A pocos kilómetros del Coliseo, en la Vía Apia, el corazón del antiguo Imperio Romano, el célebre «Ave Cesar, morituri te salutant» ha vuelto a resonar, ya que cientos de turistas de todo el mundo hacen cola para apuntarse en una escuela en la que se aprende a luchar como los gladiadores. La experiencia comienza con una visita al museo creado por la Asociación Grupo Histórico Romano, donde se pueden tocar, pesar y usar las armas de los gladiadores: cascos, viseras con agujeros para cubrir el rostro, escudos cuadrados, ovalados y circulares, correas entrelazadas, espinilleras, lanzas, puñales o cinturones.
Luego, un lanista (nombre que recibían los preparadores de gradiadores) vestido con una antigua túnica romana, adiestra a sus estudiantes en las técnicas para esquivar los golpes con sacos de arena, y a dominar los reflejos con un complejo sistema de bastones. En la siguiente fase del adiestramiento, los aprendices de Espartaco practican primero con espadas de madera y, cuando ya han adquirido cierta destreza, pasan a usar las gladius (espadas cortas romanas), aunque con los filos mellados para no cortarse.
Todas las armas son fabricadas por la propia escuela que, por cierto, también admite niños entre sus alumnos. En la escuela se ocupan además de desmentir uno de los errores históricos más difundidos sobre los gladiadores: la creencia de que el emperador indicaba con la posición del dedo pulgar el destino del vencido en el combate. Al parecer, lo que sucedía en realidad es que si extendía el brazo con la mano tendida hacia delante el derrotado vivía y si cerraba el puño era ejecutado.
Cada curso tiene un coste medio de cien euros y hay que decir que la iniciativa está resultando todo un éxito. Así que si alguien sueña con emular a Russel Crowe, ya tiene destino para sus próximas vacaciones.
Redacción QUO