Un análisis fundamental de los experimentos realizados sobre la adicción a drogas como la cocaína en comparación con sustancias tan legales como el azúcar

Alejandro Higuera Matas, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia

A nadie le amarga un dulce. Este dicho popular encierra, como suele ser habitual en nuestro refranero, una gran verdad que es evidente incluso en otras especies animales. En efecto, los alimentos dulces son poderosos reforzadores. A veces, incluso más potentes que drogas consideradas duras, como la cocaína.

Pero esto contradice la idea extendida de que es muy difícil resistirse a los encantos de las sustancias estupefacientes, que exacerban y monopolizan nuestra motivación en detrimento de otras actividades. ¿Qué hay de verdad en ello?

Ratas golosas

Un estudio realizado en ratas de laboratorio demostró que, cuando a estos animales se les da a elegir entre presionar una palanca para poder beber una pequeña cantidad de agua edulcorada con sacarina o activar otra que administra una inyección de cocaína a través de un catéter endovenoso, la mayoría de ellos prefieren el acceso a la solución dulce.

Parece que este efecto se da también con otras drogas. Por ejemplo, en otro trabajo realizado por el mismo grupo de investigación, se observó un resultado similar con la heroína.

Y estos mismos autores observaron, en una tercera investigación, que cuando a las ratas se les daba la opción de elegir entre nicotina y agua edulcorada con sacarina, los animales preferían esta última.

Foto de una caja de condicionamiento típica en la que se realizan experimentos de elección entre drogas y agua con sacarina.
Alberto Marcos

Parece, por tanto, que los alimentos dulces son un poderoso reforzador, más potente incluso que las drogas, en una mayoría de sujetos. Sin embargo, es necesario precisar que en los estudios anteriores siempre había un pequeño porcentaje de las ratas de experimentación que preferían sistemáticamente la palanca que proporcionaba la droga.

Ahora bien, ¿se debía esta preferencia a una tendencia innata o se generaba por el contacto que los animales habían tenido anteriormente con la sustancia? ¿Pueden las drogas de abuso modificar la motivación por el consumo? Veamos otro caso diferente para intentar dar una respuesta a esta cuestión.

Cannabis como palanca hacia otras sustancias

En un trabajo reciente en un laboratorio de la UNED, se ha demostrado que cuando las ratas adolescentes son expuestas al principal componente psicoactivo del cannabis, el famoso THC, al hacerse adultas muestran un mayor consumo de cocaína (siempre y cuando requiera un esfuerzo conseguirla). Es decir, cuando no les costaba esfuerzo, no se veían tales efectos. Además, solo se observaron estos resultados en los machos.

Veámoslo con calma. En todos los estudios citados, los animales tienen que presionar una vez la palanca para conseguir una inyección de la droga (cocaína en este caso). Sin embargo, en la vida real, la droga no es tan fácil de conseguir y muchas veces requiere trabajo: obtener la dirección de la persona que facilita la droga, ir al lugar del intercambio, invertir una suma de dinero…

Para imitar esta situación en los animales de laboratorio, hacemos que cada inyección de la droga cueste cada vez más. De esta manera, la primera inyección les exigirá una presión de palanca, la segunda les requerirá tres, la tercera, diez… y así sucesivamente en progresiones aritméticas o geométricas, según las necesidades del experimento.

Volviendo al estudio en cuestión, las ratas con una exposición a THC durante la adolescencia consumían la misma cocaína que el resto de los animales del experimento cuando cada inyección costaba una presión de palanca. Pero, sorprendentemente, los machos expuestos al THC reclamaban más dosis de droga cuando los requerimientos para obtenerlo aumentaban progresivamente.

De esto se concluye que la exposición a determinadas drogas, cannabinoides en este caso, sí puede afectar a la motivación para consumir otras.

¿Nos hacen las drogas perder motivación por el resto de actividades?

Pero ¿qué ocurre con las otras actividades de la vida cotidiana? La doctora de la Universidad de Cambridge Bárbara Sahakian y su equipo se propusieron revisar de manera sistemática la literatura científica relativa al uso de cannabis y alteraciones motivacionales como la apatía (falta de vigor, de energía para hacer cosas) o la anhedonia (incapacidad para sentir placer).

Así, encontraron una asociación entre el consumo de cannabis y el desarrollo de anhedonia en la adolescencia. Además, algo similar ocurrió con la apatía durante la juventud temprana, si bien, en este caso, los resultados no fueron tan robustos.

Por tanto, el consumo de cannabis, y en especial en la etapa adolescente, puede afectar a nuestra motivación. Bien incrementándola si es para tomar otras drogas como la cocaína, o bien disminuyéndola en el caso de las actividades reforzantes de la vida cotidiana.

Ahora bien, podríamos preguntarnos si estos efectos se observan en todos los casos y si el consumo de cannabis, por ejemplo, se realizara en presencia de otras sustancias, como suele ser el caso de la población adolescente.

Un estudio en animales intentó responder a esta pregunta, combinando THC y alcohol. Los resultados que obtuvieron señalaban que la mezcla de ambas drogas afectaba poderosamente a la motivación de los animales, que desdeñaban con mayor frecuencia una solución de agua edulcorada con sacarosa.

Los mecanismos cerebrales por los que se dan estos efectos no están claros, pero una hipótesis plausible es que la exposición a drogas de abuso, como los cannabinoides, pueden afectar a los mismos circuitos nerviosos que regulan los comportamientos motivados (beber, comer, la actividad sexual y otros procesos superiores como el amor romántico). Datos procedentes de nuestro laboratorio en la UNED sugieren efectivamente que este puede ser el caso, pues la exposición a cannabinoides durante la adolescencia es capaz de afectar a una estructura fundamental del circuito de la recompensa, el núcleo accumbens.

En definitiva, las drogas, aun siendo poderosos reforzadores, no consiguen suscitar, en la mayoría de los sujetos, mayor motivación que otras actividades.

Sin embargo, existe una pequeña población de individuos vulnerables en los que esta regla no se cumple y prefieren de manera sistemática el consumo de drogas frente a otras actividades placenteras.The Conversation

Alejandro Higuera Matas, Profesor Titular de Psicobiología, UNED – Universidad Nacional de Educación a Distancia

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.