Sin embargo, los avances tecnológicos y la irrupción de empresas privadas en el negocio espacial van arrojando una sombra cada vez más oscura sobre el espíritu universal y altruista. Basta con echar una ojeada a las páginas de internet en las que se ofrecen parcelas en la Luna. De Faramiñán asegura que, en este sentido, “las cosas están absolutamente claras: el espacio, sus órbitas y sus cuerpos celestes no se los puede apropiar ningún estado”.
Y como los tratados internacionales solo otorgan entidad jurídica en estos temas a los estados, tampoco ningún particular ni empresa. Otra cosa es la posibilidad de explotar los recursos del Universo. El catedrático afirma que este punto aún no está regulado, pero “se podría proceder como con los fondos marinos y oceá­nicos, a través de una institución internacional que luego sea la encargada de distribuir los beneficios”.
Por su parte, Frans von der Dunk, director de investigación en Derecho Espacial de la Universidad de Leiden (Holanda), apunta la posibilidad de que los distintos estados concedan permisos y controlen a sus respectivas empresas. De nuevo, como ocurre en alta mar: “Existiría el riesgo de que aparecieran banderas de conveniencia”, un fenómeno por el que las naves se registran en países con poca intención de hacer cumplir las leyes internacionales a sus “matriculados”.
Mientras tanto, si una empresa consiguiera ahora llegar a, digamos, un cometa y extraer de él minerales, “estos serían suyos”, dice von der Dunk. Lo interesante del momento que vivimos es que la tecnología obliga a acelerar el paso en la elaboración de normativas. Pero ese mismo avance tecnológico alimenta los intereses contrapuestos de los diversos países, y sus luchas de poder suponen un freno pesadísimo a las decisiones de la ONU. “El procedimiento que se sigue hoy consiste en intentar elaborar normas orientativas en un ámbito informal y esperar que algún día se conviertan en leyes vinculantes”, revela el especialista holandés.

Paz en las alturas
Un sistema que sorprende tanto como la interpretación de algunas directrices existentes; por ejemplo, el uso pacífico de la exploración espacial. Todos los textos elaborados hasta ahora insisten en él, pero permiten la existencia de armas, siempre que no sean nucleares, y la presencia militar. Ulrike Bohlmann, del Departamento Legal de la ESA, cita las pruebas antimisiles llevadas a cabo por China el pasado año. “En realidad, están probando armas y ocasionando basura espacial, pero se considera uso pacífico”, comenta. Lo que da un toque algo marciano al asunto.

Redacción QUO