Cuando en el instituto nos llevan de la mano para dibujar el esquema de una célula, se imprimen en nuestra memoria nombres tan extraños como orgánulos, ribosomas, núcleo, citoplasma, aparato de Golgi o mitocondria. Cada una de ellas tiene una función y la última de ellas, la mitocondria,es a la célula lo que la batería a un coche, su central energética. Sin ella no habría actividad posible, la vida no sería factible.
O eso suponíamos ya que un reciente hallazgo, publicado en la revista Current Biology, del grupo Cell, podría hacer que tengamos que revisar los libros de texto.
Un equipo de biólogos liderado por Anna Karnkowska se ha “internado” en el intestino de una chinchilla, un sitio con abundantes nutrientes pero escaso en oxígeno y allí han descubierto un organismo unicelular, del género Monocercomonoides, que no solo no necesita mitocondria, sino que no tendría rastro de ella en su genoma. Esta capacidad la habrían adquirido de cierto tipo de bacterias a través de transferencia horizontal.
De acuerdo con declaraciones de Karnkowska a la revista Science “los Monocercomonoides no son un fósil viviente, un reducto de los primeros tiempos de las células eucariotas. Sus parientes más cercanos aún tienen pequeñas mitocondrias, lo que sugiere que esta adaptación es muy reciente en términos evolutivos. Se trata de un ejemplo sorprendente, pero esperamos encontrar más”. Si el descubrimiento de este caso extraordinario nos obliga a reconsiderar importantes conceptos de la biología, la existencia de nuevos ejemplos también tendría notables implicaciones en lo que sabemos sobre evolución.
Juan Scaliter