A pesar de que los mamíferos que solo comen carne están perdiendo la capacidad de detectar el sabor dulce, según un reciente estudio encabezado por Peihua Jiang, los humanos del mundo desarrollado perdemos algo más que la cabeza por él. En los últimos 50 años, el consumo de azúcar en todo el mundo se ha multiplicado por tres, mientras la obesidad se ha convertido en la mayor epidemia de nuestro tiempo y contribuye en gran parte a los 35 millones de muertes anuales por enfermedades como la diabetes, las afecciones cardíacas y el cáncer.
El problema ha alcanzado tales dimensiones que algunos gobiernos han empezado a recurrir a una vía drástica para apartarla de sus ciudadanos: apretarles el bolsillo. Francia, Dinamarca, Finlandia y Hungría ya han aprobado impuestos para los alimentos con alto contenido en azúcares añadidos (algunos de ellos gravan también el exceso de sal o grasas), y en enero un estudio de las Universidades de California y Columbia (EEUU) proponía una tasa de 1 centavo por onza (0,23 € por litro) para las bebidas azucaradas. Además de proteger la salud de los estadounidenses, el Estado podría así ahorrar en gastos de salud e ingresar unos dólares extra.
Esta opción de fiscalizar los productos “perjudiciales” quedaba recogida también entre las medidas propuestas por la ONU el pasado septiembre para que los gobiernos garanticen el derecho a una alimentación saludable. La Organización sugería que el dinero recaudado se invirtiera en bajar los precios a los alimentos más saludables. De esta forma se evitaría una de las principales críticas a estas medidas: que terminen perjudicando a los hogares más pobres.
Más recientemente, un artículo en la revista Nature defendía un plan de actuación social contra el azúcar similar a los dirigidos al alcohol y el tabaco. Sus autores, encabezados por Robert Lustig, aseguran que cumple los cuatro criterios de riesgo de estos: está tan presente en la sociedad que es difícil evitar su consumo, resulta perjudicial para la salud, tiene gran potencial para abusar de ella y ejerce un impacto negativo en la sociedad (el estudio la califica de “amenaza a la seguridad nacional”, ya que el 25% de los aspirantes a soldado en EEUU son rechazados por obesidad). El plan comenzaría con una amplia campaña de concienciación que lleve a los consumidores a una dieta responsable, más allá de consideraciones presupuestarias.
Consecuencias para la salud
El peligro del azúcar no sólo reside en que sus calorías nos hagan engordar. En las cantidades que consume el americano medio:
Modifica el metabolismo.
Aumenta la presión arterial.
Altera de manera decisiva la función de las hormonas.
Causa daños significativos al hígado (el efectos adverso del azúcar que menos ha llegado a comprenderse).
Según el estudio encabezado por Robert Lustig, estos daños son comparables a los causados por el consumo excesivo de alcohol. Los investigadores destacan que la obesidad no es la única consecuencia preocupante de ingerir demasiado dulce. Un 40% de las personas con síndrome metabólico, una modificación del metabolismo que puede provocar cáncer, diabetes o enfermedad cardíaca, no presentan obesidad mórbida.
Algunas cifras
17.000 millones de US$ se ahorrarían en salud en EEUU con una tasa a los refrescos (2010-2020)
Los casos de muertes prematuras descenderían en 26.000
El porcentaje de diabéticos bajaría un 2,6
30% más de personas obesas que infraalimentadas hay ahora en el mundo
Pilar Gil Villar