Mantener a salvo a las personas que cumplen condena en una cárcel no es tarea fácil, ya que pueden sufrir una sobredosis de drogas de contrabando, pelear con otros reclusos o incluso hacerse daño.
Recientemente Hong Kong ha anunciado un plan para utilizar robots, dispositivos portátiles y otras tecnologías de Internet de las cosas, para mejorar la forma en que administra a los 8.300 internos alojados en sus instituciones correccionales. Algo que en muchos sentidos suena como un giro oscuro en aquella idea de la casa inteligente.
Este jueves, el Departamento de Servicios Correccionales (CSD) de Hong Kong anunció su plan para desarrollar un «sistema inteligente de prisiones». El primer paso será probar varias tecnologías a pequeña escala y luego implementarlas más ampliamente si tienen el impacto deseado.
Una de esas tecnologías es un brazo robótico que analizará las heces de los reclusos recién ingresados en busca de artículos de contrabando, como drogas, una tarea previamente emprendida por los oficiales penitenciarios.
Otra tecnología es una pulsera de seguimiento, descrita en el comunicado como “similar a los productos de acondicionamiento físico que se venden en el mercado”. Este dispositivo portátil hará un seguimiento de los signos vitales y la ubicación de los reclusos, y alertará a los funcionarios si advierte algún problema, ya sea daños físicos, intentos de fuga o problemas de salud.
Una instalación, la prisión de Pik Uk, ya está probando un sistema de videovigilancia «inteligente». Sus 12 cámaras incluyen “funciones de monitoreo analítico de video” que pueden detectar comportamientos inusuales, como que un preso se lastime o se derrumbe, y alerta a los funcionarios de forma inmediata.
Pero dos de las cámaras en uso en esta prisión están ubicadas en los baños y si bien las autoridades aseguran que la imagen se oscurece para preservar la privacidad de los reclusos, no se sabe si el proceso de oscurecimiento ocurre durante la grabación o retroactivamente.
También se desconoce qué se hará con los datos biométricos obtenidos con las pulseras.
«La forma en que el CSD usará y almacenará la información y si se puede abusar de ella, es un tema delicado – asegura en una entrevista el legislador del sector de bienestar social Shiu Ka-chun –. Necesitan indicar con precisión qué datos registra la pulsera”.
El el otro extremo del uso de la tecnología en las cárceles se encuentra Singapur, que ha desarrollado un sistema de e-learning específico para su población reclusa al ver que quienes tienen más posibilidades de reincidir en delitos son aquellos que salen de prisión sin un título.
Juan Scaliter