Los madrileños están crecidos desde que cuentan con una flota pública de bicicletas eléctricas. Ahora desdeñan la montaña rusa de la orografía de su ciudad, aliviados por los benditos motores. Y anhelan una urbe donde los ciclistas, sufridos segundones en el caos vehicular, se sientan como Indurain subiendo el Tourmalet. Sus sueños son limpios, ajenos al rumor que este adelanto técnico lleva años protagonizando en el ciclismo profesional, un runrún que ha arraigado con fuerza en el pelotón. Las sospechas de engaño han desprestigiado la tecnología redentora y han vuelto a poner este deporte como ejemplo en un nuevo capítulo del manual del tramposo: el del dopaje mecánico.
La Unión Ciclista Internacional (UCI), responsable de mantener aseada la vapuleada integridad del ciclismo, introdujo nuevas sanciones para ciclistas y equipos infractores el pasado enero. La decisión no fue fruto de las declaraciones del ingeniero húngaro István Varjas, quien afirma haber fabricado estos motores, ni del revuelo que han montado vídeos como el de la bici de Ryder Hesjedal, cuya rueda sigue girando de manera sospechosa después de caerse en la Vuelta de 2014. La UCI apoyó la decisión en un informe encargado a una comisión independiente.
Parte de la información del texto se apoya en entrevistas con personas relevantes en el sector. Presumiblemente, como la que el exciclista británico Chris Boardman, reconvertido en fabricante de bicicletas, afirmó al diario de su país The Telegraph haber tenido con la organización hace seis años. El medallista olímpico les demostró que puede esconderse un motor que añada al ciclista un 40 por ciento de potencia. “Sería justo decir que hubo un silencio de asombro cuando terminé”, resumió al periódico.
La trampa es inevitable
La UCI lleva años inspeccionando bicicletas en busca de motores ocultos, sin resultado. Quizá porque no saben lo que buscan y, posiblemente, porque tengan la relajante convicción de que esconder un motor es ir demasiado lejos; de que, una vez descubiertos, tanto el corredor como su equipo serían expulsados para siempre. Pero eso es discutible: Fred Lorz estuvo a punto de recibir la medalla de oro de maratón en los Juegos Olímpicos de San Luis 1904, tras recorrer 18 kilómetros en un coche conducido por su entrenador. Se le sancionó de por vida, pero se levantó el castigo. Y la historia de Lorz está condenada a repetirse.
“La trampa forma parte de la estructura misma del deporte, tal y como la verdad y la mentira van juntas”, explica el vicepresidente de la Asociación Española de Filosofía del Deporte, Jesús Ilundain-Agurruza. “El problema no son los casos aislados de dopaje, sino cuando estos se vuelven sistémicos y sistemáticos, como vimos en los años noventa y la primera década del 2000 en ciclismo”, añade el también profesor de Filosofía de la Universidad de Linfield (Estados Unidos).
La afirmación es de una obviedad engañosa cuando se habla de tecnología. Las propias federaciones establecen las prohibiciones. Y no es fácil discernir cuándo los avances tecnológicos sirven para que se beneficien unos pocos o para que mejore el rendimiento de todos, como cuando la primera pista de material sintético favoreció que se corrieran los cien metros lisos en menos de diez segundos por primera vez, en 1968.
Si fuera sencillo, no se habrían batido más de 60 récords mundiales de natación vistiendo un traje de baño que actualmente es ilegal, el LZR de Speedo. La Federación Internacional de Natación (FINA) permitió que los nadadores usaran este equipamiento en los Juegos Olímpicos de Pekín 2008. La prenda, diseñada en colaboración con la NASA, acompañó en 23 de los 25 récords del mundo que se rompieron. En los Mundiales del año siguiente cayeron otros 43 y la FINA decidió prohibir su uso, pero mantuvo los registros.
Cada oro tiene su precio
“Los deportes se basan en las ineficiencias voluntariamente aceptadas”, profundiza Ilundain-Agurruza. “En fútbol decidimos manejar el balón con los pies, a pesar de que sería más eficiente hacerlo también con la mano, y en rugby pasamos solamente hacia atrás”, explica. Vencer la ineficiencia es cuestión de entrenamiento, pero también de una onerosa ingeniería que construye murallas entre competidores.
Por ejemplo, Reino Unido gastó más de 4.000 euros cada día que pasó la triatleta Lucy Hall depurando su postura sobre la bici en el túnel del viento, como preparación de los Juegos Olímpicos de 2012. Con este apoyo, no es extraño que los talentos británicos suelan acabar en el podio de casi todas las pruebas olímpicas de ciclismo. Tampoco sorprende que los keniatas, los etíopes, los eritreos, no pedaleen, pese a que los atletas africanos sean los más resistentes.
“Pero a mí no me gusta hablar de dopaje de ningún tipo, porque está prohibido”, advierte el ingeniero industrial y profesor del Instituto Nacional de Educación Física de Cataluña (INEFC) Josep Maria Padullés, quien tiene una experiencia de décadas como entrenador de máximo nivel. También como investigador en el campo de la mejora del entrenamiento, un terreno donde ha desarrollado herramientas de referencia en el campo de la fuerza. Y para que no muera el espíritu olímpico, ofrece algunos, libres y gratuitos, a través de la red.
El sospechoso milagro paralímpico
“Donde sí diría que algunos pueden tener ventajas sobre otros es en el deporte paralímpico”, admite Padullés. El equipamiento aquí tiene una importancia absoluta. De hecho, el récord mundial de 800 metros en silla de ruedas bajó ¡23,5 segundos en 35 años!
Tanto ha mejorado el equipamiento de estos atletas, al menos de los que pueden permitirse afrontar la inversión, que el brasileño Alan Oliveria declaró hace tiempo que estaba valorando la posibilidad de emular a Oscar Pistorius y convertirse en el segundo atleta paralímpico en competir con los más rápidos, en los Juegos Olímpicos que se disputarán este verano en la ciudad brasileña de Río de Janeiro. Por supuesto, Oliveira no se ha librado de las acusaciones de dopaje tecnológico.
Fue el propio Pistorius quien cargó las tintas contra él cuando le venció en los 200 metros por 0,07 segundos. Según el sudafricano, haber sido más rápido, aunque fuera por una diferencia tan insignificante, fue debido únicamente a que vestía prótesis diez centímetros más largas que las suyas.
Pistorius se retractó más tarde de sus palabras, pero no sin dejar claro que el dopaje tecnológico existe y es una realidad incómoda. Pero es inevitable, pues el deporte de competición se resume en una sencilla pugna: las leyes de los hombres contra las leyes de la física… y siempre ganan las mismas.