Por Aurora Ferrer
Los libros estimulan nuestra materia gris e incluso modifican nuestra conducta. Aquí vas a encontrar una explicación a todo lo que sientes cuando lees
«¿Qué sientes cuando lees?» Mi amigo, conocedor de mi feroz adicción a la lectura y escondido ya tras su sonrisa y su copa de vino, se veía venir que lo inoportuna no iba a ser su pregunta, sino mi respuesta. Describir qué se siente cuando uno abre un libro y se sumerge en una buena historia literaria es uno de esos placeres de la vida tan delicioso que resulta casi indescriptible. Posiblemente, podría compararse con la sensación de lanzarse dentro de un agujero negro o incluso con un gracioso y emocionante salto a otra dimensión. Es como sumergirse en un reino desconocido y transitorio, un bolsillo secreto donde ver el mundo en solitario desde otra perspectiva a sabiendas que, en el mundo de la imaginación, todos los sueños están permitidos y a nuestro alcance. No sabes cómo llegaste hasta allí, cómo te convertiste en un devorador de libros. Sólo sabes que quieres sumergirte una y otra vez a través de ese maravilloso portal resbaladizo de palabras y metáforas.
La caída a este mundo imaginario, si la historia es buena y bajo tu piel hay sangre caliente, puede incluso hacerte olvidar quién eres o cuántas horas llevas anonadado tras las páginas en tu sofá. Recuerdos, miedos, dolores, angustias y todo tipo de sentimientos se desvanecen al igual que la tinta desaparece con el agua. A partir de ese momento te conviertes en el observador de un mundo imaginario, abstracto y tan real o irreal como el tuyo propio: estás mirando la vida a través de los ojos de otro. Eres como un espía invitado. La facultad de algunos autores para narrar historias te hace desarrollar nuevos miedos, alegrías o anhelos, así como llegar a querer o detestar a los personajes que desfilan a lo largo de la narración. Podría compararse a estar en una tierra extraña rodeado de nativos.
El devorador de páginas sabe que leer un libro no es sólo un pasatiempo, sino un estilo de vida
Nuestro cerebro en la ficción
Es imposible que esta intensidad de emociones que puede causar la buena literatura no deje huella en nuestro cerebro. El devorador de páginas sabe que leer un libro no es sólo un pasatiempo, sino un estilo de vida.
En un artículo reciente publicado por la divulgadora Annie Murphy Paul en el New York Times, la autora narra como una nueva investigación ha demostrado que las historias no sólo estimulan nuestro cerebro, sino que modifican la forma en la que actuamos en nuestra vida.
Siempre se ha afirmado que los viejos medios de comunicación, a diferencia de los nuevos como Internet, no facilitan la interactividad. Pero esta afirmación no es del todo cierta: los libros tejen vínculos con nuestra soñadora materia gris. El lector no es un vulgar receptor al uso, sino que entra en un proceso que poco a poco va cambiando su vida. Y tiene efectos secundarios.
¿Hay algo más excitante que una descripción perfecta? Patrick Süskind sabía con qué emociones jugaba cuando describía el putrefacto olor del pescado en El Perfume, una escena que aún hoy aparece de vez en cuando a visitarme en mis pesadillas. La buena escritura tiene el poder de estimularnos sensorialmente con el fin de dejarnos oler las rosas de un jardín o sentir los golpes en nuestra propia piel. George Lakoff y Mark Johnson, autores de Metaphors We Live By, examinaron el poder de las metáforas. Estas tienen el privilegio de poder activar distintas áreas de nuestra conciencia debido a su significado. La metáfora está presente en nuestra vida de forma permanente, ya sea de pequeños a través de las fábulas o los cuentos de hadas o de mayores, cuando las usamos de forma recurrente para expresarnos.
Cuando leemos una buena metáfora, áreas de nuestro cerebro asociadas con el olfato y el tacto se ‘iluminan’ de la misma forma que lo harían si fuéramos a oler una prenda de cuero o a poner nuestras manos sobre un cazo hirviendo. Todo esto es posible gracias a que tenemos un bagaje sensorial previo que nos permite oler, saborear o sentir cosas que realmente no están allí presencialmente.
Sentimos las interacciones con personajes de ficción tan intensas como nuestros encuentros sociales en la vida real
Personajes, ¿amigos imaginarios?
Otra de las características de un devorador de libros es que siempre tiene un amigo imaginario cerca. Los personajes de ficción cobran vida en nuestro cerebro y los llevamos con nosotros de la misma manera que nos acompaña el recuerdo de nuestros seres queridos. Cuando uno intenta comprender una historia y a sus personajes, se sumerge por completo en su manual emotivo. Somos él y sus circunstancias. Sentimos ira, temor, dolor o felicidad, según se desenvuelva la trama de nuestro amigo imaginario en cuestión. Página a página experimentamos esas sensaciones, sacándolas del libro y haciéndolas nuestras. Las luchas o triunfos de nuestros personajes de ficción nos afectan o nos alientan y tienen el poder de hacernos comprender nuestras propias barreras o anhelos, así como los de aquellos que nos rodean.
Además, a través de la lectura desarrollamos una mejor intuición y conocimiento sobre nuestro entorno, permitiéndonos entender mejor las señales emocionales de los demás y ponernos en su pellejo de una forma real y no meramente solidaria. Según Lakoff y Johnson, nuestro cerebro no sólo responde a las representaciones de los olores, texturas o movimientos como si fuesen reales, sino que también siente las interacciones con personajes de ficción tan intensas como nuestros encuentros sociales en la vida real.
Los lectores tienen mayor capacidad para entender a los demás
Nuestra conducta se modifica
La lectura es el sitio dónde aprendemos el significado de la palabra empatía. Es el lugar donde nos convertimos en mejores seres humanos. Es el espacio donde vidas imaginarias nos enseñan sobre la moraleja del mundo real, algo muy recurrente en géneros como la ciencia ficción. Según afirmaba Keith Oatley, profesor de psicología cognitiva de la Universidad de Toronto, leer un buen libro de ficción, «gracias a sus descripciones detalladas y ricas metáforas produce una sensación de realidad vivida. Esta simulación se ejecuta en la mente de los lectores así como las simulaciones informáticas se ejecutan en los ordenadores».
Oatley también piensa que los adictos a la lectura son «personas más comprensivas y con mayor capacidad para entender a los demás. Aprendemos cómo hacer frente a ciertas situaciones en base a lo que hemos leído.». Si te parece una afirmación algo abstracta pregúntate: ¿qué pasaría si todo el mundo leyese un poquito más? ¿Podríamos vencer las barreras del sexismo, el racismo o el odio?
En un estudio similar publicado en el Annual Review of Psychology, Raymond Mar utilizó un escáner de imagen por resonancia magnética funcional (fMRI) para demostrar que existe una superposición, es decir, una notable coincidencia entre las conexiones neuronales usadas para comprender las historias de los libros y las que se utilizan para interactuar con otros seres humanos.
La literatura tiene el poder de cambiar tu estado de ánimo
«Un dólar por tus pensamientos»
Según otro estudio realizado por los mismos investigadores en la Universidad de Emory, los cambios neuronales registrados por las buenas metáforas y las interacciones con nuestros personajes literarios sugieren que leer una novela puede convertirte en el protagonista, con todo lo que eso conlleva. Según explica Oatley: «Los narradores ofrecen una experiencia única, la oportunidad de entrar de lleno en los pensamientos y sentimientos de otra persona».
Sólo la buena literatura puede modificar tanto tu cerebro que, literalmente, sientas que estás en otro mundo. Sólo la ficción tiene el poder de cambiar sin hecho aparente tu estado de ánimo. Sólo un buen libro puede hacerte cambiar tus barreras, tus anatemas y convertirte en un explorador de otra dimensión. Sólo los libros nos dejan soñar sin levantar los pies del suelo.
Échale literatura a la vida
¿Qué es lo que siento cuando leo, querido amigo? Que puedo ser una temible pirata, una villana, una viajera del tiempo, uno de los adorables personajes de las novelas de Jane Austen, ayudar a Ender a terminar su complicado juego, tomar el té con los Niños Perdidos, dibujar un elefante con El Principito o perseguir durante toda mi eternidad al Conejo Blanco y al Gato de Cheshire por el País de las Maravillas. No sólo lo imagino, lo siento como si fuese el colofón de los poros de mi piel. El tacto de una buena prosa es como una pluma haciendo cosquillas a nuestro cerebro. Puedes amar, odiar o sacar tu lado más revolucionario en toda su intensidad sin que nadie venga a preguntarte por qué le echas tanta pasión a todo lo que haces. Aunque no haya comprobación científica de esto, estoy segura, querido amigo, de que las páginas de un libro deben dejar alguna clase de huella en nuestro código genético. Metafóricamente hablando, claro.
Este reportaje fue publicado originalmente en QUO.es el 18 de febrero de 2015