Álex Sola (uno de los ganadores del Concurso Quo 200) puede jactarse de ser la persona más joven en encontrar un bosón de Higgs. Lo hizo mientras visitábamos las instalaciones del CERN, invitados por Swiss y Turismo de Suiza y Ginebra. Vale, está bien, fue en un juego destinado a ver si había comprendido cómo los científicos detectan esta esquiva partícula, pero Álex la señaló sin dudar en la pantalla, y nosotros nos quedamos con eso. Y con mucho más.
Este joven estudiante de ciencias políticas confesó, al iniciar el viaje, que tenía miedo de no enterarse de los entresijos del mayor laboratorio experimental del mundo. Pero al finalizar la gira no dudaba en hacer preguntas a los científicos y demostrar una comprensión que quizá le hará cambiar de carrera.
Una de las primeras áreas que pudimos visitar fue la de puesta a punto de los imanes que dirigen la trayectoria de las partículas antes de la colisión. La energía que se acumula en ellos es igual a la producida por 2.000 coches a 100 km/h, nos contaba Luca Fiorini, del experimento ATLAS. Luego, recorrimos la sala de control general, donde Álex se atrevió a tocar la llave que apaga todo el LHC, y hasta se fotografió con algunas de las decenas de botellas de champán con que los científicos celebran los hitos del CERN y que decoran todo el perímetro de la sala.
Una de las características que más le llamó la atención a Álex fue la precisión necesaria para crear el túnel de 27 kilómetros que comprende el CERN. Los ingenieros necesitaron tener en cuenta factores como las mareas del vecino lago Ginebra y el hecho de que, al encogerse por el frío del nitrógeno líquido utilizado en los imanes, su extensión se reduce unos 80 metros.
Pero indudablemente, lo que más le gustó fue ver dónde se inician los 600 millones de colisiones por segundo que produce este centro de investigación: una pequeña botellita roja, de apenas medio litro, llena de hidrógeno, de la que salen los protones. El año que viene, cuando el CERN abra sus secretos más íntimos al público y sea posible descender hasta los detectores (enterrados a 200 metros bajo tierra y vetados para los visitantes cuando están activos), Álex prometió volver y contarnos su experiencia.
Pero como no todo iba a ser ciencia pura, también recorrimos Ginebra e hicimos una parada en la sede de Naciones Unidas, para rendir homenaje a su futuro político. Como premio final y para darle mayor categoría al viaje, nuestro regreso fue en Business Class. Claro, que Álex ya volaba más alto y más deprisa… casi a la velocidad de la luz.