Olvídate de la tabla de multiplicar del siete, porque utilizarla para calcular la edad “humana” de tu perro no tiene ninguna base científica. Según Geoffrey West, investigador del Instituto de Santa Fe en Estados Unidos, todos (los canarios también) venimos al mundo con un número máximo de latidos cardíacos. Cuando se produce la última sístole y diástole, se acaba la bonita historia al igual que ocurre con las campanadas de medianoche y Cenicienta. Según West, la media de latidos en los mamíferos es de 1.000 millones a lo largo de su vida. En el ser humano puede sobrepasar los 2.000 millones, y en los perros… bueno, en los perros el cálculo no es tan sencillo por la variedad de razas y tamaños. Es uno de los seres vivos que disfrutan de mayor diversidad, y las conjeturas sobre su esperanza de vida están sujetas a diversos factores: el peso del animal, los cuidados, la actividad que realiza… Max Kleiber, un biólogo suizo de los años treinta, ya relacionó la masa corporal y el metabolismo. Para este científico: “El total de energía consumida por unidad de peso es proporcional a la masa del animal elevado a la potencia ¾. Al tratarse de una potencia menor de 1, cuanto mayor es el animal, menor es su consumo energético relativo”. Las teorías de Kleiber, sin embargo, levantaron y aún levantan hoy la polémica.
Los perros pequeños suelen vivir más que los de mayor tamaño. La edad de un can se calcula gracias a un índice para cada raza
“No creo que haya una relación muy directa entre el ritmo cardíaco y la longevidad”, opina Miguel Ibáñez Talegón, doctor en Veterinaria y profesor de Etología Animal en la Universidad Complutense. La frecuencia cardíaca está relacionada con la masa que es necesario mover. El corazón es una bomba muy especializada que debe tener la fuerza y la potencia suficientes para impulsar la sangre. También hay otros factores, como las arterias y su movimiento peristal. No, no creo que el corazón tenga que ver con la edad ni con el hecho de que lata más o menos despacio. Lo hace en función del ejercicio que realiza el animal. Si es viejo, lo hará más despacio porque su movimiento no será tan rápido ni tan fuerte como el de un perro más joven”.
¿Cómo saber, entonces, cuánto va a vivir nuestra mascota? “Depende del ojo experimentado del evaluador”, sostiene Ibáñez Talegón. “Uno de los aspectos más determinantes es el sistema dental. Lo primero que hay que averiguar es si son dientes de leche o definitivos. Y tanto en uno como en otro caso, el desgaste que se ha producido. Las piezas dentales tienen forma de flor de lis. Conforme va pasando el tiempo, se van limando y quedándose rectas”. Esta es una de las formas que más se utiliza en veterinaria para calcular la edad. Pero también hay una serie de signos externos que nos indican sus años: la adopción de posturas por comodidad, por deformación, por la edad que va avanzando, la aparición de canas… El pelo se hace más seco y escaso con el tiempo, sobre todo en el abdomen, debido a la menor actividad de las glándulas de la piel. Aparecen los tumores cutáneos. Tampoco son extraños los callos en las corvas y en los codos, ni la sordera, ni la ceguera. La mayoría de los ejemplares viejos termina teniendo cataratas. Hay una pérdida acusada de la masa muscular y los sistemas digestivo, cardiovascular y respiratorio empiezan a presentar alteraciones. “Pero, claro, estos indicadores son muy evidentes cuando el animal es ya muy mayor”, expone Ibáñez Talegón, también director del Centro de Medicina del Comportamiento Animal. “Para un perro con una edad comprendida entre los 3 y 6-7 años, prácticamente no hay ningún signo externo que nos dé información sobre su edad. Los datos son tan sutiles, que es muy difícil evaluar”.
La relación 7:1 para saber la edad ‘humana’ de un perro no tiene base científica. Apareció por primera vez en un libro de matemáticas de los 60
Kate Creevy y Daniel Promislow, investigadores de la Universidad de Georgia, sí han encontrado algunos aspectos reveladores en función del tipo de raza. Tras examinar 75.000 perros, obtuvieron interesantes datos sobre la longevidad y los factores de enfermedad en más de ochenta razas. Según sus trabajos, publicados en Journal of Veterinary Internal Medicine, los animales de razas pequeñas son más longevos que los de mayor tamaño. “Normalmente, si se comparan diferentes especies de mamíferos, se puede comprobar que los más grandes viven más que los de menos peso. La esperanza de vida de un elefante es mayor que la de un chimpancé”, expone a modo de ejemplo Promislow. “En los perros, sin embargo, ocurre lo contrario: los pequeños viven más”.
Estos genetistas basan sus afirmaciones en el riesgo de enfermedades de unos y otros. En los “perros-juguete”, como el chihuahua y el maltés, las enfermedades cardiovasculares suponen el 19 y 21%, respectivamente, del total de las patologías, mientras que en el golden retriever y el boxer el peligro está en el cáncer, que para los primeros supone el cincuenta por ciento de las muertes, y para el segundo, el 44%.
En la mortalidad de las razas más grandes hay una presencia muy importante de las enfermedades musculoesqueléticas y gastrointestinales. En las pequeñas, de las metabólicas tipo diabetes.
Las células de un animal tienen su muerte programada; las del tejido muscular tres años, y siete las del hígado. A partir de ahí, se renuevan
Contrastando los datos obtenidos con el genoma del perro que fue mapeado por primera vez en 2003, Promislow y Creevy, crearon un esquema de enfermedades caninas que se espera contribuya también a la investigación en seres humanos, debido a la gran similitud entre ambos genomas. ¿Quiere esto decir que se va a poder determinar de antemano la longevidad de una especie, que existe un determinismo genético y cardíaco? “La muerte celular programada, o apoptosis, es una realidad. Las células están diseñadas para durar un tiempo determinado, pero dentro del animal. Las del tejido muscular, por ejemplo, se renuevan cada tres años. Las del hígado, cada siete. Eso no es lo mismo que la apoptosis definitiva y que podamos aventurarnos a determinar la duración de un ejemplar”, aclara el doctor Ibánez Talegón.
Hay animales que viven tres años, y otros 80. Repartir el ciclo vital durante ese período determina que la juventud de cada uno de ellos se produzca apenas unos meses después de nacer o cuando ya han pasado unos años. En los perros, la multiplicación celular en los primeros meses es altísima, y su incidencia en el cálculo de la edad muy elevada a la hora de intentar comparar sus años con los de un ser humano. Un perro con 24 meses de vida está en su adolescencia, mientras que un humano que ha nacido a la vez apenas ha superado su etapa de lactancia.
Poco o nada que ver, por tanto, con el famoso aserto de multiplicar por siete. El único vínculo que tiene con la ciencia es que se utilizó como ejemplo en un libro de matemáticas de los años 60 para que los escolares realizaran multiplicaciones. Una buena idea para memorizar la tabla del siete, pero bastante mala para averiguar la edad de un perro.