Sigue abierto el mayor interrogante desde el descubrimiento del fósil conocido como ‘Neandertal 1’: ¿qué acabó con aquellos humanos?

El descubrimiento oficial de los primeros restos humanos primitivos fue para el valle de Neander,, cerca de Düsseldorf (Alemania).

Es una de esas extraordinarias coincidencias que Neander signifique en griego «hombre nuevo». Fue allí, en 1856, res años antes de la publicación de El origen de las especies de Charles Darwin, donde trabajadores de una cantera  encontraron en un barranco sobre el río Düssel unos huesos que les parecieron extraños.

La casualidad tuvo que intervenir una vez más, porque en aquella zona había un maestro interesado por la historia natural, y los trabajadores de la cantera le llevaron aquellos restos.

El maestro se llamaba Johann Karl Fuhlrott y tuvo el enorme mérito y la valentía de ver en aquellos restos un tipo nuevo de ser humano. Durante mucho tiempo aquellos restos fueron muy discutidos y polémicos, como casi todo lo que revoluciona el conocimiento.

Muchos científicos se negaron a aceptar que los huesos encontrados fueran de humanos antiguos. Hubo quien afirmaba que se trataba de los restos de un soldado cosaco mongol que, herido de muerte en la guerra, se había arrastrado hasta aquella cueva en la que la que habían encontrado sus restos.

Para que hubiera sido así, el soldado herido habría tenido que trepar veinte metros por un precipicio, se habría tenido que desnudar y desprenderse de cualquier objeto personal. Pero parecían detalles nimios al lado de reconocer algo tan abrumador como que en el planeta hubiera existido otra especie humana diferente a la nuestra. Ese descubrimiento era de una enorme relevancia para las creencias científicas y religiosas, un autentico mazazo a todo el pensamiento construido hasta entonces.

Hubo quién aseguraba que aquel hombre había tenido el ceño fruncido mucho tiempo y esa era la razón de su extraño cráneo

Había otra cosa más en aquellos restos inexplicables, y era la robusta cresta superciliar del cráneo.

 

Un famoso antropólogo de la época lo explicaba diciendo que aquel sujeto había tenido el ceño fruncido mucho tiempo. Eran otros tiempos.

Los restos óseos de  Neandertal 1 eran un casquete craneal, dos fémures, los tres huesos del brazo derecho, dos del brazo izquierdo, parte del hueso ilíaco izquierdo y fragmentos de la escápula y costillas.

Gracias a la fauna, flora, instrumental lítico y datación por radiocarbono, a los restos se les ha dado una antigüedad de unos 40.000 años.

Antes de Neandertal 1 se habían encontrado otros restos de neandertales, pero nadie los había identificado como tales.

El debate sobre la antigüedad de los restos del valle Neander continuó una década, hasta que en 1866 aparecieron varios fósiles de dos individuos en Spy (Bélgica), muy importantes porque el contexto geológico y los líticos asociados confirmaron su antigüedad.

El debate se zanjó y los restos de Neander dejaron de ser considerados como casos atípicos o patológicos de humanos modernos.

Neandertal 1 no fue el primero

Los neandertales más antiguos vivieron en la sierra de Burgos. Un estudio genético publicado en la revista ‘Nature’ revelaba quelos humanos de la Sima de los Huesos, donde hay restos de 28 individuos que vivieron hace unos 400.000 años, eran neandertales. Probablemente aquellos fueron los primeros. 

La identificación de los neandertales como especie marcó a mediados del siglo XIX el nacimiento de la paleoantropología, la ciencia de la evolución humana.

Desde entonces, el principal interrogante abierto por el descubrimiento del fósil conocido como ‘Neanderthal 1’ en agosto de 1856 en el valle de Neander, cerca de Düsseldorf (Alemania), sigue sin respuesta: ¿qué acabó con aquellos humanos?