Tienen un aspecto desagradable y una fama terrorífica. Pero, lejos de leyendas macabras, los murciélagos proporcionan muchos beneficios al planeta. Naciones Unidas lo sabe. Y por eso, su Programa para el Medio Ambiente (PNUMA) ha declarado 2011 como Año del Murciélago. Su objetivo no es solo preservar las 53 especies amenazadas de las casi 1.100 que existen, sino también resaltar sus aspectos positivos… Que los hay, y son realmente sorprendentes. Su mecánica de vuelo fascina a los científicos, porque los huesos de las alas se doblan y generan un efecto similar al rotor de un helicóptero; su habilidad para ahorrar energía durmiendo colgados subyuga a los biólogos; y la capacidad de dilatar la gestación hasta que haya un momento oportuno para el parto admira a los tocólogos. Pero también tienen un importante papel como polinizadores y transportadores de semillas, y debido a la excelente calidad de sus arterias, sirven de “conejillos de Indias” en el estudio de enfermedades como la arterioesclerosis.
Los murciélagos viven en todo el planeta, excepto en la Antártida, y pueden llegar a medir 1,8 m de punta a punta de las alas y pesar 1,5 kg. Y no, no son unos terribles asesinos que chupan la sangre a víctimas inocentes. O al menos, no todos. Solo tres especies, las tres de la familia Desmodontinae, practican la hematofagia. Son los vampiros, y no chupan ni absorben nada, sino que lamen la sangre de la herida que le practican a pequeños roedores y mamíferos más grandes. Eso sí, con cierta consideración: un anestésico en la saliva de los vampiros impide que la víctima sufra. La herida suele ser pequeña, y gracias a los anticoagulantes que aplican mediante el líquido salivar, no se tapona fácilmente. Con todo, es raro que la pérdida de sangre supere los 20 ml. Es la rabia el verdadero peligro, y no el morir desangrado.
Tienen su lado bueno
Hay especies que se alimentan de frutas, y también otras se inclinan por la carne y el pescado. Pero el plato preferido para el 70% de ellas son los insectos. Algunas colonias pueden llegar a comer toneladas, y gracias a su “buen apetito”, logran reducir el uso de pesticidas en las plantaciones agrícolas.
Para averiguar dónde están los bocados más sabrosos, estos mamíferos voladores utilizan su capacidad de ecolocación, algo así como un radar biológico. Su principio de funcionamiento se basa en emitir una serie de sonidos que, al rebotar sobre los objetos, les ayudan a detectar a qué distancia se encuentra la presa, su tamaño, etc. O sea, un radar de serie que se une a su importante papel transportando semillas y resignándose a participar en ensayos científicos. ¿Te siguen cayendo mal?