Algunas de las mayores hazañas humanas tienen lugar en pocos minutos y en un espacio de apenas unos metros. El 14 de noviembre de 1984, a 340 kilómetros sobre las islas Bahamas, el comandante Dale Gardner saltó desde la cubierta del Discovery y llevó a cabo una de las travesías más escalofriantes jamás realizadas por un ser humano.
Desprovisto de cualquier tipo de sujeción, Gardner avanzó alrededor de 50 metros en la soledad del espacio y se acopló al satélite Westar VI para arrastrarlo de vuelta al transbordador.
Durante aquellos largos e interminables minutos, Gardner tuvo tiempo para sentirse fuera de control, cometer un error fatal que podría haber dado al traste con la misión y contemplar la oscuridad del espacio en busca de algunas respuestas.
“Estoy seguro de que los médicos de Houston”, asegura Dale Gardner, “registraron un incremento dramático de mis pulsaciones, porque recuerdo la sensación de flotar a la deriva y sin control durante los primeros segundos del vuelo”.
La misión STS-51-A del transbordador Discovery tenía encomendada la puesta en órbita de dos satélites y la recuperación de otros dos, el Palapa y el Westar VI, lanzados unos meses antes en una órbita demasiado baja.
La idea era, sobre el papel, sencilla: Gardner debía saltar al vacío desde el transbordador, empujar su dispositivo de enganche (ACD) y avanzar gracias a una pequeña unidad de propulsión de nitrógeno (MMU). Una vez hubiera capturado el satélite Westar VI, Gardner debía realizar el viaje de regreso al trasbordador y llevarlo dentro.
A pesar de que habían ensayado la maniobra varios cientos de veces en la Tierra, pronto surgieron los imprevistos. Gardner se vio obligado a ahorrar combustible para poder concluir la operación y realizó mecánicamente un acoplamiento en el satélite que habían decidido saltarse por un cambio de planes. No se dejó vencer por el pánico y fue capaz de improvisar una nueva estrategia para culminar la tarea con éxito, sin poner en peligro su vida ni el objetivo de la misión.
Hoy, 26 años después de aquella hazaña, Gardner recuerda con extrañeza el episodio. Se siente triste porque el programa Shuttle que le permitió viajar al espacio termina este año y asegura que fueron los momentos más intensos de su vida. Así los ha recordado para Quo: “Por un instante, fue como saltar a un precipicio”.
Pregunta. La primera es obligada: ¿qué sintió en medio de la inmensidad del espacio?
Respuesta. Sí, a menudo me lo preguntan y mi respuesta suele sorprender, pero tiene sentido si lo piensas. Estaba tan ocupado volando con la unidad de propulsión de nitrógeno (MMU), pensando en los siguientes pasos para acoplarme al satélite, que realmente no tuve tiempo de pensar que estaba en mitad del vacío. Después del acoplamiento, hubo un breve período de contemplación, pero la mayoría del tiempo estaba concentrado en el trabajo que tenía que hacer.
P. ¿Hubo algún momento difícil? ¿Sintióque perdía el control?
R. Durante un instante, justo al comenzar el vuelo. Tras colocar el vehículo en la plataforma del transbordador, debía desenganchar mis botas de las sujeciones de seguridad y saltar al espacio. Aunque estaba bastante acostumbrado a la ingravidez y a flotar a aquellas alturas de la misión, experimenté una sensación curiosa, similar a la de “saltar de un precipicio” y un poco de incertidumbre sobre si las leyes de la física y la resistencia de la MMU me iban a dejar colgado. Así que efectivamente: durante los primeros segundos me sentí sin control, pero en cuanto la MMU respondió a mis movimientos, esa sensación se disipó por completo.
P. ¿Cuál era su principal preocupación durante el vuelo?
R. La principal, el ahorro de combustible. La configuración que usamos forzaba los propulsores y ahorrar combustible estaba todo el tiempo en mi cabeza. De hecho, tras acoplarme al satélite hubo un gran retraso hasta que el transbordador pudo acercarse a mí, así que apagué completamente los propulsores. Aquello significaba que el satélite y yo girábamos de forma incontrolada, pero esto ahorró el combustible que más tarde necesité para aproximarme a la nave y empujar el satélite.
P. ¿Qué habría sucedido si se hubiera quedado sin combustible? ¿Alguna vez pensó en ello?
R. No habría sido un problema. El transbordador habría usado sus propios propulsores para acercarse a mí y que yo me agarrara al brazo robótico u otra cosa en la cubierta de carga. Así que quedarse sin combustible no fue un problema de seguridad, pero podría haber comprometido la misión de no haber sido capaces de capturar el satélite.
P. Mientras regresaba con el satélite hacia el tran sbordador cometió un error. ¿Qué ocurrió? ¿Le entró el pánico?
R. Me desenganché del satélite en la forma que habíamos ensayado en tierra, en lugar de usar el procedimiento alternativo que habíamos decidido usar por los problemas del ajuste del hardware del satélite. Una vez cometido el error no había manera de volver atrás, así que tuve que inventarme una serie de procedimientos durante el vuelo para continuar maniobrando. No podría decir que sentí pánico al darme cuenta de lo que había pasado, pero mi cerebro tuvo que trabajar muy rápidamente para elaborar un nuevo plan.
P. Tuvieron problemas con la luz del Sol que les deslumbraba, ¿no?
R. En la maniobra anterior, mi compañero acopló otro satélite con la MMU y se encontró a sí mismo mirando directamente al Sol durante la fase crítica de aproximación. Se acopló con éxito y más tarde me contó las dificultades que había pasado. Durante mi vuelo, me di cuenta de que con el ángulo de aproximación adecuado, el morro del transbordador bloquearía los rayos del sol de mi vista. Así que seguí esa trayectoria de vuelo y no tuve problemas. Pero ¡gracias a Joe!
P. Después de su misión, la NASA decidió cancelar cualquier otro vuelo con vehículos autónomos (MMU) y sin anclaje a la nave. Se dice que se asustaron al ver sus imágenes…
R. No. Tras seis vuelos con la unidad de propulsión de nitrógeno (MMU) durante el programa (el mío fue el último), la NASA y los astronautas estábamos entusiasmados respecto a sus capacidades. La decisión se tomó por el cambio de programa tras el accidente del Challenger, y esas modificaciones implicaban que el MMU ya no se necesitaba. Después, la NASA decidió que el transbordador no volvería a ser utilizado como vehículo lanzadera o nave de mantenimiento de satélites. Dado que el principal propósito de la MMU era servir para trabajar con satélites, la NASA decidió retirarlo.
P. Después de todos estos años, cuando se ve a sí mismo en los vídeos, en medio de la nada, ¿qué sensación tiene?
R. Algunas veces, cuando miro alguna foto o vídeo, mi primera reacción es pensar que estoy mirando a otra persona, otro astronauta que no soy yo. Fue una experiencia tan magnífica que a menudo me cuesta creer que yo tuviera tanta suerte como para formar parte de aquella misión y del programa Shuttle. Los astronautas no somos los mejores contando nuestros sentimientos y experiencias, ni hablando ni escribiendo. Se ha sugerido que algún día suba al espacio un escritor o un poeta, alguien con más capacidad para capturar en palabras los aspectos subjetivos y extremadamente importantes del vuelo espacial. Y no es una mala idea.
P. Comentaba antes que hubo un momento en que pudo contemplar el espacio y relajarse…
R. Sí, tras acoplarme al satélite y por el retraso que sufrió el transbordador para acercarse, solo podía esperar. Apagué los propulsores y me relajé. Sin buscarlo, me coloqué en una posición en la que no veía ni la Tierra ni el Discovery, solo el espacio. Con la radio de mi traje podía escuchar a mis compañeros y a los amigos de Houston hablando entre ellos. Mientras ponía estas conversaciones en segundo plano, tuve la impresión de que solo hacía falta un pequeño salto de imaginación para pensar que ahora estaba solo en el cosmos.Esta sensación no era desconcertante, sino relajante, y puedo recordarme tratando de averiguar la razón. Al principio pensé que era resultado de haber completado una tarea difícil, combinado con la certeza de que el transbordador estaba realmente en algún lugar allí detrás y vendría por mí.
Pero de alguna manera sabía que esa no era la respuesta, como tampoco lo era algo espiritual ni religioso. La explicación que parecía encajar mejor es que no estaba en un sitio extraño ni prohibido en absoluto, sino en un lugar en el que yo estaba destinado a estar. Somos aventureros, y el espacio es solo el siguiente lugar que los seres humanos debemos explorar.
Redacción QUO