Todo actor o actriz tiene en su currículum algún papel que preferiría no haber interpretado.
Y ni los mosntruos sagrados como Marlon Brando o Bette Davis se libran de semejante maldición.
¿Cómo? ¿Qué no se lo creen?
Pues pasen y vean… lo peor de los mejores.
Humphrey Bogart en… Oklahoma Kid
Ser un gran actor no significa servir para todo tipo de papeles. Por ejemplo, Gary Cooper estaba insuperable en filmes como Beau Geste, Solo ante el peligro o Juan Nadie, pero en principio no parece la elección más adecuada para hacer un Hamlet. Y algo similar le sucedía a Humphrey Bogart.
Dentro del cine negro fue uno de los mejores actores. Aunque también es verdad que hizo buenos papeles fuera del mismo. Ahí está sin ir más lejos su maravillosa interpretación en La reina de África. Pero lo que queda claro es el western no era lo suyo.
Y si no se lo creen miren la foto y díganme que no están ante uno de los pistoleros más ridículos de la historia del cine. El problema sin duda es de envergadura física, ya que Bogart resulta demasiado bajito y escuchimizado para parecer un cowboy con cierta prestancia.
Lo cual no deja de ser paradójico, ya que con traje de chaqueta y un colt 45 automático en la mano podía ser uno de los gangsters más creíbles de la historia del cine, pero con bigotillo, sombrero de ala ancha y dos colts 38, resultaba un pistolero bastante patético.
Sean Connery en… Zardoz
Pasmado me quedé al ver a Sean Connery vestido con traje de novia. Y más al saber que la imagen pertenecía a una película que yo había visto y de la que no recordaba dicha escena.
Vaya por delante que Zardoz (1974) es una de las películas más bizarras de los años 70. Una extraña fábula de ciencia ficción de argumento casi ininteligible, y en la que Connery luce un look tan hortera como horroroso: vestido con un trkini que ya quisiera Borat, botas de mosquetero y sus escasos cabellos recogidos en una inenarrable coleta.
Pero en un momento determinado de la trama, el actor tenía que aparecer vestido con traje nupcial. Parece ser que se vio tan ridículo en el pase preliminar que obligó al director John Boorman a cortar dicha escena.
Pero el pasado siempre vuelve, sobre todo cuando resulta tan bochornoso como en este caso, y en la reciente edición en DVD del filme, dicha escena ha sido recuperada para goce o espanto (elíjase la opción que se prefiera) del espectador.
Connery siempre ha sido un actor exepcional. Pero dicen que en persona gasta muy malas pulgas. Así que si se lo cruzan no se les ocurra cantarle eso de «blanca y radiante va la novia…», para evitar males mayores.
Marlon Brando en… Candy
Que si… Que ya sabemos que hizo El padrino, Apocalipsis now, La ley del silencio y Un tranvía llamado Deseo. Y que para muchos puede ser el mejor actor de la historia del cine. Pero ni siquiera EL (sí, con mayúsculas) se ha librado de hacer el «chorras» en la gran pantalla.
En el caso de Brando, su engendro particular lleva el título de Candy (1968), y está basado en una novela de Terry Southern (uno de los guionistas más populares de los años 60, autor de los libretos de filmes tan extravagantes como Barbarella o Easy rider), y adapta libremente (demasiado libremente) el Cándido de Voltaire.
En este caso, la Cándida de turno es una apetecible jovencita interpretada por la miss sueca Ewa Aulin, cuya aparente inocencia se desvela como el mayor afordisiaco existente para el sexo masculino.
Para librarse del estigma de mujer objeto, Candy (o Cándida, si lo prefieren), acude buscando ayuda a un gurú hindú, personaje itnerpretado por el gran Brando.
Lo malo es que si la caracterización física (vean la foto y lloren o griten de espanto) ya es para echar a correr y no parar, el desarrollo del personaje es para echarse a temblar.
Brando no sabe muy bien si tomárselo en serio o en broma. Y pasa de la caricatura pura y dura (su aparición, intentando desenredar sus extremidades tras haber estado realizando la postura del loto, le hace parecer una mala parodia de Peter Sellers), a adoptar un trascendentalismo digno de mejor causa, pronunciando frases de la talla de: «Tienes que esforzarte en buscar tu yo místico inmutable».
En fin…
John Wayne en… El conquistador de Mongolia
El caso de Wayne es un poco parecido al de Bogart. El western fue su género ideal. También es cierto que fuera de él logró interpretaciones brillantes (El hombre tranquilo, Primera victoria…), pero a quien se le ocurrió la idea de que el Duke podía dar vida a Gengis Kahn habría que haberle dado el premio al «lumbreras del año».
El conquistador de Mongolia (1956) es un filme de aventuras imposible, en el que Wayne interpreta al caudillo oriental sin resultar creíble en ningún momento. La caracterización física es insuficiente, limitándose a un fino bigotillo y a algo de maquillaje para hacer sus ojos más orientales. Pero es que encima el actor interpreta toda la película como si estuviera en un western. Vamos, que por momentos uno tiene la sensación de que de un momento a otro va a desenfundar el colt y cargarse a tiros a los mongoles rebeldes.
Wayne cosechó las peores críticas de su carrera por este papel. Pero eso no fue lo peor. Fue además durante este rodaje cuando contrajo el cáncer que ya no le abandonaría el resto de su vida y que le hizo pasar por el quirófano en varias ocasiones. La enfermedad fue causada al parecer por las radiaciones, ya que la película se filmó en el desierto de Mojave, en el mismo lugar donde años antes se habían realizado las pruebas de la bomba atómica. Lo cierto es que ya podían haber buscado otra localización.
Hay que decir que Hollywood no aprendió la lección, y años después, en 1964, obligaron a Wayne a hacer el ridículo por segunda vez disfrazándolo de centurión romano en una superproducción sobre la vida de Cristo titulada La historia más grande jamás contada.
No se que pensarán ustedes, pero para mi, esto último roza lo blasfemo.
Joan Crawford en… Trog
Mira que es mala suerte. Tener una carrera plagada de clasicazos se la talla de Johnny Guitar o ¿Qué fue de Baby Jane?, y despedirte de la profesión con un bodrio de este calibre.
Joan Crawford, una de las grandes damas del Hollywood clásico, especializada en interpretar a mujeres de fuerte carácter, se las vio aquí con el peor papel de su carrera. El de una paleontóloga que descubre a un cavernícola congelado que revive inesperadamente.
El susodicho cavernícola es un fulano disfrazado con un traje de felpa lamentable, y la Crawford se pasa toda la película con una cara de pasmo que habla por si sola, como si se estuviera preguntando a sí misma: «¿Pero que hace una actriz como yo metida en una mierda como esta?».
Si al menos el cavernícola hubiera estado interpretado por su compañera/rival Bette Davis, la cosa habría tenido morbo.
Robert Mitchum en.. Super Rocky
Entre los aficionados al cine hay una especie de regla no escrita que dice que: «si en una película sale Robert Mitchum,¡es buena!». Y no le falta razón aunque como todas las reglas, escritas o no, tiene su excepción, y esa excepción es Super Rocky (1980).
Mitchum ha protagonizado obras maestras como La noche del cazador, El Dorado o Yakuza, y ha compartido pantalla con estrellas como John Wayne, Deborah Kerr, Ava Gardner… y… ejem… con Matilda, el canguro boxeador. O cangura, porque se supone que es una hembra.
Super Rocky es un engendro que no se le puede haber ocurrido a una mente normal, protagonizado por un marsupial pugilista, que en realidad es un tío enfundado en un traje de felpa, en la mejor tradición de los monstruos de saldo del cine de serie B.
Como convencieron a Mitchum (y a Elliott Gould, que también sale en el filme), para participar en este despropósito es algo que solo puede explicarse en función del número de ceros que llevase su cheque.
Rrespecto a la película, háganme caso y no se molesten en verla. A menos, claro está, que prefieran que sus neuronas queden K.O para los restos. Avisados están.
Bette Davis en… La bruja de mi madre
Bette Davis murió con las botas puestas. No dejó de actuar mientras le quedó un aliento de vida en su cuerpo. Aunque en 1989, tras rodar un filme tan delicado y entrañable como Las ballenas de agosto, tuvo la mala ocurrencia de aceptar protagonizar esta comedia de serie B dirigida por uno de los reyes del infracine, Larry Cohen.
La película es mala hasta decir basta. Tanto, que la propia Davis abandonó el rodaje a la mitad totalmente indignada, y justificando su espantada con un: «Tengo que cuidar el futuro de mi carrera». ¡Y eso que ya tenía 81 años!
Fue un gesto de dignidad tardía. Tal vez recordaba que unos años antes ya la habían forzado a hacer el ridículo más espantoso en una cosa titulada Bunny O´Hare en la que la sacaban disfrazada de abuela hippy y fumando porros.
Y es que en los 70/80 no respetaban ni a las divas.