Estas formas anómalas pueden ser llamadas fósiles vivientes: han resistido hasta hoy por haber vivido en las regiones confinadas y por haber estado expuestos a competencia menos variada y, por consiguiente, menos severa”. Así se expresaba Charles Darwin, en El origen de las especies, acerca de aquellos animales vivos que se parecen a sus antepasados de hace millones de años.
“La definición de Darwin no era comprobable – explica, en un comunicado, uno de los autores del estudio Tom Stubbs –, pero utilizando métodos modernos hemos demostrado ahora que los fósiles vivientes deben exhibir tasas de evolución inusualmente lentas en comparación con sus parientes”.

El estudio, publicado en Paleontology, ha analizado el fósil viviente Sphenodon o tuatara, un reptil que habitó las islas principales de Nueva Zelanda, pero debido a la actividad humana terminó colonizando islas más pequeñas. Los tuataras no son lagartos, aunque comparte con ellos un antepasado que vivió unos 240 millones de años, y han sobrevivido como una línea evolutiva independiente durante todo ese tiempo. Los investigadores midieron los huesos de la mandíbula de los fósiles vinculados al tuatara y los compararon como evidencia de la adaptación dietética. También examinaron las tasas de evolución morfológica en el tuatara viviente y sus parientes fósiles extintos. Los resultados sirvieron para confirmar dos puntos clave: el tuatara ha mostrado una evolución muy lenta, como se esperaba, y lo importante es que su anatomía es muy estable a lo largo del tiempo.
«A muchos biólogos – añade otro de los autores del estudio, Mike Benton – no les gusta el término fósil viviente porque dicen que es demasiado vago, pero hemos presentado una forma clara y computacional de medir la tasa evolutiva y, lo que es más importante, descubrimos un segundo hecho sobre el tuatara vivo: sus adaptaciones no muestran grandes cambios respecto a sus familiares de hace más de 200 millones de años”.

Juan Scaliter