Todo comenzó en 1995, como un aburrido encargo de trabajo en un zoo. Para entonces, Henry Horenstein ya era un prestigioso fotógrafo formado con maestros como Harry Callahan, Aaron Siskind y Minor White. Se dedicó a matar el tiempo disparando su cámara, una Canon de 35 mm, a las criaturas que se exhibían a su alrededor. “Lo hice para mí, en blanco y negro,” recuerda, “pero me gustó el resultado y decidí continuar”. Y ya puestos, el autor de muchos de los manuales de fotografía más utilizados en los últimos tiempos se empeñó en aportar su granito de originalidad a la ya trillada tarea de plasmar en papel o diapositiva a otros seres vivos.
Encontró su camino en una nueva manera de contemplar el entorno: “No quería limitarme a documentar animales sin más, por eso decidí hacer abstracciones”. Para ello recurrió a estrategias de concepto –como “elegir planos cortos y prescindir del color”– y selectivas –“me concentré en los detalles, el misterio, lo extravagante y a veces también la sensualidad de los animales”–. Los años pasaban, el proyecto iba creciendo y Horenstein acumulaba con él aún más conocimientos sobre el intrincado mundo de la fotografía.
El artista se presentó en zoos, acuarios y museos como un visitante más, para realizar su trabajo en las instalaciones disponibles y con la iluminación habitual de cada una de ellas, derrochando infinitas dosis de paciencia en el proceso.
Aprender trabajando
Además de adaptarse al caprichoso comportamiento de sus modelos, tuvo que lidiar con otros factores “ambientales”, como las hordas de escolares que frecuentaban sus escenarios de trabajo, o las circunstancias particulares de estos. “El proceso me enseñó muchos trucos técnicos, como colocar la lente plana contra un cristal, para evitar reflejos. Pero sobre todo, aprendí a mirar más de cerca. Hay cosas que solo llegan a verse así. Y muchas de ellas te sorprenden”.
Precisamente esa sorpresa es la que Horenstein desea transmitir al lector de su libro Animalia. En él se recogen los frutos más exquisitos de un trabajo que le llevó seis años. En una nota del autor al comienzo de la obra ha insistido en explicar que su intención no es presentar el reino animal desde una perspectiva naturalista. Los que le interesan son ciertos aspectos artísticos, como una buena composición, una luz adecuada y un motivo sugerente. “Me preocupa mucho más la imagen que su significado”, precisa. “Me parece muy bien que los?espectadores atribuyan su propio sentido a las fotografías. De hecho, prefiero que así sea.”
Esa idea de fondo se aprecia en la presentación de los motivos, y surte efecto. Seguro que en estas páginas te sorprendes pensando a quién te recuerda el mono (o la raya), qué estará elucubrando el pez y qué pieza músical puede haberles marcado el ritmo a las medusas.
Redacción QUO