Cuenta Pere Estupinyá en el prólogo de Neuromitos en Educación (Ed. Plataforma Actual) que en el MIT, una de las mejores universidades del mundo, los alumnos han dejado de ir a clase. “Porque han encontrado formas más eficientes de optimizar su tiempo de estudio (…). Prefieren construir robots o pensar en cómo crear una empresa; el hecho es que apasionándose por un tema específico y trabajando en equipo hacia un objetivo concreto aprenderán más que escuchando de manera pasiva a un profesor”. De hecho, en la misma universidad en 2010, un equipo de investigadores colocó un sensor en la muñeca de un universitario de 19 años para medir su actividad cerebral las 24 horas del día. Y resultó que, cuando atendía una clase magistral en el campus, su actividad cerebral era idéntica a la que tenía frente al televisor. ¿La razón?
La pasión de aprender
“Ahora sabemos que cuantas más áreas del cerebro involucremos en el aprendizaje, este es mucho mejor. O, en otras palabras: si al alumno no le emociona lo que está aprendiendo podrá asimilarlo de forma momentánea, pero no lo interiorizará y no perdurará.
Porque el cerebro funciona así: todo proceso de aprendizaje se basa en que aparezca un neurotransmisor, que es la dopamina, que se segrega cuando hay una recompensa. Y esto solo se consigue involucrando al alumno”, me cuenta el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, cuyo libro El cerebro del niño explicado a los padres (Ed. Plataforma Actual) es todo un bestseller.
Y es que el enfoque de la educación que defiende Bilbao, la neurodidáctica, tiene cada vez más adeptos. Me encuentro con él en el ciclo de conferencias La educación que queremos, que organiza la Fundación Botín en Madrid y me confiesa que está desbordado por la cantidad de consultas que recibe de profesores, pedagogos y padres que quieren saber cómo la neurociencia puede ayudarles a educar de manera más eficaz. “Había muchas cosas que ya se sabían por la psicología y que ahora el conocimiento del cerebro ha constatado. Y también otras de las que tenemos una idea errónea y que el estudio del cerebro está poniendo en evidencia. Ahora sabemos qué sucede en el cerebro de un niño cuando aprende”, explica.
Adiós a la clase magistral
Tal es el auge de la neurodidáctica que la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid tiene un máster especializado. Su director, el neuropsicólogo infantil Jose Ramón Gamo, asegura: “Sabemos que hay tres mecanismos básicos que el cerebro utiliza para aprender: por un lado la motivación, por otro la atención y por último la memoria. También sabemos que en una conversación oral solo procesamos entre el 20 y el 30% del contenido y que de este, el 80% no es lenguaje, sino información facial, gestual y de contexto”. De hecho, el propio Gamo, tras 20 años de experiencia tratando a niños con problemas de dislexia y TDAH se dio cuenta de que el problema era el método de enseñanza de la educación actual, en el que el 50 % del tiempo de las clases de primaria, el 60% de las de secundaria y el 80% de las de bachillerato se basan en transmitir información de forma verbal a los alumnos.
Proyectos sí, gracias
Respaldado por estas evidencias, desde hace unos años hay una nueva línea de educación en auge: la introducción del trabajo por proyectos. Se trata de crear programas personalizados en los que las materias se abordan motivando e implicando mucho a los alumnos. “Estos programas se basan en el conocido como ‘efecto generación’, que asegura que cada cosa que aprenda un niño por sí mismo se quedará mucho más consolidada en su memoria que si alguien se lo explica. Así que los proyectos buscan que el niño descubra las cosas y, por tanto, se emocione con ellas”, sentencia Bilbao.
Otra bondad de este tipo de educación es la implicación del grupo: “Nuestro cerebro es un órgano social que aprende con el conocimiento de otros y del conocimiento de otros”, afirma Gamo.
En Mallorca ya hay un colegio, el CEIP Talaiot, que además de trabajar por proyectos también lo hace por espacios.
Hay uno para las matemáticas, otro para la física… Y todo está organizado para que los alumnos pasen por cada espacio unas cuantas veces a la semana y aprendan en cada uno de ellos mediante experimentos. Excepciones aparte, a la hora de la verdad, para llevar estos proyectos a cabo los profesores aún se topan con muchas limitaciones, tanto legislativas como del propio centro. Pero no todas las herramientas que se han usado en educación están caducas. Lo bueno conocido “La neurociencia avala mucho más lo que decía y proponía María Montessori hace 100 años que otras cosas que se nos están vendiendo hoy sobre nuevas tecnologías. La buena base del aprendizaje está siempre en el contacto con las manos, en la vista, el juego, etc. No es lo mismo escribir una palabra con un lápiz sobre el papel que en una pantalla. El tacto, el olor de la mina… ayudan a fijar los conocimientos”, cuenta Bilbao.
Así que tampoco se trata de acabar con todas las herramientas que “huelan” a sistemas educativos tradicionales. De hecho hay métodos que están en la educación hace mucho y que tienen su explicación científica. Es el caso del dictado, que ha sido noticia recientemente porque ha vuelto al sistema educativo francés. ¿Por qué?
“Tiene una función cognitiva muy clara: cuando hacemos un dictado se activa nuestra región del lóbulo frontal, un área que permite mantener la atención durante más tiempo y, además, ahora sabemos que un niño que hace dictados mejora su ortografía, porque favorece un proceso, el de supervisión, que le permite fijar mejor las reglas ortográficas”, explica Bilbao .
También es muy eficaz la introducción de contenidos dentro de las dinámicas de juegos tradicionales, la llamada gamificación.
“Se trata de coger la dinámica de un juego como el parchís o el ajedrez y meterle una narrativa como la de Juego de Tronos, por ejemplo. De esta manera también activamos la motivación y atención en el cerebro del alumno”, explica Gamo.
Otra cosa sobre la que se ha debatido mucho y que avala la neurociencia es la educación personalizada. “Sabemos que cuanto más individualizada es la atención, más conexión hay entre profesor y alumno. Lo que provoca que este sea más receptivo a cualquier información y que su rendimiento sea mejor”, dice Bilbao. Por último, Gamo concluye: “No se trata solo del aprendizaje en el entorno educativo. Cuando aprendemos a nivel profesional, por ejemplo, lo hacemos por motivación, practicando, haciendo cosas con otros, etc. Sin embargo, cuando salimos de cualquier carrera universitaria en el sistema actual tenemos la sensación de no tener ni las habilidades ni las destrezas para trabajar. Así que está claro que algo tiene que cambiar”.