La legendaria Carrie Bradshaw, con sus míticos Manolo Blahnik a los pies de la fachada de su apartamento en el Upper East Side, no es el único icono neoyorquino que nos trajo el cambio de milenio. En la misma época en que se grababa Sexo en Nueva York, y no muy lejos de allí, Coali, un cocker spaniel negro, hacía sus primeros pinitos de yoga tumbado sobre la esterilla de su dueña, la instructora canina Suzi Teitelman. Mirando al este y en actitud de dar las gracias por un nuevo día, perro y dueña se disponían cada mañana a hacer su particular saludo al sol con sus correspondientes doce asanas (posturas). Estiraban sus músculos, abrían sus articulaciones y respiraban profundo. Sorprendida por el entusiasmo de su perro, decidió crear una secuencia de posturas de yoga válidas también para él. Cuando Coali murió, en 2016, su dueña ya había exportado el doga (proviene de las palabras ‘dog’ y ‘yoga’) por todo el mundo. Y lo hizo con el mismo estilo cool neoyorquino que destilaba Carrie Bradshaw en la entonces universalmente popular serie que la hizo famosa.
Suzi no tardó en incluirlo en el calendario de clases de sus centros Crunch Fitness, que fueron creciendo y creciendo. “Coali y yo enseñamos juntos en Nueva York, Florida, California, Londres, Japón… He trabajado con personas y cachorros de todo el mundo. Y ahora empieza a estar presente en todas partes, como debe ser”, explica Suzi desde las playas de Jacksonville, en Florida. Ahora tiene otros cuatro perros más con los que practica al aire libre. Allí entrena con más canes y sus dueños, e instruye a futuros maestros del doga.
El origen del doga se explica por la falta de tiempo libre de los dueños para compartir con el perro.
Y bien… ¿en qué consiste una sesión de doga? Todo comienza como en una clase de yoga para humanos al uso: extendiendo la esterilla. La única diferencia es que el dueño empieza a practicar los asanas tradicionales, los que indica el instructor, pero con la permanente compañía de su mascota. Muchos de los asanas se han adaptado para que se produzca contacto con el perro mientras el dueño mantiene la postura indicada.
Una discípula de Suzi es la catalana Patricia Guerrero, una licenciada en Ciencias del Mar que ha incorporado al doga sus conocimientos científicos. “Me formé con Suzi hace unos seis años, y desde entonces lo he puesto en práctica con mis alumnos, dándole una vuelta a la idea original y añadiendo mis conocimientos en educación canina, lenguaje canino y masaje para perros”. Sus sesiones no duran más de doce minutos y se organizan en grupos reducidos. En ellas, estos peculiares yoguis (¿sería más correcto decir ‘doguis’?) practican siguiendo la milenaria tradición de esta disciplina. Primero, masaje y calentamiento; después, las posturas inspiradas en el yoga, y, por último, relajación. La escena es inédita. Las mascotas no se mueven de la colchoneta junto a sus dueños, y el objetivo es sincronizar la respiración para terminar la clase con una meditación conjunta.
Técnicas para calmarlos
Juguetes: los más recomendables para apaciguarle son los que puede mordisquear. Habrá que cuidar que el tamaño es el adecuado, que no sean tóxicos y no puedan romperse.
Masajes: en áreas específicas favorecen su salud. Sobre su espalda, pueden calmar a un cachorro hiperactivo o a un perro adulto agresivo. En las orejas, ayudan a combatir el estrés.
Acupuntura: en España hay veterinarios acreditados para practicarla. Las agujas se insertan en más de cien puntos específicos que podrían liberar endorfinas.
Fármacos: científicos de la Universidad de Pensilvania han desarrollado un gel oral que contiene dexmedetomidine, un principio activo con efecto tranquilizante cuando hay ruidos.
Manzanilla: si el perro es asustadizo o ha recibido un fuerte impacto, una infusión lo ayudará a relajarse gracias a las propiedades ansiolíticas de la apigenina, presente en esta planta.
Mascotas de vida acelerada
Detrás del éxito de esta novedosa disciplina que parece calar cada vez con más fuerza en las ciudades se intuye una realidad: la comunidad canina sufre demasiado estrés. Los educadores constatan que nuestro ritmo acelerado y lleno de tensiones afecta también a nuestros perros, por lo que el riesgo de ansiedad está siempre latente. Igual que ocurre en humanos, las hormonas del estrés también son útiles para los perros y forma parte de la vida de algunos animales, pero el peligro es alcanzar cuotas tan altas que cambien su comportamiento y su estado de ánimo. Además, en niveles excesivos puede acortar su esperanza de vida. Una mascota que sufre ansiedad o tensión constantes vive menos años porque el organismo trabaja a un ritmo mayor, según mostró una investigación realizada por el biólogo Vicent Careau, de la Universidad de Sherbrooke (Canadá).
Sandra Ferrer, experta en educación canina y autora de Cómo educar a un cachorro, alerta de un estrés, muy corriente y también muy descuidado en los hogares: “El que sufren los perros que apenas salen de casa, que viven confinados en balcones o fincas, atados (aunque esté prohibido) o incluso el provocado por los más pequeños de la casa. No olvidemos que el perro es un animal de manada y lleva bastante mal la soledad. Es importante intentar cubrir sus necesidades biológicas, emocionales, sociales, educativas y cognitivas, pero la actividad física es una necesidad más que imprescindible. Cuando no está cubierta, va a ser inevitable que canalice su estrés a través de conductas inapropiadas e incluso agresivas”.
Las señales de nerviosismo son, a su juicio, inequívocas. El perro ladra en exceso, jadea, emite aullidos y lloros constantes, tiembla, destroza el mobiliario, orina en casa, muestra hiperactividad, se lame las patas o persigue obsesivamente su cola. “Ante cualquier sospecha”, aconseja la experta, “es importante identificar qué le provoca ese estado. Cualquier remedio natural o químico para calmarlo no será más que un parche aconsejable solo para momentos en que no podemos controlar su nerviosismo, como un viaje o la visita al veterinario”.
Cuando la falta de actividad es lo que le está provocando ese estrés, es tan sencillo como aumentar la duración e intensidad de los paseos. Ferrer propone incluir juegos y estimulación mental para evitar que se aburra. Pero si la causa está en la soledad, habrá que valorar la posibilidad de llevarlo a casa de un familiar o a una guardería canina.
Según esta educadora conviene prestar atención a ciertos momentos más vulnerables. “En el caso de mascotas no esterilizadas, la época de celo no solo supone una revolución hormonal para las perras, sino que produce en los machos obsesión por aparearse”.
Estas preocupaciones han llevado a idear opciones para todos los gustos, aunque, en ocasiones, el recurso idóneo es tan simple como una manzanilla. El Instituto Perro la incluye en sus propuestas para tranquilizar al animal, sobre todo en momentos en que se va a celebrar un evento con material pirotécnico. “La manzanilla funciona de maravilla por sus efectos sedantes. También la avena, que es un tónico calmante, o la equinácea, que estimula el sistema inmunológico en esos momentos en que se puede debilitar a causa del estrés. Igualmente, es sedativo el aroma de lavanda”. Son productos aconsejados para consumir solo de modo excepcional.
No significa que el doga, los masajes terapéuticos u otras terapias sean inútiles. “No solo están demostrados los mismos beneficios que nos aportan a los humanos, sino que logramos reforzar nuestro vínculo con él”, indica Ferrer. En algunos centros de acogida del Reino Unido usan Adaptil cuando reciben un nuevo animal. En forma de collar o difusor, este producto desprende feromonas similares a las de la madre cuando amamanta, y despiertan en él una sensación muy placentera. Por sus mayores niveles de ansiedad, cualquiera de estas terapias parece que multiplica sus efectos en mascotas abandonadas.
En EEUU, Suzi ha advertido que el doga empieza a despertar curiosidad en refugios de animales, como el de Bideawee, en Nueva York, y también en los centros de entrenamiento en los que ella trabaja habitualmente. Reconoce que la primera reacción de sus empleados o visitantes suele ser de desconcierto y cierto recelo. Cuenta la anécdota de Robin Brennen, una veterinaria neoyorquina que no pudo disimular su incredulidad cuando oyó hablar de sus clases de yoga canino. Hasta que asistió a una de ellas y vio cómo, después de una sesión, las ocho o nueve fieras que habían llegado ladrando descansaban plácidamente en savasana (postura final en reposo).
La expectación está servida. Otra cosa será adivinar si la mascota trasciende más allá de la simpleza de su vida perruna.