En un bosque tropical de Birmania, cien millones de años atrás, un pequeño camaleón se arrastraba por la foresta cuando un golpe de resina, de alguna conífera, lo sepultó en ámbar hasta nuestros días. Del tamaño de una moneda de cinco céntimos, este animal ha llegado a nosotros junto a otros 11 reptiles, todos extraídos de una mina de ámbar en este país del Sudeste Asiático.
Si en la novela y luego en las películas de Jurassic Park, los científicos extraen sangre de los especímenes conservados en resinas fosilizadas, los expertos de verdad buscan eslabones perdidos en la historia de los reptiles, pequeñas claves que permitan saber cómo se desarrolló el árbol de la vida. De los 12 fósiles, tres de ellos, un gecko, una antigua lagartija y el camaleón, se encuentran en un sorprendente estado de conservación.
“Estos fósiles nos permiten saber mucho sobre la extraordinaria diversidad de ciertos reptiles en esta época, algo que desconocíamos hasta ahora – señala Edward Stanley, de la Universidad de Florida y uno de los autores del estudio publicado en Science –. El registro que teníamos hasta ahora era muy escaso ya que es muy difícil que la piel y los delicados huesos de estas pequeñas lagartijas se conserve, especialmente en los trópicos, lo que constituye una ventana extraordinaria a un período crítico de la diversificación”.
Mediante análisis de microtomografía, un método que evita dañar los fósiles y obtener enorme cantidad de datos del tejido blando y los minúsculos huesos. Del gecko, por ejemplo, se descubrió que ya contaba con las almohadillas adhesivas para trepar por distintas superficies. En cuanto al camaleón, su hallazgo nos permite retroceder 78 millones de años más que el especímen más antiguo que se conocía hasta la fecha, lo que cuestiona la teoría de que los camaleones surgieron en África.
Juan Scaliter