Lo cuenta el experto en marketing Adam Alter en su libro Irresistible. Según él, en 2010 Jobs confesó a Nick Bilton, el editor de tecnología de The New York Times: “Nosotros limitamos mucho el uso de la tecnología en casa a los niños”. También Chris Anderson, el editor de la revista de cabecera de los techies, Wired, aseguró a Alter que ponía estrictos límites al uso de estos dispositivos en su casa: “Porque nosotros hemos visto los peligros de la tecnología de primera mano”, aseguraba. Y explicó que nunca permitían a sus cinco hijos el uso de pantallas en su habitación. Asimismo, Evan Williams, el fundador de Blogger, Twitter y Medium, compró cientos de libros para sus dos hijos y rehusó adquirir una tableta para ellos. “Es como si quienes se dedican a la tecnología estuvieran siguiendo la regla de oro del narcotráfico: no consumir ellos mismos. ¿Alguien podría imaginar a un líder de un movimiento religioso evitando que sus hijos practicaran esa religión?”, dice Alter en el libro.
Un estudio reciente asegura que el ‘phubbing’, ensimismarse con el móvil en sociedad, ya es normal.
Otra indicio que apunta en esta dirección es que el sistema educativo con más éxito en Silicon Valley y al que van los retoños de los trabajadores de Google, Yahoo o HP, es el método Waldorf, que promulga la educación a través de la actividad física y de tareas manuales y creativas. Lo cual les permite aprender sin más brújula que su curiosidad, sin pizarras interactivas ni ordenadores. Según explicaba un artículo sobre este método en The New York Times su teoría es que: “los ordenadores inhiben el pensamiento creativo, el movimiento, la interacción humana y la capacidad de atención”. ¿Es así?
Desconéctate y desconéctalo
“La tecnología está ahí y lo que tenemos que hacer es educar a nuestros hijos sobre cómo usarla”, asegura el coautor de A salvo en la red, Francisco Castaño Mena (Ed. Grijalbo). Por eso, los expertos ya hablan de la necesidad de seguir una correcta dieta digital. Incluso, el departamento de salud de la Generalitat catalana, por ejemplo, propuso días de desconexión el verano pasado. “Lo primero que debemos hacer es reflexionar sobre el grado de dependencia que tenemos. Porque el problema es la falta de control. Yo soy partidario de las siestas o dietas digitales, que nos obligan a estar horas desconectados, recuperando aficiones no digitales como pasear o hablar con la gente”, explica José María Martínez Selva, experto en psicobiología del comportamiento de la Universidad de Murcia y autor de Tecnoestrés (Ed. Paidós). Sin embargo, el neuropsicólogo Álvaro Bilbao asegura: “Sabemos que los niños que pasan más tiempo delante de los dispositivos electrónicos tienen mayor probabilidad de desarrollar trastornos de déficit de atención, problemas de comportamiento, depresión infantil y obesidad. No solo porque no se muevan, sino porque además son menos capaces de resistirse a estímulos tan interesantes como la bollería industrial, las bebidas azucaradas, etc.”.Por eso Bilbao recomienda no poner en contacto a los niños con estos aparatos en sus primeros seis años de vida. “Yo creo que es importante que pasen los seis primeros años lo más libres de tecnología posible, porque este período es crucial para el desarrollo de la imaginación. Cuanto más tiempo pasen jugando y aburriéndose, que es el mejor detonante de la imaginación, mucho mejor”, asegura. Lo que está claro es que la tecnología es, según los expertos “potencialmente adictiva”, por lo que es importante no bajar la guardia, ni en nuestro caso, ni en el de los más jóvenes.
Enganchados a un perfil
La Encuesta sobre Equipamiento y uso de Tecnologías de la Información dice que en España, el 66,7 % de los adolescentes de entre 10 y 15 años tienen teléfono móvil propio y son los que más tiempo pasan enganchados: 3,4 horas diarias, según el estudio global Connected Life. “Tener a un hijo sin móvil, sobre todo a partir de la preadolescencia, es dejarlo fuera de la sociedad. Lo importante es dosificar su uso, estar siempre pendientes de qué hacen en la red e instruirles sobre los peligros que hay. Debemos saber qué aplicaciones se descargan, para qué se utilizan y cuanto tiempo”, asegura Francisco Castaño. Porque, si los dejamos sin supervisión, podemos encontrarnos después con un problema mayor .
“En 2004 Facebook era divertido. En 2016 es adictivo”, asegura el experto en marketing digital Alan Alter.
En la portada del último número del Vogue estadounidense, la cantante Selena Gomez aseguraba que la verdadera razón por la que canceló su gira el año pasado fue porque tuvo que seguir una terapia de desintoxicación tecnológica. ¿La razón? Su obsesión por Instagram, una red social en la que tiene la friolera de 113 millones de seguidores: “Se había convertido en una obsesión. Era lo primero que hacía antes de irme a la cama y al despertar. Era una adicta”, aseguró.
Y es que según Nir Eyal, un investigador de la Universidad de Stanford y autor de Enganchados: Cómo construir productos de éxito que creen hábitos, esta red social es un ejemplo perfecto de su teoría, que asegura que el éxito de cualquier producto reside en establecer hábitos en los usuarios que les creen la necesidad de consumirlos. En el caso de Instagram, el hábito principal, el de capturar fotografías, lleva siglos incorporado a nuestra vida. Pero es que, además, como dice Eyal: “De él se deriva la ansiedad que sentimos si no capturamos un momento, que desaparecerá para siempre”. Además, nos proporciona una recompensa inmediata en forma de corazón, el símbolo de “me gusta” de esta red social, que nuestros seguidores pulsan cuando les agrada la imagen que publicamos. Con lo que, inconscientemente, buscamos esa aprobación que en algunos casos se convierte en necesidad compulsiva. Además, la inversión que realizamos es pequeña (solo hacer una foto) y, con el tiempo, nuestra cuenta se convierte en un valor por sí mismo que, si no actualizamos, acabamos perdiendo. También está el contacto íntimo que se produce con los seguidores, que alimenta también nuestra necesidad de comunicación. Y que, por último, nos obliga también a visitarla con asiduidad ya sea para ver reacciones o para contestar mensajes.
[image id=»89299″ data-caption=»“El gran reto es hacer entender a las nuevas generaciones, tan habituadas a la tecnología, que no importa solo la rapidez, que a veces se necesita reflexionar”, asegura el psicobiólogo José María Martínez Selva.» share=»true» expand=»true» size=»S»]“Greg Hochmuth, uno de los ingenieros que creó Instagram, se dio cuenta de que estaba creando una herramienta que podía crear adicción. “Siempre hay otro hashtag sobre el que hacer click”, me dijo. “Y se convierte en parte de nuestra vida, como un organismo que crece, y puede llegar a convertirse en obsesivo”. Instagram, como muchas otras plataformas de redes sociales, es un pozo sin fondo, explica Alter en su libro. Y continúa: “Los usuarios se benefician de estas aplicaciones y paginas web, pero solo si se usan con moderación . La tecnología no es mala por sí misma, lo es cuando se usa mal”. Sin embargo, no todo es adicción y es muy importante distinguir entre esta y dependencia.
Dependiente vs adicto
“La dependencia es la necesidad que tenemos de estar conectados a las nuevas tecnologías, que se debe a la obligación que tenemos de usarla para trabajar, para comunicarnos con los demás y porque, para muchos, es una forma de ocio que proporciona placer y satisfacción. Así que no tener acceso a ella nos provoca malestar. Sin embargo, solo se puede hablar de adicción cuando los síntomas corresponden a los de las adicciones sin sustancia (a las compras, al juego, etc.). En estos casos aparecen intolerancia, trastornos graves en las relaciones interpersonales, familiares o abandono de las tareas, del trabajo”, explica Martínez Selva.
Sin embargo, los expertos están advirtiendo de que el alto nivel de exposición que tenemos a la tecnología, obligados por su implicación en el mundo laboral o en el ámbito de las relaciones sociales, nos hace mucho más vulnerables a esta.
A los ludópatas se les prohíbe la entrada a los casinos pero los adictos a internet o al móvil no tienen más remedio que seguir usando el email para el trabajo.
“La gente que crea y define la tecnología sabe exactamente lo que hace. Llevan a cabo cientos de test con millones de usuarios para aprender qué funciona y qué no: que fondos, qué fuentes y tonos de audio maximizan nuestra satisfacción y minimizan la frustración. Así van perfeccionando cada vez más la máquina. En 2004 Facebook era divertido, en 2016 es adictivo (…). Steve Jobs lo sabía y por eso mantenía el iPad lejos de sus hijos”, asegura Alter.
Seguramente no es necesario ser tan radicales como el fundador de Apple, pero sí ser conscientes de los peligros y someternos ya a una dieta digital más sana.
Redacción QUO