olla con agua hirviendo es suficiente. Después usaron su método para determinar dos datos claves: “Con un fragmento de hueso de poco más de 3 centímetros se puede saber el sexo y la edad con un 90% de validez, que es la mínima que damos a nuestro trabajo”, explica el director del laboratorio, Miguel Botella.

La clave está en tomar multitud de medidas de los huesos de individuos de sexo y edad conocidos, con las que diseñan fórmulas estadísticas que resuelven las incógnitas. Una vez conocido el sexo, la edad y la talla, junto a pistas como una antigua lesión, la autoridad aporta imágenes de los desaparecidos que se ajustan al perfil.

Inspirado en la industria automovilística, que emplea imágenes en 3D para comparar piezas, Botella aplicó un escáner 3D de alta resolución por primera vez en España para comparar un cráneo con una fotografía. La idea era recrear la calavera por ordenador y colocar la malla de millones de nodos que se obtienen sobre la imagen de los desaparecidos. Se superponen decenas de puntos clave y, si coinciden, el cráneo ya tiene dueño.

El laboratorio de Botella identificó correctamente a la mujer. Ahora trabaja para evitar que nuevos casos similares tengan que llegar hasta ellos. “Pretendemos elaborar un software para que lo puedan emplear en todos los centros de policía científica y policía judicial”. concluye el experto.