Son las 6 de la mañana. Tras un importante madrugón tienes que meterte un vuelo entre pecho y espalda de 2 horas y media entre Madrid y Canarias. Pero, problema, un bebé de pocos meses comienza a llorar a tu vera nada más despegar. Y no para, y cada vez te pone más nervioso, y sigue llorando… Y te planteas preguntas de todo tipo, ¿tiene hambre? ¿Se ha hecho caca? ¿Es que los padres no saben calmar a su hijo? Y te desesperas aún más… Pero solo puedes ser comprensivo, si están en ese estado tiene que ver con su anatomía, la cual está en pleno proceso de desarrollo.
Existe una razón para que se encuentren en tal estado de dolor y tiene que ver con la presión que sienten en los oídos. Así lo confirma el doctor británico Simon Baer, médico especialista en otorrinolaringología en Reino Unido: «Ciertamente, una de las principales razones por las que los bebés lloran es porque no son buenos en el equilibrio de la presión en el oído medio, ya que la trompa de Eustaquio (un pequeño tubo que conecta esta zona con la garganta y que está detrás de la nariz) no funciona de la misma manera que en adultos».
Para que os hagáis una idea, este tubo es el encargado de controlar la presión en el oído medio, de tal manera que se iguale con la presión del aire de fuera del cuerpo. La trompa de Eustaquio permanece cerrada la mayor parte del tiempo y solo se abre cuando bostezamos, masticamos o tragamos, permitiendo así que el aire atraviese el «camino» que hay entre el oído medio y la garganta. Si la presión atmosférica cambia de forma repentina, el oído se tapona. Nosotros, como adultos, somos capaces de tragar o bostezar para eliminar esa sensación, pero los «pequeñajos» de la casa no son capaces. Baer apunta que la presión es más problemática cuando los aviones comienzan a descender, así que si los bebés lloran al final del trayecto es incluso más común, ya que el cambio de una presión atmosférica baja a una relativamente superior puede ser más problemática: «Los aviones modernos están presurizados hasta cierto punto, pero siguen existiendo cambios significativos de presión de aire en el avión con respecto a la Tierra cuando se vuela a 30.000 pies de altura».
¿Cómo podemos evitar que los bebés lloren?
Baer apunta a 3 formas que pueden ayudar: «Primero, asegurarse de que está despierto tanto en el despegue como en el aterrizaje. Por otro lado, que el bebé esté chupando una botella en ambos momentos, y por último, evitando volar si está sufriendo algún tipo de infección del tracto respiratorio superior».
Aunque esta última parece una idea que no todo padre está dispuesto a cumplir, sobre todo si el viaje es una necesidad. Así que en gran parte de los casos, tocará armarse de paciencia, porque seguramente acabará volando…
Fuente: LiveScience
Alberto Pascual García