Coge lápiz y papel y, con los ojos cerrados, escribe durante un rato. Observa el resultado. ¿Es como lo imaginabas o quizá ha quedado un poco ‘distorsionado’?
Ya se ha dicho que la propiocepción no es suficiente para los trabajos que requieren gran precisión, como es el de escribir.
Cuando escribimos normalmente, es decir, con los ojos abiertos y observando los resultados, la vista se encuentra constantemente analizando la forma, el tamaño y la posición de las letras con respecto al papel y a su compañeras, lo que permite realizar ajustes a cada momento.
Al cerrar los ojos, se pierde esta capacidad de análisis y reajuste inmediato y, por mucho que los propioceptores se cuenten por millones, los resultados no son ‘presentables’.
Redacción QUO