A menudo las primeras veces en ciencia vienen precedidas de miles de intentos y cientos de horas de trabajo para lograr algo que nadie había conseguido. Y este caso no es diferente. Al equipo la Universidad de Rockefeller, liderado por Daniel Kronauer, le tomó dos años y 10.000 intentos, pero lo consiguieron: han sido pioneros en modificar genéticamente unas hormigas (más precisamente las Ooceraea biroi). El avance es particularmente difícil al tratarse de insectos sociales: en estos caso el cambio de un genoma individual no resulta eficaz porque casi siempre la responsable de todos los huevos de la colonia es la reina. Modificar solo una hormiga hace que esta no sea aceptada por las demás que rápidamente notan la diferencia. Y, por si fuera poco, el ciclo de vida este tipo de insectos es prolongado y crean muchos descendientes con modificaciones genéticas ha sido imposible.

La respuesta a todos estos obstáculos la ha dado Kronauer: recurrir a CRISPR y a una hormiga que no cree en la monarquía: su colonia no tiene reina. Para multiplicarse, cada miembro de la colonia crea un clon de sí mismo. De modo que sería posible, que no sencillo, crear una colonia modificada genéticamente. Y el destinatario de la modificación fue el gen orco (de Odorant Receptor Coreceptor), encargado de un aspecto fundamental de estas hormigas: el olfativo. Las Ooceraea biroi se guían por el olfato y siguen senderos señalados por diferentes sustancias. Al anular este gen vital para el grupo, los autores del estudio publicado en BiorXiv y que aún no ha sido revisado por pares, especulaban que romperían la cohesión social. Dicho y hecho: la hormigas modificadas paseaban sin rumbo fijo entre las disciplinadas a las que no les habían anulado el mencionado gen. Pero hay más, ya que inhabilitar orco afecto también la cantidad de huevos que ponían (seis huevos por semana las “normales” y uno las modificadas) y redujo entre un hasta un 75% su esperanza de vida. Tampoco se manifestó una estructura, conocida como glomérulo (terminaciones nerviosas vinculadas al sentido del olfato) en el cerebro de aquellas a las que se les suprimió orco.
Este ha sido el primer paso para analizar la importancia genética del comportamiento social de algunos insectos, aseguran los autores en la revista Science.

Juan Scaliter