A principios de marzo, durante la Conferencia sobre la Relación Humano-Robot celebrada en California (EEUU), se presentaron los mayores avances que están consiguiendo los investigadores de todo el mundo en el campo de las emociones robóticas. En primer lugar, varios equipos dijeron estar explorando modos para que los robots imiten y reconozcan la comunicación no verbal humana.

Hablar con los ojos

Un equipo del Carnegie Mellon, por ejemplo, presentó un androide que utiliza el movimiento de los ojos para ayudar a orientar una conversación con un ser humano. Se llama Robovie y ha sido desarrollado en colaboración con la Universidad de Osaka, en Japón. Para dotarlo de esta habilidad, sus creadores estudiaron primero cómo utilizamos los ojos durante una conversación o un debate, y después se lo aplicaron a Robovie. Científicos de la Universidad de Amsterdam presentaron también un humanoide que mejoraba su comportamiento (era más eficiente) si los humanos con los que se relacionaba le daban una palmada en el hombro, es decir, reaccionaba como nosotros, positivamente ante el calor humano. Porque el fin fundamental para el que se han creado emociones robóticas es mejorar su relación con el ser humano, aunque no solamente.

“Si conseguimos dotar a uno de estos artilugios de arrojo o de orgullo, conseguiremos que sean capaces de encontrar alternativas ante un contratiempo, como haría un ser humano. Al fin y al cabo, en nuestra sociedad ha funcionado, y así es como hemos conseguido los mayores logros”, dice Galán.
De hecho, cuanta más consciencia tengan estas máquinas, más cosas conseguiremos que hagan sin nuestra intervención y más útiles serán.

Y con Urbano han hecho un experimento que Galán denomina “buscar su felicidad”. Se trata de permitir que el robot sea capaz de elegir la tarea a realizar o la forma de hacerla para que, según “sus valores”, sea más feliz. Este libre albedrío permitirá al robot realizar misiones complejas. Así será en el futuro, aunque, por supuesto, no todos necesitarán tener el mismo grado de libertad”, termina Galán. De modo que los robots tendrán emociones y serán libres para elegir, pero ¿cómo nos llevaremos con ellos?

Imagen y semejanza

Si hay quien le pone nombre a su coche, ¿cómo no va a encariñarse con una máquina que va a cuidar de él, ser su compañero de trabajo y atender a sus hijos? De hecho, cuentan que los soldados destinados en Afganistán e Irak que conviven con robots a diario, cuando estos se rompen, pasan también un periodo de luto, como el que pasarían por un compañero, y según un estudio del Instituto de Tecnología de Georgia, muchos propietarios de Roombas, los robots aspiradores, les ha puesto nombre, los han customizado y se los presentan a su amigos cuando les visitan.
De hecho, otro estudio de la Universidad Carnegie Mellon ha demostrado cómo cambian las costumbres familiares de quienes poseen una de estas máquinas. Tras observar a seis familias durante un año, en todos los casos la llegada de este artilugio cambió los hábitos de limpieza. “Limpiaban más y participaban más miembros de la familia en estas tarea”, aseguran los investigadores. También descubrieron que les ha­bían puesto nombre, les pedían perdón si tropezaban con ellos y los trataban como un miembro más. Y todo, a pesar de que siempre hemos pensado que en Occidente nos costaría más tratar con calidez a una máquina. “Si yo te digo que he dejado a mi padre con R2D2, muchos me mirarán mal. Sin embargo, los orientales, culturalmente, son capaces de ver vida hasta en una piedra”, asegura Galán. Por eso, otra discusión relevante es ¿qué aspecto deben tener los robots del futuro?

Comparaciones odiosas

Durante mucho tiempo se ha defendido la idea de El Valle Inexplicable ( Uncanny Valley), una teoría enunciada en 1970 por Masahiro Mori que establece que cuanto más se parece un robot a un ser humano más conecta con él, hasta que alcanza un punto en el que, repentinamente, esta respuesta se convierte en rechazo.
Re­cientemente, un estudio realizado por investigadores de la Clínica de Psiquiatría y Psicoterapia de la Universidad de Aquisgrán asegura que cuanto más humanos nos parecen, más inteligentes los suponemos. Aunque, según otra investigación de la Universidad de Indiana (Estados Unidos), los robots más parecidos al ser humano, pero que aún no se comportan con plena naturalidad, provocan nerviosismo e incluso miedo en nosotros.
Algo que, desde luego no le ocurre al canadiense de origen vietnamita Trung Le, quien se ha creado una robot humanoide como compañera sexual, a imagen de su ex novia. Además, si alguién quiere una, se ofrece a fabricársela. ¿Te animas?

Redacción QUO