Si inquirieran en la calle, micrófono en mano, sobre la fantasía más excitante, probablemente la respuesta de más de uno sería: hacerlo en la playa con Angelina Jolie (o el famoso de turno). ¿Y si se lo preguntaran por medio de una encuesta anónima? Sorprendentemente, la respuesta sería la misma. Pero seamos francos: ¿quién se pone a pensar en las olas del mar cuando quiere excitarse? Estas fantasías versión El lago azul responden más a tópicos para quedar bien de cara a la galería que a las verdaderas escenas tórridas que alberga nuestra mente. Prueba de ello son los miles de libros que se han publicado acerca de fantasías eróticas que no despertarían la libido ni leyéndolos con una sola mano.
Da menos vergüenza contar orgasmos
Podemos relatar con pelos y señales a un amigo nuestro último orgasmo, algo que es real y muy íntimo, pero ¿qué hetero confesaría su última fantasía homosexual?
¡No te ruborices! La fantasía con personas del mismo sexo es de las favoritas entre los heterosexuales, al igual que el sexo en grupo y el “sadomaso”. De hecho, hace ya varias décadas que Masters y Johnson, padres de la sexología moderna, junto a Kolodny, investigaron el imaginario erótico de los estadoumidenses y desvelaron al mundo que prácticas como la violación resultaban extremadamente excitantes frente a otras, como hacerlo con un famoso o en un lugar paradisíaco. Para obtener dicha información se les preguntaba directamente a los entrevistados por el contenido de sus fantasías por medio de cuestionarios y autoinformes. Esta metodología, que actualmente se sigue utilizando en investigación sexual, se encontró con una dificultad: el fenómeno de la “deseabilidad social”, es decir, la tendencia del entrevistado a responder lo políticamente correcto ante preguntas escabrosas (ya sabes, hay que “quedar bien”). Por desgracia, eso de no salirnos de la norma no es lo único que nos preocupa a la hora de desnudar la mente erótica. Todavía hay más. Nuestra cultura, muy influida por la moral religiosa y por la idea de que el pensamiento puede ser pecaminoso y arrastrarnos hasta su ejecución, nos obliga una vez más a ser muy recatados. Y es que, según la lógica de la frase “pensamiento igual a acción”, si uno fantasea con ser violado, quiere decir que en el fondo anhela serlo. Todavía en nuestro siglo, esta creencia errónea impide a mucha gente darse permiso para fantasear libremente sobre cualquier contenido: le hace sentirse culpable solo con imaginarlo y, en otros casos, lleva a perpetuar actos contra la voluntad de sus víctimas en pos de la obligatoriedad de hacer realidad aquello que se imaginan. Sin embargo, Masters y Johnson demostraron que aquellos individuos que tenían los anhelos más insólitos no mostraban el menor interés en hacer que se convirtieran en realidad. Nancy Friday, una de las primeras autoras que se dedicó a recopilar fantasías sexuales de mujeres en su obra Mi jardín jecreto (1973) y, posteriormente, de hombres en Sexo varón (1980), también subrayó que entre la fantasía sexual y la realidad pueden existir kilómetros de distancia.
Redacción QUO