En 2013, la Organización para la Prohibición de Armas Químicas (OPCW, por sus siglas en inglés) recibió el Premio Nobel de la Paz por su esfuerzo para eliminar muchas de las reservas de armas químicas declaradas en todo el mundo.
Desde entonces, los desafíos han cambiado y ahora los expertos se enfrentan a nuevas estrategias. El 19 de noviembre, se celebrará una nueva cumbre del grupo OPCW y el experto Michael Crowley, ha liderado un equipo que pone sobre la mesa los nuevos problemas a los que se enfrenta la comunidad científica en un momento de rápido desarrollo en el que la definición de conflicto armado está cambiando, y en el que el entorno de seguridad internacional es inestable.
En un estudio publicado en Science, los autores ofrecen recomendaciones para garantizar la prohibición continua de las armas químicas. El equipo de Crowley argumenta que, a pesar de las diferencias políticas entre los asistentes a la mencionada reunión, ciertas cuestiones científicas deben abordarse, y acordarse, a fin de prevenir el resurgimiento de las armas químicas.
Según los autores, los riesgos asociados con los químicos tóxicos y su uso potencial como armas es cada vez más ambiguo. Por ejemplo la diferencia entre químicos tóxicos no letales o incapacitantes.
Actualmente, la Convención de Armas Químicas (CWC por sus siglas en inglés) permite el uso de algunos de estos compuestos, conocidos como ICA, que pueden ser letales en altas dosis. La idea del equipo de Crowley es llegar a una determinación sobre si el desarrollo y uso de armas de ICA se deben prohibir o si deben estar permitidas pero severamente restringidas. Además, los nuevos tipos de procesos de producción química, como la biofabricación, deben evaluarse e incluirse en las estrategias nacionales de verificación de armas.
Juan Scaliter