«Todo sería malo», dice Mark Hammergren, astrónomo del Adler Planetarium de Chicago, empezando por el intento de recogerla. Las estrellas enanas blancas son bastante comunes en el universo, pero la más cercana se encuentra a 8,6 años luz.

Supongamos, aún así, que hemos pasado 8,6 años en nuestro veloz coche, y que el calor y las radiaciones que emanan de la estrella no nos han matado en la maniobra de aproximación. Las enanas blancas son extremadamente densas, y la gravedad es 100.000 veces mayor que la de la Tierra. «Tendrías que conseguir tu muestra -algo realmente difícil- sin caer en su superficie y ser convertido en plasma», dice Hammergren. Y aún así, las altas presiones harían que los átomos de hidrógeno de tu cuerpo se transformasen en Helio. (Este tipo de reacción es la que desencadena la explosión de una bomba de hidrógeno).

Y ahora tendrías que preocuparte si la liberases de su confinamiento, donde se halla en condiciones de superdensidad y altas presiones. El entorno terrestre, de presión relativamente baja, haría que se expandiera de forma explosiva. Si no te estallase en plena cara (o la vaporizase directamente, puesto que la temperatura podría alcanzar entre 5.500 y 55.500) y consiguieras que llegase a la mesa, el problema sería ingerirla: una cucharadita podría llegar a pesar 4.500 kilos. «Una vez en la boca, caería a plomo por el cuerpo, excavaría un túnel en tus tripas, saldría por la zona de evacuación, y excavaría un nuevo agujero en dirección al centro de la Tierra», asegura Hammergreen. «La buena noticia es que no sería lo suficientemente densa para generar un campo gravitacional tan potente que podría desgarrar tu cuerpo desde dentro».

Redacción QUO