El mundo no ira mejor pero, desde que Donald Trump es presidente, los periodistas tenemos muy complicado aburrirnos. Desde que comenzó su mandato, los periódicos y las páginas web de noticias se han llenado de hechos de lo más variopintos que nos hará avergonzarnos ante aquellos que lean esta parte de nuestra historia en este futuro. Pero, por suerte o por desgracia, hay algunas víctimas que no podrán continuar leyendo los despropósitos del presidente nº 45 de Estados Unidos.
Esta misma semana, Trump ha bloqueado al famoso escritor de terror Stephen King. ¿Los motivos? Evidentes: decir aquello que el empresario rubio no quiere escuchar. Tras varios argumentos en su contra, el presidente norteamericano decidió bloquear al autor de Carrie para ‘torear’ sus críticas. No es una sorpresa, ya que no es la primera vez que bloquea a alguien porque no le gusten sus opiniones. Antes que King han sido víctimas periodistas, veteranos de guerra, cantantes y otros políticos.
Tuits como estos son los que han propiciado que Trump bloqueé al escritor:
El gabinete de Trump ofrece un curso postgrado en besar traseros.
O este:
Si Ivanka Trump se hubiese criado en una granja, como algunos de nosotros, sabría que su padre está cosechando exactamente lo que ha sembrado.
El 13 de junio, King supo que el presidente había optado por bloquearle para no leer sus críticas. Lo anunció de esta forma en Twitter:
Trump me ha bloqueado y ya no puedo leer sus tuits. Voy a tener que suicidarme.
Y además, puso una captura de pantalla demostrándolo:
[image id=»90443″ data-caption=»» share=»true» expand=»true» size=»S»]Como podéis imaginar, el tuit ha generado numerosas reacciones, entre ellas la de la escritora J.K. Rowling, autora de Harry Potter. Rowling también ha tenido sus más y sus menos con el presidente norteamericano, aunque aún no ha sido bloqueada por él. De esta forma, se ofrecía a hacer llegar sus mensajes a Trump:
La Casa Blanca no ha hecho declaraciones sobre este asunto. Suponemos que los pobres encargados de prensa estarán saturados.
Fuentes: wired.com | washingtonpost.com
Rafael Mingorance