Basta una conexión a internet para gobernar tus pensamientos. Nada más. ¿No lo crees? Hace unas semanas, Rajesh Rao, profesor de la Universidad de Washington, se colocó un casco especial conectado a un electroencefalógrafo (EEG) y a Skype. Mediante el EEG los pensamientos de Rao llegaban a su colega Andrea Stocco, a kilómetros de distancia y conectado a un casco que recibía las ondas y estimulaba la región que coordina el movimiento. Cuando el primero pensó en pulsar un botón, el dedo de Stocco se movió y lo pulsó. Es el primer caso de control de la voluntad ajena entre dos cerebros demostrado científicamente. Pero Vladimir Putin, presidente ruso, ya ha anunciado en una entrevista en el Herald Sun que dentro de 10 años contaremos con un arma para doblegar la voluntad. Lo inquietante: que la idea no es nueva.
El primer ser humano que dijo ver su mente gobernada por la tecnología vivió en el siglo XVIII; se trataba de un espía británico, James Tilley Matthews. Según él, los franceses habían descubierto un instrumento de guerra devastador: una corriente de aire que podía trastocar el pensamiento. El Gobierno inglés juzgó imposible semejante hazaña, diagnosticó a Matthews como trastornado mental y lo encerró durante 35 años en el Hospital Mental de Bethlem. Según Vaughan Bell, profesor de psicología de la Universidad de Cardiff, los sintomas de Matthews –relatados por John Haslam, médico del manicomio–son idénticos a los que refieren quienes aseguran haber sido objeto de manipulación de la voluntad.
Un reciente trabajo publicado por Serge Kernbach, del Centro de Investigaciones Robóticas Avanzadas de Stuttgart, señala que el Gobierno ruso se gastó más de 1.000 millones de euros en programas de control mental. El artículo recoge documentos recientemente desclasificados que van desde 1917 a 2003. El propio Kernbach asegura a Quo que “en Rusia hubo entre 200 y 500 investigadores, dependiendo de la época, especializados en el campo del dominio de la mente a distancia por medio de la electricidad”. Uno de ellos fue el fisiólogo ruso Leonid Leonidovich Vasiliev. En un artículo explicó cómo unos electrodos colocados en el cerebro de un paciente le permitieron, por medio de microondas, provocarle deseos de dormir. “Se realizó una prueba con un sujeto en un parque”, señala Leonidovich, “y gracias a esta técnica se consiguió sumirlo en un estado de somnolencia en unos instantes”.
Ataque a la embajada de EEUU
Alentados por estos resultados, en plena Guerra Fría, los rusos dirigieron un constante flujo de microondas en una frecuencia de 2,5 a 4,0 GHz a la oficina del embajador de Estados Unidos en Moscú.
El ardid fue descubierto en 1962 y los estadounidenses llenaron la embajada de monos, para saber qué consecuencias podían traer estas ondas. Al cabo del tiempo, los animales desarrollaron anomalías en la sangre y un número inusual de cromosomas.
Pero para los empleados de la embajada ya era tarde. Un estudio publicado sobre este caso en Environmental Health asegura que el 40% tenía los glóbulos blancos por las nubes; y el embajador, objeto directo del ataque, murió de una enfermedad similar a la leucemia después de padecer terribles dolores de cabeza y sufrir que los ojos le sangraran constantemente.
Ante estos sucesos, la inteligencia estadounidense decidió tomar cartas en el asunto y creó el Proyecto Pandora, cuyo objetivo era sembrar la mente de los enemigos con voces que les dieran órdenes. El plan era utilizar microondas de muy baja frecuencia para ello.
La CIA reclutó al psicólogo Donald Ewen Cameron como líder del proyecto. Este especialista sumía a pacientes en coma durante largos períodos (su récord fueron tres meses), mientras les hacía escuchar cintas con órdenes repetidas una y otra vez. Para la CIA, la prueba de que este método era eficaz fue el desfile de pacientes de Cameron que se paseaban por el gimnasio del hospital recogiendo papeles: el médico les había hecho escuchar, durante semanas, el siguiente mensaje: “Si ves un papel tirado en el suelo, querrás recogerlo”. Gracias a esto, la CIA financió sus experimentos durante 20 años. ¡Ah! Y, por si fuera poco, Cameron llegó a ser presidente de la Asociación Mundial de Psiquiatría.
Otro reconocido científico que trabajó en la CIA fue un español, José Delgado. Este neurofisiólogo malagueño se hizo conocido por la creación de unos pequeños electrodos denominados “estimorreceptores”, que operaban mediante ondas de radio y al insertarse en el cerebro permitían modificar el comportamiento de quien los llevara puestos, aun cuando estuviera a kilómetros de distancia.
Con ellos, por ejemplo, logró modular los niveles de agresividad del macho dominante de una colonia de monos gibones en las islas Bermudas, a pesar de que los primates se movían en una finca de solo 2.000 metros cuadrados.
Pero el salto a la fama internacional le llegó a Delgado cuando logró frenar en seco la embestida de un toro únicamente pulsando un botón conectado a un electrodo en el cerebro del animal. Para este científico español, “el control físico de las funciones cerebrales es un hecho demostrado”, aseguraba en 1970. “Por medio de la estimulación eléctrica de estructuras cerebrales específicas, la hostilidad puede aparecer y desaparecer, la jerarquía social puede ser modificada, el comportamiento sexual cambiado, y la memoria y las emociones influenciados por control remoto”, concluía José Delgado.
En 1965, en una entrevista con el New York Times, el profesor de psicología David Krech lanzó una bomba sobre el futuro del control mental: “Las investigaciones en este tema tienen implicaciones que pueden ser aún más serias que las producidas debido a la física atómica hace unos años”.
Cuando consultamos a Kernbach al respecto, su respuesta es elocuente: “Aún quedan muchos documentos rusos y estadounidenses por desclasificar. Allí está el futuro”.
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