La mayoría de los mamíferos observados pueden nadar sin necesidad de aprendizaje, y los que no lo hacen de una manera eficaz, como mínimo son capaces de mantenerse a flote de forma instintiva.
Sin embargo, en los seres humanos este instinto se pierde en los primeros meses de vida. Efectivamente, los bebés también tienen esa capacidad de flotar o sumergirse accidentalmente sin tragar agua. La pérdida de ese instinto viene dada por la necesidad humana del aprendizaje de casi todos nuestros actos. Es decir, la psique domina al instinto y, por lo tanto, surge el temor a perecer ahogado. Ese miedo –que conduce muchas veces a moverse dentro del agua de manera descoordinada y aleatoria, cuando inicialmente se sabía nadar– es una característica más bien racional y cultural que, en este caso, juega en contra de nosotros.
Uno de los mamíferos que no saben nadar es el chimpancé; por eso, es muy común que en los zoológicos y centros de conservación se rodeen sus jaulas con un foso. Tampoco los orangutanes nacen sabiendo, pero pueden aprender si se les enseña,como ves en la foto. Lo que no es cierto es el mito de que los grandes simios le tienen terror al agua.
Ángel Febrero
Experto en Naturaleza
Redacción QUO