Mono no es un lago habitual. En absoluto. No solo es tres veces más salado que el océano, también está lleno de carbonato de sodio y bórax, este último un componente fundamental del detergente para la ropa. El alto pH del agua le da una textura resbaladiza y casi aceitosa. Por si fuera poco constituye un ecosistema modelo para muchas investigaciones vinculadas a la astrobiología.
Su química hace que no esté habitado por ningún pez u otro vertebrado, aunque las algas y las bacterias son abundantes. Para una mosca, las profundidades del lago, son un tenedor libre: allí no hay depredadores y sí mucha comida. Sin embargo, solo hay un obstáculo que superar para ser admitido en este todo incluido: es necesario mantenerse seco bajo el agua.
Más de un siglo atrás, el escritor Mark Twain observó un fenómeno curioso eneste lago: enormes cantidades de pequeñas moscas se arrastraban bajo el agua para alimentarse y poner huevos, pero al salir estaban completamente secas.
En su libro Una vida dura (también conocido como Pasando fatigas), Twain escribió: «Puedes mantenerlas bajo el agua el tiempo que quieras, no les molesta, de hecho, están orgullosos de ello. Cuando las dejas ir, salen a la superficie tan secas como un informe de la oficina de patentes, y se marchan tan despreocupadamente como si hubieran sido educados especialmente con el fin de ofrecer un entretenimiento instructivo al ser humano”.
Intrigados por esta cualidad, los expertos en biología Michael Dickinson y Floris van Breugel, han viajado al Lago Mono para estudiar el comportamiento de sus moscas.
«El lago Mono tiene un ecosistema muy delicado y único – explica van Breugel en un comunicado –. Los conservacionistas han luchado mucho para evitar su pérdida. Estábamos interesados en las moscas del lago Mono no solo porque su comportamiento es tan inusual, sino porque son una especie crucial para el ecosistema y la red alimentaria del lago. Las moscas de Mono son un componente crucial para el ecosistema local, ya que actúan como fuente de alimento para las arañas y para las aves migratorias”.
Utilizando una combinación de video de alta velocidad y mediciones de micro-fuerza en las que sumergieron moscas en una variedad de soluciones químicas diferentes, van Breugel y Dickinson descubrieron que las moscas del lago Mono crea una burbuja protectora de aire alrededor de su cuerpo cuando se arrastran hacia el fondo. Esta burbuja es el resultado de un fenómeno llamado superhidrofobicidad, son extremadamente hidrofóbicas. De acuerdo con los resultados, publicados en Proceedings of the National Academy of Sciences, las moscas son capaces de hacer esto porque tienen más vellosidades que otras moscas y cubren sus cuerpos con una cera particularmente efectiva a la hora de repeler el agua rica en carbonato. También tienen grandes garras en sus pies, lo que les permite arrastrarse sobre las rocas bajo el agua al tiempo que resisten la fuerza naturalmente flotante de la burbuja. Sorprendentemente, la burbuja no distorsiona la visión de la mosca.
«No es que las moscas de lago Mono hayan desarrollado una forma nueva y única de mantenerse hidrofóbicas; es que han amplificado las herramientas normales que usan la mayoría de los insectos – añade Dickinson – . Es solo una adaptación de ganancia neta: si bajo el agua no hay depredadores, pero hay mucha comida, allí es donde hay que ir. Simplemente hay que bucear bajo las aguas probablemente más compleja y permanecer seco. Es sorprendente cómo la evolución de estos cambios físicos y químicos a pequeña escala puede permitir que un animal ocupe un nicho ecológico completamente nuevo. En el futuro podríamos aplicar estos conocimientos tanto en la ciencia de materiales, para crear materiales que permanezcan siempre secos, como en neurobiología y así comprender cómo las moscas aprendieron a gatear bajo el agua”.
Juan Scaliter