Mientras la Tierra recibe la visita de un asteroide de unos 10 m de longitud por década, el impacto de este tipo de cuerpos celestes contra Júpiter tiene lugar unas dos veces al mes. Según publica en de la revista especializada Astrophysical Journal Letters, un equipo internacional de astrónomos encabezado por Ricardo Hueso, de la Universidad del País Vasco, el potente campo gravitatorio de Júpiter atrae hacia sí muchos de los objetos que vagan por el Sistema Solar y que proceden de la formación del mismo, hace unos 4.500 millones de años.
De hecho, la primera pista de este fenómeno vino del astrónomo amateur Anthony Wesley, que contempló desde Australia un punto negro sobre la superficie de Júpiter en julio de 2009. La teoría lo atribuía a los restos de la explosión de un astro, que nadie había visto en directo. El 3 de junio de este año, Wesley tuvo más fortuna y pudo observar el destello provocado por el choque, un fenómeno del que aficionados japoneses volvían a ser testigos el 20 de agosto.
Alertados por estos hechos, los astrónomos profesionales comprobaron con telescopios como el Hubble que no habían dejado rastro en la atmósfera del planeta, lo que apuntaba al tamaño relativamente pequeño de los cuerpos. Según sus conclusiones, el del pasado 3 de junio viajaba a unos 70 km/s (250.000 km/hr) y liberó una cantidad de energía entre cinco y diez veces menor que la explosión de Tugunska (Rusia) de 1908. En aquella ocasión, un astro de entre 30 y 50 m de diámetro, de los llamados superbólidos, arrasó millones de árboles en esa zona de Siberia.
Pilar Gil Villar