ENAIRE, empresa pública española, gestionará los vuelos de las primeras demostraciones con aerotaxis en España previstas para este 2022 en Barcelona y Santiago de Compostela

Sofia Greaves, Universidade de Vigo

Las ciudades tienen una dimensión vertical. Se han desarrollado hacia arriba desde principios del siglo XX, cuando Nueva York consiguió su icónico skyline y los rascacielos se convirtieron en símbolos materiales de crecimiento y la modernidad en todo Occidente. Las ciudades están adquiriendo ahora una nueva verticalidad: los “taxis voladores”.

Es la realización de un sueño de hace unos 110 años, cuando planificadores urbanos imaginaron ciudades en las que “aviones parecidos a abejas podrían flotar de terraza en terraza”. Como fantaseaba un ingeniero:

“Cuando se haya conseguido este resultado, el aspecto de nuestras ciudades cambiará, ya que cada terraza se convertirá en un lugar de parada para estos automóviles aéreos. Podremos posarnos en una terraza tras otra y remontar el vuelo a voluntad (1910, p364)”.

Stephen Fitzpatrick, director general de Vertical Aerospace, fabricante británico de los vehículos EVTOLS, sostiene que sus “nuevos productos y servicios mejorarán la vida de todos en el Reino Unido. Y para todo el planeta”.

El taxi volador se anuncia como “un modo de transporte futurista que puede revolucionar potencialmente la forma en que nos desplazamos”, promete reducir la congestión de las carreteras, y acercarnos al transporte de emisiones cero, haciendo posible el vuelo desde “aeropuertos existentes, ubicaciones rurales y nuevas bases en el centro de la ciudad”.

Sin embargo, antes de invertir en ellos parece inteligente mantener un debate sobre si realmente son una solución al cambio climático, una revolución, si ofrecen oportunidades únicas para el futuro tal y como nos cuentan.

¿De verdad son una solución al cambio climático?

La perspectiva de un vuelo sin ruido parece mejor que la actual contaminación acústica causada por los coches. Pero, como muchos han argumentado, la producción de vehículos eléctricos, y los taxis voladores a punto de aterrizar en nuestras vidas lo son, requiere materias primas como el litio, que son finitas.

La etiqueta “cero emisiones” sólo es aplicable porque se refiere a las “emisiones de funcionamiento”: el impacto de la producción se desplaza a otro lugar, mientras que los taxis voladores sigue contribuyendo al cambio climático y a la destrucción de los ecosistemas y pueblos indígenas. Como un cigarrillo inhalado en el Reino Unido y exhalado en Bolivia, donde el periodista Cédric Gerbehaye ha documentado ‘la fiebre del oro blanco’ y sus impactos.

Respuestas comunes a esta crítica incluyen: “¡Hay que empezar por algún sitio!” y “Las baterías de litio son una solución temporal, un parche a la espera de los combustibles de hidrógeno”.

Estos argumentos son muy poderosos porque consiguen trivializar el conjunto concreto de problemas medioambientales que crea una tecnología en el presente, frente a la fe en que la tecnología puede arreglar las cosas en el futuro. De ahí que el “cambio climático” no sea un argumento convincente contra los helicópteros, porque se han presentado como una solución al propio “cambio climático”.

El taxi vertical es un ejemplo de un problema medioambiental –el cambio climático– convertido en un problema tecnológico (cómo puede la tecnología “arreglarlo”). Este razonamiento se ve en el lenguaje de la empresa Vertical, que sostiene que “La descarbonización del transporte es fundamental para el futuro de nuestro planeta y por eso Vertical está orgulloso de transformar la movilidad”.

¿Solucionará el taxi los problemas de las ciudades congestionadas?

Los efectos del helicóptero vertical en nuestro comportamiento y consumo son realmente inciertos. Las investigaciones realizadas en París han demostrado que el espacio vial liberado da lugar a la movilización de viajes “que no se producirían si las carreteras están congestionadas”. Entonces “la congestión del tráfico urbano tiende a mantener un equilibrio autolimitado”. Puede que tengamos más tráfico que antes. Esto significa que, con más espacio libre, el vertical, viajaremos y nos moveremos más. Como ha escrito Michael Barnard, “los taxis de despegue vertical son una solución en busca de un problema”.

¿Una solución para la economía y el bienestar?

Esta tecnología introducirá otros problemas e incertidumbres. La tecnología es política, como argumentan los investigadores de políticas científicas Ian Scoones y Andy Stirling: “Estos debates ignoran muy a menudo cuestiones políticas más importantes sobre qué dirección dar a la innovación tecnológica, cuales son sus implicaciones, la incertidumbre asociada, quién gana y quién pierde, etc.”. ¿Quién tiene la capacidad de redefinir la identidad colectiva a través de una tecnología? ¿Cómo afecta eso a la vida de los que no tienen poder de decidir que tecnología utilizar?

Geoff Boeing, profesor de planificación urbana de la Universidad del Sur de California, describe el vuelo vertical como una tecnología de segregación urbana: “Si puedes pagar, puedes saltarte la cola”. Hay que pensar también en la naturaleza: ¿Perderán las ciudades el sonido de los pájaros? ¿Cambiarán los patrones de migración?

¿Estimulará la economía y creará empleo?

La productividad y el empleo han sido durante mucho tiempo los factores de legitimidad del desarrollo tecnológico. La “innovación” crea puestos de trabajo y estimula el crecimiento económico porque aumenta la eficiencia y productividad.

Entonces Vertical se justifica diciendo que el helicóptero puede solucionar los “problemas” económicos del Reino Unido: “Devon y Cornualles están muy por debajo del resto del Reino Unido en cuanto a productividad”.

Los defensores del decrecimiento argumentan que el aumento de la productividad no es la única clave para el bienestar humano. Suponen que es esencial un cuestionamiento más amplio del concepto de tiempo, producción y de bienestar. Si se empiezan a replantear estos valores, se pueden aceptar diferentes tipos de movilidad. Parece que los habitantes de Devon y Cornualles son los más felices del Reino Unido. ¿Quieren ser ‘arreglados? En cualquier caso, no se deduce que la riqueza generada se distribuya de forma equitativa.

No hay pruebas de que el crecimiento económico pueda desvincularse del impacto climático en términos absolutos. Este argumento ha sido firmemente “desacreditado”. Entonces el impacto más amplio del taxi vertical puede anular los beneficios que aporta a través de la “emisión [operativa] cero”. Es fundamentalmente una forma más de producción, que se acompaña de redes globales de subministro, nuevos mercados y, como consecuencia, de un aumento del consumo en general. Por lo tanto debemos preguntar, ¿cuál es el impacto más global de estos trabajos?

¿El futuro de la movilidad?

En relación con este problema, es importantísimo considerar que el helicóptero generará expectativas tecnológicas a escala mundial. Fitzpatrick lo sabe: “Las lecciones aprendidas y los éxitos en Gran Bretaña se convertirán en la hoja de ruta para todo el mundo”. Esta tecnología crea un modelo para las movilidades que deberían tener ‘las ciudades modernas’ y ‘verdes’. Crea un idea muy limitada del desarrollo tecnológico y del ‘futuro’ en sí mismo.

El director general de ENAIRE, empresa pública española que gestionará los vuelos de las primeras demostraciones con aerotaxis en España previstas para este 2022 en Barcelona y Santiago de Compostela, afirma:

“ENAIRE, como entidad pública del Ministerio de Transportes, Movilidad y Agenda Urbana, está dispuesto a ejercer su responsabilidad y generar un efecto tractor y facilitador de las empresas del sector privado u organismos públicos interesados para permitir que España pueda situarse entre los líderes en el desarrollo y operación de este nuevo sector”.

Algunos ven ‘el futuro’ como un lugar lleno de helicópteros eléctricos. Bien. Otros sostienen que esta es sólo una versión posible del futuro; necesitamos, como escriben Scoones y Stirling, “modernidades múltiples” y definiciones plurales de “progreso”. Las ramificaciones de tener un solo modelo influyente están claras: los gobiernos se sienten obligados a “ponerse al día” adoptando ciertos modos de vida. Si no, podrían parecer atrasados.

Taxi vertical en Santiago de Compostela

En algunos casos, lleva a la adopción de “soluciones” en lugares donde no tiene sentido desde el punto de vista medioambiental y social. Santiago de Compostela es una ciudad medieval a la que se puede ir andando a la mayoría de los lugares. Pero la Xunta de Galicia está financiando una iniciativa de taxi vertical, así que “la capital gallega será una de las sedes que albergarán las primeras pruebas de este sistema”. ¿Tendremos todos que “evolucionar” hacia un modelo de ciudad vertical promocionada como “verde” y “moderna” para no ser estigmatizados por vivir en ciudades sucias y “atrasadas”? ¿Cómo repercutirá esto en la dirección de la financiación gubernamental?

Bueno, ¿y entonces cómo nos movemos?

Existen métodos probados, transportes y formas de organización urbana que reducen las emisiones de carbono y cambian el comportamiento (como se demuestra en París y Pontevedra con la ciudad de 15 minutos, por ejemplo). Estas soluciones no necesitan privatizar el cielo ni dañan el medio ambiente.

Como Pontevedra demuestra, cambios en la movilidad futura requieren el apoyo de los gobiernos, que influyen también en el tipo de desarrollo tecnológico en nuestras ciudades y sociedades. Los gobiernos tendrán que decidir si invertir dinero en el transporte público o financiar compañías privadas. Es necesario discutir las opciones y señalar otras posibilidades.

¿Qué métodos de transportes y tecnologías queremos como sociedad? ¿Qué es el ‘progreso’ para nosotros? ¿Es un taxi vertical o es una ciudad conectada a los alrededores por trenes, que son más verdes que los coches, y carriles para bicicletas y alfombras mágicas para que el movimiento de las bicicletas generare electricidad para alimentar las luces de la calle, las tiendas y filtrar el agua?The Conversation

Sofia Greaves, Postdoctoral Researcher, Universidade de Vigo

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.