Desde el año 2000 a. de C. utilizamos filtros que nos protegen de partículas tóxicas presentes en el agua o en los gases que inhalamos. Hipócrates, conocido como el padre de la medicina, ya en el siglo IV a. de C. aconsejaba hervir el agua y filtrarla con tela antes de consumirla. Leonardo da Vinci, hace 500 años, ideó un sistema de tejidos hilados muy finos para proteger a los marineros de posibles tóxicos lanzados por los enemigos.
Hoy, el material purificante más empleado en diversos procesos de filtración es el carbón activado, un material estable, inerte y extremadamente poroso. Lo encontrarás en sistemas de filtrado de agua, de aire, de gases de vehículos, etc. Se consigue activándolo para hacerlo poroso y ampliar así su capacidad de absorción.
Las materias primas más usadas son maderas poco duras (como la de pino), carbones minerales y cáscaras o huesos de vegetales, como la del coco. Se activan mediante un proceso de vaporización a 920 ºC. Así se crea una matriz de microporos, lo que permite capturar partículas muy pequeñas de elementos nocivos como el benzeno, el acetaldeído, el acrilonitrilo o el formaldehído en flujos de agua, gas o humo.