Al contrario de lo que pueda suponerse, el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) no es un lugar secreto e ilocalizable, aunque dependa del Ministerio de Defensa y sea la punta de lanza de investigación para muchos de sus proyectos voladores. No. Tiene dirección y teléfono conocidos, está cerca de la antigua base norteamericana de Torrejón y allí hablan orgullosamente de que en sus hangares se está terminando de engendrar el nuevo drone español.

Es más, Jaime Cabezas, el director del proyecto que está desarrollando el Milano –así se va a llamar–, atiende a Quo amablemente: “Es mayor que su antecesor, el SIVA, así que posee una carga útil, o de pago (o sea, sin contar el instrumental estrictamente necesario para volar), de 200 kg que le permite llevar armamento”, lo cual convierte al aparato en el primero capaz de participar en labores ofensivas como las que está llevando a cabo, con gran polémica, el Ejército de EEUU en Afganistán. Ese país está utilizando modelos similares al Milano, pero propios, llamados MQ-1B Predator y MQ-9 Reaper.

Pero Cabezas se limita a decir que el ataque es uno de los varios usos posibles. Los UAV (siglas en inglés de “vehículo aéreo no tripulado”) pueden utilizarse para muchas cosas, dependiendo del instrumental que se incluya: “Este modelo puede montar armas, radares, cámaras de televisión, de fotos, componentes de guerra electrónica para identificar y localizar las comunicaciones que está interceptando, identificar los radares de otros…”, comenta. Incluso barredores de frecuencia que provoquen jammings (interferencias y bloqueo) en los sistemas enemigos.

Otra parte que enorgullece al equipo español es que el avión “tiene un radar de apertura sintética, que le permite ver a través de la capa de nubes (el espectro visible y el infrarrojo no se ve a través de ellas). O sea, que se pueden realizar misiones en cualquier circunstancia meteorológica”, según el director del proyecto aeronáutico.

El chico para todo
Así que el uso de los UAV puede ser muy diverso: vigilancia marítima del Estrecho, observación de incendios forestales, control de cosechas… La Unidad Militar de Emergencias (UME) ya está interesada en utilizar estos aparatos para observaciones y recogida de datos en casos de riesgos químicos. “En Japón, se han enviado drones para revisar la central de Fukushima sin peligro de contaminación para humanos”, pone como ejemplo Cabezas. Aparte de su mayor tamaño y autonomía (20 horas), el Milano, que realizará su primer vuelo de prueba en pocas semanas, tiene una gran ventaja: funciona vía satélite. Eso significa que los Ejércitos españoles podrán realizar operaciones desde cualquier centro de control en territorio nacional, pero operando en otros países. De hecho, así son los ataques estadounidenses.

Los que utilizan ahora los militares españoles en las misiones son similares a su predecesor, el mencionado SIVA con el que entrenan en España (también del INTA), que se maneja por radiofrecuencia, cosa que “acorta su alcance hasta, como máximo, el horizonte”, nos detallan. Eso sí, con tecnologías punteras a bordo, como cámaras y sensores para la observación del campo de operación. Hace tiempo que cualquier unidad destinada a zonas de conflicto –en concreto, en Afganistán– se vale de los pequeños Searcher de fabricación israelí y los RQ-11 Raven que toman imágenes y datos de la zona de operaciones. También ayudan a la “corrección del tiro artillero”.

Los operadores de ‘drones’ manejan los aviones solo con los datos que aportan los instrumentos de navegación, como lo haría de noche un piloto convencional

El control de estos aparatos es similar al de los tripulados, “e incluso a veces más complicado porque, al no haber piloto, cabe más instrumental”, nos cuenta el comandante Miguel Ángel Pérez Cabrera, jefe de la recién creada Escuela de Sistemas Aéreos No Tripulados de la base aérea de Matacán (Salamanca) del Ejército del Aire.

Silencio, se vuela
La función ahora de Cabrera es otorgar licencias especialmente pensadas para los UVA. Para el entrenamiento emplea el mencionado SIVA, que también usan otros ejércitos para la formación. Los aprendices “no tienen necesariamente experiencia previa de vuelo”, y añade que lo que aprenden sus alumnos no dista mucho de los protocolos de otras licencias de piloto militar o civil: “Las medidas de seguridad para el vuelo son exactamente las mismas. Porque, aparte de la seguridad de los ocupantes, que aquí no los hay, está la de la población y de las otras naves. Así que es igual de necesario que se respete el espacio aéreo, que haya controladores implicados…”.

Pero sí hay una gran diferencia. En aviación se suele decir que un piloto vuela, navega –sabe ir de un punto a otro– y comunica; pero en el caso de los pilotos militares se añade el elemento combate, “en su sentido amplio: labores de inteligencia de vigilancia, adquisición de objetivos, transporte de tropas y material…”, nos cuentan desde la base de Matacán.

Por ahora, se forman “operadores” (así llaman a estos pilotos) para UAV de observación, ya que son los únicos que maneja España, pero cuando el Milano esté listo, “la formación para misiones de combate será muy específica; es lo que llamamos perfeccionamiento”. Hoy día, el Ejército español admite entre los alumnos de esta Escuela a cualquier tipo de militar sin formación específica, pero es probable que los requisitos cambien para estos aviones más grandes y poderosos. La propia OTAN está tratando de homologar los títulos y la formación del personal de vuelo.

Llegado el momento de la verdad, “el ambiente del centro de control es fundamental”, advierte nuestra fuente militar. “La ventaja de los drones es que el operador está a miles de kilómetros de la misión y no sufre el estrés de vibraciones, ruido e incomodidad de la cabina de un avión”, lo que puede mejorar mucho el aguante y la concentración.

Debe “recrearse el ambiente de un vuelo en condiciones instrumentales, es decir, como si fuera de noche o sin visibilidad, que es cuando trabajas con los datos del instrumental, y no con la vista y las sensaciones”. De otro modo, “existe el peligro de no sentir la tensión del combate” y, quizá, de perder la noción de lo delicado de una operación donde están en juego la vida de las personas y el dineral que cuestan los aviones. Y esto no es un videojuego. Es la vida real. Es la guerra. Y España quiere jugar.

 

El Milano y sus hernanos

Pesa cerca de 1.000 kg, podrá llevar armas y tendrá una autonomía de 20 horas. Se podrá controlar desde España aunque esté actuando a miles de kilómetros.

Si toda la tecnología española se convirtiera tan rápidamente en productos comerciales, otro gallo nos cantara. Aquí, la investigación y los desarrollos que el Instituto Nacional de Técnica Aeroespacial (INTA) se han convertido ya en varios modelos de UAV (Unmanned Aerial Vehicle), que es como se llama en el gremio a la familia de drones y demás vehículos. Todos son de observación y, según el INTA, “son capaces de realizar misiones automáticas que pueden modificarse sobre la marcha” a medida de la información que vayan obteniendo.

Me llamo Alo

Solo tiene 3,5 m de envergadura y funciona por radiocontrol (hasta 50 km). Pesa 55 kg y tiene una autonomía de entre 3 y 4 horas. Misiones de observación.

SIVA, el gran orgullo del INTA

Con casi 6 m de envergadura, 7 horas de autonomía y 300 kg de peso, es la estrella de los UAV nacionales. Lleva una potente cámara para espectro visible e infrarrojo.

El proyecto Pelícano

Es un pequeño helicóptero fabricado por Indra, muy útil para observación de emergencias, como fuego y escapes.