Cuando te pones delante del retrato de Giovanna Tornabuoni en una sala del Museo Thyssen, percibes su rostro inexpresivo y su perfección pictórica, pero ni te imaginas lo que hay detrás. Unos pisos más arriba, en el taller de restauración: cámaras de la más alta resolución; microscopios de gran potencia y hasta máquinas de rayos X e infrarrojos velan por que estas obras de arte, con siglos a sus espaldas, no pierdan ni un ápice de su esencia. “Las obras suben aquí para realizarles un control periódico, porque van a viajar a otro museo cedidas y debemos hacer un informe exhaustivo de su estado o porque se ha detectado algún problema en ellas que hay que solucionar”, comenta Ubaldo Sedano, director de restauración del Museo Thyssen.
Además, en sus instalaciones hay un laboratorio que nada tiene que envidiar al de un departamento de criminalística, en el que un bioquímico recoge pruebas de los cuadros “enfermos” para determinar en qué estado está cada capa de pintura. Hay incluso una máquina de envejecimiento que simula qué pasará con los materiales usados para “curarlos”.
Para estudiar el estado en que se encuentra cada cuadro también se hacen fotografías de aproximación y de infrarrojos (disponen de la primera cámara de infrarrojos digital que se ha fabricado). Así se desvela lo que el ojo humano no ve: cada grieta, cambios de color en el barniz, etc.
Microcirugía a Lichtenstein
Un microscopio Leica M-650, fabricado para operaciones de microcirugía de gran precisión, revisa la superficie de los cuadros para detectar posibles deterioros, pérdidas, etc. Cuando llegamos al taller, sobre la mesa, estaba Mujer en el baño, de Roy Lichtenstein preparándose para la exposición de Mitos del Pop.
Cuando un cuadro es prestado, se le coloca un chip que “chiva” al equipo de restauración, por medio de un programa informático, en qué condiciones de temperatura y humedad se encuentra la obra en todo momento.
Alicante. Una portería de fútbol
Las porterías del Mundial de Fútbol de Brasil han sido “vestidas” con las redes de El León de Oro, una empresa española radicada en Callosa de Segura (Alicante). ¿La razón? Esta empresa está dotada con la maquinaria más moderna e innovadora que hay en el mercado. Sus telares, de última generación (denominados de doble frontura), sacan la red totalmente tejida y la dotan de una estructura más resistente e imposible de deshilachar. Además, estas redes están fabricadas en prolipropileno de alta tenacidad (el mismo material que se utiliza para fabricar correas para perros) e incorpora tecnología “sin nudos”, lo que evita que estos se desplacen (un problema bastante habitual con las más antiguas). Y además, según Daniel Cantó, responsable de calidad de esta empresa: “Disponemos de un laboratorio de I+D+i en el que realizamos todo tipo de ensayos para comprobar la resistencia y el envejecimiento de los materiales a largo plazo”.
Nuestra experta Ana Pérez recorrerá durante los próximos meses España, de la mano del NUEVO RENAULT CLIO, para descubrirnos la tecnología que no se ve detrás del arte, la comida, el deporte…