El caparazón de las chinches de mar está plagado de cientos de lentes invisibles compuestas de aragonita, un tipo de roca. Estas lentes se conectan en su base a células nerviosas sensibles a la luz. Lo que no se sabía era si esos ojos primitivos iban más allá de distinguir la claridad de la penumbra.
Daniel Speiser y Sönke Johnsen, de la Universidad Duke en Durham (EEUU), han despejado esa duda. Estos moluscos pueden distinguir los objetos con la sufiicente nitidez como para saber cuándo una sombra que se cierne sobre ellos la produce un depredador.
Además, consiguen ese grado de precisión tanto dentro como fuera del agua, a diferencia de lo que nos ocurre al resto de los seres vivos, adaptados especialmente a uno de los dos medios. Según explican los investigadores en Current Biology, esa habilidad tiene sentido, porque las chinches marinas habitan en zonas costeras afectadas por las mareas.
Pilar Gil Villar