Porque no la escuchamos en toda su amplitud. Es decir, la voz, como cualquier sonido o instrumento, tiene una frecuencia principal (la más importante) y otras secundarias, que se llaman armónicos. Bien, pues como el micrófono del teléfono, la grabadora que lo registra y el auricular por el que nos escuchamos nunca son de mucha calidad, algunas de esas frecuencias no se recogen. Es decir, se pierden matices que normalmente sí oímos. Otros sonidos que tampoco se registran son los ecos imperceptibles de la sala desde la que se habló.
Redacción QUO