Los brutales asesinatos cometidos por los terroristas del Estado Islámico (y no nos referimos solo a los antentados de París, sino también a esas sádicas ejecuciones grabadas en vídeo) están causando conmoción. Pero esta conmoción no es algo que nos pille de nuevas. Ya en los años 40, el mundo quedó traumatizado con el descubrimiento de las atrocidades cometidas por los nazis y, desde entonces, no han faltado genocidios y matanzas para provocarnos una mueca de horror. Ruanda, Sbrenica… Pero, una vez pasado el primer impacto causado por esos brutales sucesos, surge la gran pregunta. ¿Cómo es posible que personas aparentemente normales puedan llegar a cometer crímenes tan terribles?
Durante mucho tiempo se ha sucumbido a la tentación de creer que nuestros más primitivos instintos, que lo menos evolucionado de nuestro cerebro, lo más atávico de nuestra naturaleza, en definitiva, tomaba el control de la persona y se apoderaba de ella. Pero, las nuevas corrientes de la investigación neurológica sugieren que la verdad tal vez no se encuentre en esa dirección. Fue en 1996 cuando Itzhak Fried, neurobiólogo de la Universidad de California, comenzó a dar forma a la teoría del llamado Síndrome E. Un año más tarde, en 1997, publicó el primer estudio sobre el tema, sugiriendo que el hecho de que personas aparentemente normales llegarana convertirse en asesinos sistemáticos se debía a una fractura cognitiva provocada por una desconexión entre una determinada área del cerebro, la corteza prefrontal, y aquellas otras dedicadas a gestionar las emociones, la empatía…
«El Síndrome E no debe confundirse con el comportamiento los llamados asesinos en serie. Estos últimos son una parte muy pequeña de la población, y suelen tener un historial de psicopatología», explicó Fried. «Tampoco debería confundirse con las manifestaciones que aparecen normalmente en tiempo de guerra, en combate».
Fried elaboró además una serie de siete síntomas o rasgos (Las siete marcas del mal, las llamó él) para distiguir a las personas supuestamente afectadas por este síndrome.
-Sienten la necesidad de repetir los actos de violencia. Se conviertenen en agresivos compulsivos y raramente perdonan la vida a sus víctimas.
-Manifiestan ideas obsesivas que, frecuentemente, van dirigidas contra un grupo minoritario. A menudo utilizan metáforas como «la limpieza», para justificar su violencia.
-Tienen una nula reacción afectiva, y los asesinatos que cometen no les alteran emocionalmente.
-En las primeras fases del síndrome, el individuo se acostumbra rápidamente a los actos de violencia.
– Saben separar sus actos criminales de otras facetas de su vida, como la familiar.
– Tienen una gran dependencia del entorno y sienten una obediencia casi ciega a una autoridad superior.
– Es un comportamiento grupal y no individual. El entorno del grupo refuerza el síndrome y facilita su propagación.
Pero la hipótesis del Síndrome E no seduce a todos los investigadores. Por ejemplo, Stephen Reicher, de la Universidad de Saint Andrews, en Gran Bretaña, explica que: «El problema con el llamado Síndrome E es que divide el mundo entre ellos y nosotros, y sugiere la idea de que solo las personas con mentes defectuosas son capaces de convertirse en máquinas asesinas. Pero es cierto que la teoría tiene ideas sugerentes, como la de considerar estos comportamientos como algo contagioso». Reichert cree que la clave de todo puede estar en el contexto: «Hay que tener en cuenta cómo se valoran las personas a sí mismas, y como valoran su pertenencia a un determinado grupo, en la importancia que le dan a quienes representan o ejercen la autoridad, y con qué criterios juzgan a las personas del exterior, a las que son ajenas a ese grupo».
En una líneas similar se pronuncia la neuróloga Julie Grèzes, para quien es de gran importancia estudiar los criterios con los que se al «otro», a quien está fuera de un determinado grupo. «Es habitual sentir menos empatía por las personas ajenas a nuestra comunidad y, en ocasiones, se llega a deshumanizarlas», explica.
Lo cierto es que, con Síndrome E o sin él, la ciencia trata de buscar una explicación a por qué algunos seres humanos acaban convirtiéndose en seres despiadados y en asesinos monstruosos.
Redacción QUO