El cáncer se ha llevado a los 66 años a Michael Crichton, uno de los clásicos menores de la ciencia ficción literaria. Menor, por supuesto, si se le compara con gigantes como Robert Heinlein o H. G. Wells, pero que en el fondo fue un escritor bastante notable. Es cierto que firmó novelas decididamente mediocres, como Parque Jurásico (una gran idea argumental pobremente desarrollada), pero también alumbró otras realmente magníficas como La amenaza de Andrómeda que le convierten en (según mi humilde juicio) el mejor autor de best sellers después de Frederick Forsyth.
Pero su carrera como novelista es de sobra conocida, por eso quería reseñar aquí su faceta menos difundida: la de director de cine. Crichton debutó tras las cámaras en 1971 con una película convertida hoy en filme de culto, Almas de metal (Westworld). Considerada una especie de antecedente de Blade runner, la cinta giraba sobre un parque temático en el que el turista podía simular vivir aventuras y emociones fuertes, luchando contra robots programados siempre para perder. Bueno, hasta que los androides empiezan a razonar por sí mismos y deciden que van a comenzar a ganar. Un título magnífico, protagonizado por Yul Brynner en el papel de un robot pistolero, ataviado con el mismo atuendo que lucía en Los siete magníficos.
Crichton dirigó siete películas más, pero personalmente destacaría dos. El gran asalto al tren (1976), un delicioso relato de aventuras victorianas, en el que Sean Conney y Donald Sutherland son dos ladrones que roban la nómina destinada a los soldados británicos que combaten en Crimea. Y el otro es Runaway, brigada especial (1984), sobre un científico enajedado capaz de alterar los chips que controlan los electrodomésticos para convertirlos en artilugios asesinos. Tom Selleck era el policía encargado de detener los asesinatos. Frente a él, Gene Simmons, el líder del grupo Kiss, interpretaba al sabio demente.
Vicente Fernández López