Las abejas no ganan para sustos. Si no tenían suficiente con la terrible pérdida de población que les hemos ocasionado los seres humanos, ahora los ácaros y los virus parecen haber firmado un pacto para llevar a cabo un malévolo plan: exterminar a las abejas.

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Esta ‘guerra’ pilla en un mal momento a los antófilos, que han visto como sus colonias han sido devastadas durante la última década reduciendo dramáticamente su población. Quitando la buena parte de culpa que tenemos los humanos, otro de los responsables de este abejicidio ha sido una temible coalición de villanos: un ácaro parásito conocido como Varroa destructor (su nombre lo dice todo) y el cruel virus que transmite.

Según explican los investigadores italianos responsables del estudio en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences, el parásito y su acompañante patógeno son en realidad un par de vampiros que llevan años chupándole la sangre a las abejas al más puro estilo garrapata (de hecho se parece bastante com podéis ver en la imagen).

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Por si esto no fuese ya suficientemente cruel, una vez les han hincado el diente aprovechan y contagian a las larvas y abejas adultas la varroasis, una enfermedad que produce daños tales como: abdomen de menor tamaño y deforme, alas deformadas y hasta ausencia de las mismas. Como podéis suponer, este virus deja a las abejas completamente minusválidas y su longevidad desciende de forma drástica.

El gran problema viene en que, tanto los ácaros como sus crías, se alimentan de la sangre de las abejas incluso cuando estas están en el estado de pupa. Esto ayuda a que el virus se propague y ataque ferozmente el sistema inmunológico de sus víctimas manipulando su NF-kB, un complejo proteico que controla la transcripción del ADN.

Una vez han confirmado esto, a los científicos les quedan muchas preguntas. La principal es: ¿cómo se ha producido esta temible asociación de villanos?

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La labor de los científicos es ahora establecer qué tipo de situación simbiótica mantienen estos individuos. Como sabrás, bichejos, plantas y animales de distintas especies pueden asociarse con distintos fines. Por un lado, existe la relación de mutualismo, que es por la que apuestan los científicos, donde hay beneficio para los seres que la establecen, siendo estos de diferentes especies. Un buen ejemplo son los líquenes, una coalición entre un alga y un hongo.

Otras relaciones posibles son de comensalismo, donde solo hay beneficio para uno de los seres; el inquilinismo, donde una especie busca la protección de otra; la tolerancia, en la que ni se benefician ni se perjudican; la foresia, en la que una especie transporta a otra sin ser parasitada beneficiándose del medio de transporte para conseguir alimento (por ejemplo, una lapa en la concha de un molusco)o la epibiosis, donde una especie vive encima de otra sin parasitarla (las orquídeas).

Además de determinar qué tipo de relación mantienen, los científicos también tratan de averiguar cuáles son sus implicaciones evolutivas.

Fuente: iflscience.com

Redacción QUO