Se sabe que a los elefantes africanos les encanta bañarse, echarse agua y regodearse en el barro, pero estos comportamientos no son solo por diversión. De hecho, los elefantes africanos carecen de las glándulas que permiten a muchos otros mamíferos mantener su piel húmeda y flexible. Además, debido a su enorme tamaño corporal y su hábitat cálido y seco, los elefantes africanos pueden evitar el sobrecalentamiento solo mediante la pérdida de calorías a través de la evaporación del agua que recolectan en y sobre su piel. Al cubrirse con barro, los elefantes también evitan los ataques de parásitos y la exposición excesiva de su piel a las radiaciones solares.
Una inspección muy minuciosa de la piel del elefante africano indica que, además de su características arrugas, la piel está profundamente esculpida por una intrincada red de minúsculas grietas interconectadas. Este patrón de millones de canales previene el desprendimiento del barro aplicado y permite la dispersión y retención de 5 a 10 veces más agua que en una superficie plana.
Al retener el agua y el barro, estos canales ayudan a los elefantes a regular la temperatura de su cuerpo y proteger su piel contra los parásitos y la intensa radiación solar.
Un equipo de investigadores de la Universidad de Ginebra (UNIGE), liderados por Michel Milinkovitch, señalan en Nature Communications que estos canales en la piel del elefante son verdaderas fracturas de la capa exterior de la pie. Los científicos muestran que la piel hiperqueratinizada del elefante crece en una red de elevaciones milimétricas, causando su fractura debido al estrés mecánico local de flexión: los movimientos de estos animales generan las fracturas.
Sorprendentemente, el equipo suizo muestra fuertes similitudes entre la morfología normal de la piel de los elefantes africanos y la de los humanos afectados por ictiosis vulgaris, un trastorno genético común (que afecta a aproximadamente 1 de cada 250 personas) y produce descamación de la piel. Si el hallazgo se valida mediante comparaciones detalladas de biología molecular y celular, esta equivalencia establecería un vínculo notable entre una condición patológica humana y la piel de una especie icónica de paquidérmico.
“Esta correspondencia también demostraría que mutaciones similares que ocurrieron independientemente en los linajes evolutivos de humanos y elefantes resultaron ser desfavorables en la primera y adaptativas en la segunda”, concluye Milinkovitch.