Un grupo de científicos liderados por Jean-Michel Claverie ha analizado muestras de tierra del permafrost siberiano en busca de los denominados virus zombis, que han estado latentes durante miles de años, y que podrían volver a la vida por el calentamiento global 

La industria del cine siente fascinación por las distopias y por los escenarios postapocalípticos, y muchas producciones cinematográficas o televisivas se basan en la posibilidad de que aparezcan de la nada microorganismos que ataquen, diezmen o directamente destruyan a la humanidad. Invariablemente, estos escenarios presentan un paisaje aterrador y un puñado de supervivientes que luchan contra mutantes, zombis, o contra otros supervivientes en un planeta arrasado.

La última de estas producciones es la serie The last of Us. Aunque tiene como protonista al hongo Cordyceps unilateralis y no a un virus, en su primera escena un científico plantea a la audiencia de un programa de televisión de 1968 qué pasaría si la temperatura del planeta «se elevase ligeramente».

Permafrost, la capa de suelo helada… pero no

La palabra permafrost viene del inglés, de permanent, permanente, y de frost, escarcha. Para que algo se considere permafrost, tiene que mantenerse helado durante dos años consecutivos. Además, la mayor parte está en el hemisferio norte, y suma casi un cuarto del suelo terrestre. Se concentra principalmente en la región del Ártico, en particular en Siberia, Alaska, partes de Canadá y en Groenlandia, aunque también lo hay en los Pirineos, por ejemplo.

El permafrost tiene dos capas, la capa superficial activa o mollisol, que alcanza un metro de profundidad y suele descongelarse, y el pergelisol, la capa helada más profunda, que puede alcanzar hasta 1.500 metros en el noreste de Siberia.

Permafrost

Permafrost

El doctor Jean-Michel Claverie explica en un artículo para ThinkGlobalHealth que, a pesar de la creencia popular de que el permafrost está congelado, «las regiones situadas al norte del Círculo Polar Ártico no son extensiones heladas cubiertas permanentemente de nieve», y en algunos puntos, «aunque la temperatura media anual no supera allí los -10°C, permanece por encima de cero de junio a septiembre, alcanzando ocasionalmente los 30°C.»

Las temperaturas veraniegas hacen que crezca cada año una cubierta vegetal en la capa activa, formada por una fauna diversa y un complejo sistema microbiano. En este ciclo, esta capa de materia viva se descompone y vuelve a congelarse. El suelo está permanentemente congelado, pero no cubierto de hielo o nieve.

Coctel explosivo: calentamiento global, permafrost y carbono

Estas características del permafrost que se habían mantenido estables a lo largo de 400.000 años en el Ártico ahora están cambiando. Durante el siglo XXI habrá un aumento medio de la temperatura terrestre de 1,5°C con respecto a la era preindustrial, pero es que el Ártico se calienta entre dos y tres veces más rápido que las regiones templadas.

El deshielo estival del mollisol alcanzará profundidades cada vez mayores y los acantilados de permafrost en las zonas costeras o fluviales se erosionarán más rápidamente. Esto aumentará la liberación y reactivación de microbios del permafrost, incluidos los antiguos del Pleistoceno tardío (de los últimos 100.000 años).

Además, la cantidad de carbono atrapado en el permafrost es aproximadamente el doble del que se encuentra en la atmósfera. Al perderse permafrost, la materia orgánica descompuesta se libera en forma de dióxido de carbono y metano, los dos principales gases de efecto invernadero, de manera que vuelve a contribuir al calentamiento global (que de nuevo contribuirá a la pérdida de permafrost).

A su vez, el deshielo ha hecho que la costa norte de Siberia sea más accesible por mar, de modo que la zona atrae cada vez a más empresas mineras, a la industria petrolera y a la de gas natural. Por un lado, estas industrias pueden acelerar la destrucción del permafrost, y por otro, aumentará lentamente la población de zonas hasta ahora poco habitadas. Esto podría incrementar el riesgo de diseminación de un potencial virus que afecte a los humanos.

Microorganismos que vuelven a la vida

Dos investigaciones de 2014 y 2015 de Jean Marie Claverie, ésta última en colaboración con su esposa, la doctora Chantal Abergel, ya “resucitaron” dos virus atrapados en el permafrost siberiano durante 30.000 años. De hecho, su trabajo dio pie a un nuevo campo de estudio de la biología evolutiva, la paleovirología.

Los dos virus descubiertos por estos estudios, Pithovirus sibericum y Mollivirus sibericum, son lo que se conoce como «virus gigantes», porque son tan grandes que se pueden ver bajo un microscopio normal.

Un nuevo estudio publicado en febrero de 2023 y liderado por Claverie revivió siete nuevos virus de amebas, desconocidos hasta ahora por la humanidad, pero que ahora han llegado al mundo exterior a causa del derretimiento del permafrost.

El equipo de Claverie analizó muestras de tierra tomadas del permafrost siberiano para ver si había partículas virales infecciosas en virus de casi 50.000 años. Los investigadores usaron amebas como cebo y los antiquísimos virus no tardaron en infectar dichas células de ameba cultivadas en laboratorio.

Por seguridad, los virus usados en estas investigaciones fueron cuidadosamente elegidos entre aquellos que no pueden atacar ni a humanos ni animales.

¿Nos tenemos que preocupar por los virus del permafrost?

El renacimiento de virus tan antiguos que infectan amebas sugiere que el deshielo del permafrost, ya sea por el calentamiento global o por la explotación industrial de las regiones circumpolares, podría suponer futuras amenazas para la salud humana o animal.

La idea tras estas investigaciones podría parecer alarmista, pero en 2016 un brote de Ántrax mató a miles de renos, enfermó a humanos, y llegó a matar a un niño en Yamalo Nenets, en la tundra siberiana. La ola de calor de ese año afectó al derretimiento del permafrost e hizo que se liberasen antiguas esporas del Bacillus anthracis, probablemente del cadáver congelado de algún reno infectado. Hacía 75 años que no había habido un brote, concretamente desde la última inmunización de renos.

La preocupación de Claverie es que no se tenga en cuenta su investigación más allá de una curiosidad, puesto que el permafrost es un inmenso reservorio, algo así como un globo de nieve en el que se encuentran encerrados microorganismos que la humanidad ha conocido y contra los que al menos puede luchar, y otros mucho más antiguos y que, como demuestra su estudio, pueden ser viables. Las consecuencias de que el globo se rompa y se libere su contenido podrían ser desastrosas.

REFERENCIAS

An update on eukaryotic viruses revived from ancient permafrost

In-depth study of Mollivirus sibericum, a new 30,000-y-old giant virus infecting Acanthamoeba

Reindeer Anthrax in the Russian Arctic, 2016: Climatic Determinants of the Outbreak and Vaccination Effectiveness

Thirty-thousand-year-old distant relative of giant icosahedral DNA viruses with a pandoravirus morphology

Zombie viruses from the Arctic