Si se trata de un virus especialmente contagioso, se extendería por el planeta en cuestión de un año. «Si se iniciara en Nueva York, se detectaría en Londres en tan solo una semana», asegura Ira Longini, bioestadística de la Universidad de Washington y del Centro de Investigación del Cáncer Fred Hutchinson de Seattle, quien utiliza modelos informáticos para analizar la velocidad de propagación de quien utiliza modelos informáticos para analizar la velocidad de propagación de los virus. «Y desde allí, viajaría rápidamente al resto de Norteamérica y Europa». Para que las predicciones por ordenador de Longini se hicieran realidad, deberían darse ciertas condiciones.
Primero, debería tratarse de un virus de la gripe. Como bien saben los que la han sufrido alguna vez, afecta al tracto respiratorio, y la tos y los estornudos asociados facilitan su contagio en un radio de 0,9 metros. Segundo, el virus debería originarse en una gran ciudad con mucho tráfico aeroportuario, provocando así la pérdida del rastro del megamicrobio, dice Andrew Pekosz, virólogo e inmunólogo de la Universidad Johns Hopkins. La idea parece aterrarle. «Con tales síntomas generalizados, andaríamos a la búsqueda constante de la cepa originaria, pero sin ser realmente capaces de interrumpir su propagación».
Redacción QUO
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