El veterano presentador del programa de televisión Tiny Houses, John Weisbarth, dibuja un cuadrado en el suelo y pide a sus invitados que depositen en él todas sus pertenencias. “¿Insinúas que una vida cabe en este espacio?”, protestan perplejos. Lo que Weisbarth les está sugiriendo es que, si quieren ser propietarios de una minicasa, deben empezar por desprenderse de todo lo que no les sirve. “Al hacerlo, caemos en la cuenta de que compramos bastante más ropa de la que nos ponemos, demasiados alimentos envasados y muebles y enseres que no necesitamos y que ni siquiera nos gustan. Una vez que nos desprendemos de lo superfluo y mantenemos organizado todo aquello que hemos decidido conservar, conseguimos paz y equilibrio”, explica Cloti Martínez, experta en organización profesional y autora de Reorganízaate.
Esta abdicación material significa eliminar caos de nuestras vidas. “No es solo por un tema físico, sino mental y de posicionamiento psicológico. Hago este esfuerzo para vivir mejor, con menos caos alrededor, menos cosas y más control”, añade Martínez. Ella resume esta filosofía con un nombre: libertad: “Librarnos de todo aquello que no nos hace falta y cambiar nuestra visión sobre lo superfluo que nos rodea nos hace un poco más libres”.
Por el docureality pasan parejas como Gus y Kyle, dos bostonianos con una apretadísima agenda profesional y social. Para recuperarse de su frenético estilo de vida, sueñan con una pequeña casa junto a un lago en Wisconsin y con disfrutar de los parajes naturales de la zona. Otras veces son familias enteras que desean hacer de la minicasa su residencia habitual. Las opciones son muchas: un apartamento en la ciudad, un furgón, un remolque para llevar por carretera… El único requisito para tener consideración de tiny house es que su tamaño no supere los 40 o 50 metros cuadrados.
“Menos metros, mayor libertad y mejor calidad de vida”, apostilla Daniel Corbí, arquitecto y gerente de Microcasas.com. Este empresario corrobora que “la satisfacción de subsistir con lo justo, gastando menos recursos y ayudando a la sostenibilidad del planeta se ha convertido en la filosofía que promueven los hogares diminutos, más allá del espacio televisivo”. Aparte de ahorrarnos el tiempo y la energía que nos roban los objetos que acumulamos en nuestros hogares, al optar por vivir con lo estrictamente necesario reducimos el gasto energético, pagamos menos facturas y hacemos un uso responsable de los recursos naturales.
“Hay que salir de lo que llamamos la ciénaga de Shreck, viviendas que no se venderán jamás”
Corbí destaca el bajo impacto medioambiental de estas viviendas porque se cuida el aislamiento y la calidad energética. “Es importante la ubicación para instalar la recogida de aguas y situar las placas solares o el sistema de calefacción aprovechando al máximo la luz solar. Se utilizan materiales reciclables y en su ejecución hay un 80 % menos de escombros”, explica.
El cliente decide cuántos metros necesita para vivir. Bien gestionado, cualquier espacio es suficiente para instalar un baño, alguna cama, la cocina, un sofá… La clave está en muebles plegables y multifuncionales. Un escritorio que esconde un piano, sofás con gran cabida de almacenaje, muebles que bajan del techo mediante poleas… Lo bueno de estas viviendas es que se personalizan a gusto de cada cliente. Al final, todas reúnen las comodidades de una vivienda convencional.
Jóvenes, profesionales liberales y de clase media
Aunque de manera lenta, en España la vida minimalista empieza también a calar. La demanda llega de familias jóvenes de clase media que la eligen como segunda vivienda para escapadas cortas o vacaciones. También hay un mercado fuerte entre profesionales liberales que buscan un refugio, un estudio o una caseta aislada. Es el caso de un violinista que pidió al estudio de Corbí un espacio en su terraza con aislamiento acústico.
Son casas con un 70 % de ahorro energético y más económicas que una convencional. El arquitecto nos hace esta reflexión: “En la mayoría de los países occidentales, una familia media invierte más de la mitad de sus ingresos en la adquisición de una vivienda, lo que supone trabajar durante casi toda una vida laboral para pagar la hipoteca. ¿Por qué no tomar en cuenta las minicasas como una alternativa, dedicando parte de nuestros ingresos a actividades más lúdicas o culturales?”.
Cómo hacer vida en un contenedor
Son muchos los arquitectos, diseñadores y constructores que se están sumando al reto. Francisco Suárez, de Casa en Container, trabaja con contenedores marítimos de acero corten que, una vez cumplida su vida en el mar –entre siete y 14 años–, han quedado inservibles. El resultado es una vivienda con aspecto casi de lujo en 15 metros cuadrados. “Son robustos, duraderos, funcionales, ecológicos, económicos y con infinidad de posibilidades”, asegura.
Por 15.000 euros se puede acceder a una casa contenedor, algo impensable en el mercado inmobiliario convencional
Este es un concepto arquitectónico que permite la adaptación a diferentes necesidades, tanto de espacio como económicas o de sostenibilidad. Además, los cubos están preparados para soportar las condiciones climatológicas más extremas. Son reciclables y reutilizables y cuentan con la ventaja añadida de que se encuentran en muchos lugares de todo el mundo. Son, por tanto, accesibles. Igual que el resto de miniviviendas que aparecen en los catálogos de estos arquitectos, los contenedores son una expresión arquitectónica moderna más que se erigen a gusto de cada cliente. Unas veces minimalista, otras más convencional, pero siempre ecológica. Su precio, según nos cuenta Suárez, ronda los 15.000 euros, aunque depende del tamaño y de los acabados.
“La ejecución es rápida –añade– y si el valor medio de la estructura es el 45 % del valor total de la construcción en una vivienda tradicional, aquí es del 12 %. Son económicas, seguras y sostenibles”. La vivienda en contenedor tiene buena aceptación en el norte de Europa, Estados Unidos y Australia. Y en países como Noruega, Suecia, Alemania, Irlanda o Países Bajos, las casas móviles a partir de contenedores marítimos empiezan a ser una alternativa. En Ámsterdam y en Londres, por ejemplo, existen algunos barrios con edificios hechos con este tipo de construcción modular.
Una legislación más flexible
En España, aunque no pisa tan fuerte como en Estados Unidos o Australia, según Suárez la demanda es cada vez mayor. “Por su rapidez y por la posibilidad de adaptarse a cualquier presupuesto”. Cuando una mini vivienda va anclada al suelo, con cimientos de cemento, y posee tomas de luz, abastecimiento de agua pública y demás servicios, se considera bien inmueble, igual que cualquier casa convencional. Necesitará, por tanto, licencia de construcción y ubicación, que el suelo sea urbanizable, los permisos de una casa normal y todos los requisitos legales oportunos. Pero si la vivienda no está anclada al suelo y se abastece por sus propios medios, la legislación es más flexible.
Corbí considera que en nuestro país aún tenemos una visión sesgada y marginal de los espacios pequeños. Ainhoa Ceberio, experta inmobiliaria y portavoz de la agencia CadaCasa, nos explica que el origen de esta visión hay que buscarlo en la evolución del mercado en metros cuadrados en los últimos años: “Entre 2000 y 2007, los promotores buscaban el máximo beneficio. Los pisos se construían conforme a la demanda de tres dormitorios, pero en 60 metros cuadrados. Con el estallido de la burbuja y después de los años negros de 2008 y 2009, hay un 20 % de excedente de obra terminada y procedente de entidades bancarias que nunca tendrá salida en el mercado. Son edificios construidos alejados de la ciudad, en lo que los inmobiliarios llamamos la ‘ciénaga de Shreck’, sin servicios, ni infraestructuras”, explica.
Lo que más abunda ahora son empresas de construcción especializadas en viviendas prefabricadas que buscan atraer a sus clientes a través de precios competitivos, dirigidos a la segunda residencia o vivienda vacacional. Del bungalow típico de aparthoteles, se ha pasado a casas de madera o modulares que cuentan con la comodidad de que se construyen en menos de dos meses.
El precio de la tierra
En la práctica, según la experta, en España su ventaja de bajo precio se queda solo en un deseo o un reclamo publicitario, porque el precio del suelo es muy poco competitivo. “Algunos ayuntamientos, conscientes de los chamizos que se han ido construyendo en suelo rústico, que han empobrecido el paisaje y dañado el medio ambiente, han adoptado políticas que permiten adquirir suelo rústico para construir vivienda dentro de unos límites y respetando los lindes”. Es el caso de Cantabria, en donde existe una necesidad latente de segunda residencia y aprovechamiento de suelo rústico.
Desde su punto de vista, las minicasas surgen por una necesidad imposible de cubrir en el mercado actual, unido a un nuevo modelo de familia: los singles. “Creo que tardará más tiempo en que esa filosofía cale en España. EE. UU. y Australia no sufren el problema del metro cuadrado o al menos no en la proporción en que lo experimenta España. Las casas estadounidenses y australianas son viviendas para disfrutarlas, con comodidad y sin escasez en metros. En España, lamentablemente, los promotores han ido buscando el beneficio por encima del bienestar de los hogares. Aunque existe una ley que recoge que la superficie mínima de una vivienda para cumplir las normas de habitabilidad debe de tener una superficie útil mínima de 36 m2, en la práctica nos encontramos con muchas infraviviendas en el mercado que no alcanzan ese tamaño”.