Querría Tutankamón que se hablase del tamaño de su pene? ¿Le importaría que en los corrillos científicos, primero, y en los periódicos, después, se revelara que su madre era también su hermanastra? El tipo de datos íntimos que se divulgan al estudiar las momias ha llevado a algunos científicos a hacerse estas preguntas. Y a otros, a lanzarlas al público:
“La ética es uno de los asuntos más importantes en la bio-medicina moderna. Las directrices éticas y la conciencia social existen para las muestras de tejido actuales, pero en el caso de la investigación en momias están ausentes”. Así comienza el artículo escrito por el Dr. Frank J. Rühli, director del Swiss Mummy Project (Proyecto de Momias Suizo) y por la especialista en Ética de la Universidad de Zúrich Ina Kaufmann, publicado bajo el titulo de ¿Sin informe de consentimiento? La ética y la investigación en momias.
Un ejemplo: en febrero fueron presentados el padre y la abuela de Tutankamón en el Museo Egipcio de El Cairo, pero quién es su madre sigue siendo un misterio. Se sabe que su padre fue Akenatón, quien reinó, más o menos, entre 1345 y 1327 a. C., y su abuela la reina Tiye, esposa de Amenhotep III. Pero de la madre se ignora casi todo. “Excepto que era hija de Amenhotep III y no puede ser Nefertiti”, asegura Zahi Hawass, director del Consejo Supremo de Antigüedades de Egipto. Los análisis de ADN realizados a distintas momias demostraron que una de las cinco hijas que Amenhotep III tuvo con la reina Tiye fue la madre de Tutankamón.
En una reciente visita a Madrid, Hawass nos confirma: “En los próximos meses podremos identificar a su madre, y también resolver los secretos sobre Nefertiti”.
Los líos de las familias reales
¿Es una cuestión de importancia científica que en tiempos ancestrales un padre haya tenido relaciones con su hija? La verdad, no. Desde Suiza, es el propio Frank Rühli quien lo confirma en un diálogo telefónico que mantuvimos con él: “En el Antiguo Egipto, la practica de tener relaciones con algún familiar era algo necesario para conservar la dinastía. Y era algo normal. Hoy, quizá no sería siquiera legal este tipo de práctica”. En algún punto de nuestra propia genealogía sucedió lo mismo. Si retrocediéramos 64 generaciones, al Imperio Romano, los responsables directos de tu nacimiento, sin hablar de tíos, primos y demás abolengo, serían un trillón de padres y madres. Más de las personas que han vivido desde que nos hemos convertido en Homo sapiens . ¿Algo falla, no? El incesto es matemáticamente evidente. Por lo tanto, no debería haber ningún interés científico para que esta información se sepa, ya que salta a la vista por sí sola.
El derecho a un más allá digno
Para Rühli, no tiene que ver con la ciencia, sino con la ética. “Soy un investigador de momias y creo que debería haber un tratamiento ético consensuado; y quizá se debería tener en cuenta a la hora de investigar y dar a conocer públicamente los hallazgos. En cada país hay distintos estándares, no digo que el mío sea mejor. Lo importante es cómo divulgamos los conocimientos íntimos que adquirimos por medio de la investigación.”
El Dr. Carsten Pusch es científico de la Universidad de Tubinga (Alemania) y miembro destacado del equipo del Dr. Hawass en el trabajo de los nuevos hallazgos sobre el ADN de Tutankamón. Aprovechando su visita a Madrid, le preguntamos si conoce el trabajo de Rühli y le pedimos su opinión sobre la necesidad de preservar la intimidad de las momias. Pusch, asintiendo con la cabeza, confiesa: “Conozco a Rühli; de hecho, es amigo mío. Pero creo que en esta cuestión se equivoca totalmente. En realidad, el trabajo que acaba de presentar no es más que una referencia a otros artículos previos. Lo habrá hecho para obtener publicidad. De otro modo, no se entiende”. Y añade: “En nuestro caso, quien da el visto bueno para investigar una momia es Hawass. Es él quien decide si eres merecedor de ese privilegio. Y lo hace contemplando todas las variables, incluso la ética. Fundamentalmente, la ética”, se corrige.
Pero, ¿solo los científicos hablan de la ética al estudiar o exhibir momias? En absoluto. También lo hacen el público y los centros de divulgación.
El Museo de Manchester , por ejemplo, se enfrentó en 2008 a una serie de quejas relacionadas con la exhibición de tres momias egipcias. Una de ellas era la de Asru, una sacerdotisa del templo de Amón, en Karnak, que vivió hace unos 3.000 años.
En las primeras semanas de la muestra, su cuerpo fue exhibido desnudo. Pero el Museo recibió varias quejas relacionadas con el hecho de que no se respetaba la dignidad y la “humanidad” de los antiguos egipcios.
Un equipo de siete profesionales de distintos campos, conocidos como el Panel de Restos Humanos (Human Remains Panel), deliberó y decidió cubrir la momia con unas sábanas. A partir de ese momento, las quejas de los visitantes y de la prensa se dispararon. Más de 150 personas fueron consultadas, y el 85% pedía que las momias fueran descubiertas.
Tapadita estás mejor
Karen Exell es la comisaria del Museo de Manchester. Allí se creó el primer banco de tejido de momias del mundo. Exell parece estar al tanto del trabajo de Rühli, y en Quo aprovechamos para preguntarle su opinión sobre el tratamiento que deben recibir las momias. Su respuesta es diplomáticamente esclarecedora.
“El método para exhibir restos humanos egipcios”, nos responde, “está sujeto a un debate candente en todos los museos del mundo. El de Manchester se sitúa al frente de la discusión.”
Al preguntarle cómo lidian en su museo con esta polémica, Exell es muy clara: “La definición de respeto debe ser contextualizada cultural y temporalmente, y puede ser diferente para una persona y para otra. En relación con la exhibición de Asru, buscamos asegurar que las creencias culturales de los antiguos egipcios (en este caso en particular) y también las de nuestros visitantes se tengan en cuenta tanto como sea posible”. La respuesta final del Museo de Manchester en el Asrugate fue cubrir la momia, pero dejar que se le vieran los pies, las manos y la cara, tal como sucede en muchos museos egipcios.
Juan de la Torre Suárez es el presidente de la Asociación Andaluza de Egiptología y ha publicado varios trabajos relacionados con la genealogía de Tutankamón. Cuando hablamos con él acerca del trabajo de Rühli, parecía no tener dudas: “Tendemos a respetar la memoria de nuestros difuntos, y si un cuerpo tiene valor científico, hay que estudiarlo con todo el respeto del mundo. Pero no deja de ser un cadáver que nos puede aportar una valiosa información.”
Vale, es verdad que ahora es un cadáver, pero en algún momento, para su pueblo fue la personificación de una diosa, fue una princesa, y ese pueblo puede seguir viéndola así. ¿No habría que valorar eso también?
“Una vez fue una persona viva”, confirma De la Torre Suárez, “pero ahora no es ni una cosa ni la otra, así que veamos si de una vez respetamos nuestras propias creencias o terminamos por creérnoslas de verdad y afrontamos este tema con la mayor madurez intelectual que se supone a personas del siglo XXI. No somos los antiguos egipcios, que consideraban esencial preservar el cuerpo para la vida eterna.”
El descanso ¿Eterno?
Cuando a Zahi Hawass le preguntamos sobre las ideas de Rühli, se piensa un rato la respuesta. Sonríe y al final nos dice: “¿Ética en la investigación sobre momias? Estoy al tanto de lo que ha respondido el doctor Pusch. Y si él lo ha dicho, por algo será, ¿no?” Después, se aleja con un guiño.
Las momias egipcias no son las únicas que han creado alguna fricción entre los investigadores y sus descendientes, o con el público. Los recuadros de este reportaje recorren varias culturas que dan ejemplo de ello. La información cultural, histórica o médica que obtenemos ya merecen un tratamiento cuidadoso.
Y es que, al final, como nos asegura De la Torre Suárez: “Realmente, lo más que le pedimos a esa momia, para no perderle el respeto del todo, es que no se levante y se ponga a andar”.