La popular expresión ‘hay que tener ojos hasta en la nuca’ ya no es solo un dicho popular. Científicos de la Universidad de Tufts, uno de los principales centros de investigación privada de Estados Unidos, lo han convertido en un hecho, tanto que nuestras generaciones futuras podrían llegar a tener ojos en el brazo, el hombro o incluso en el trasero.

Los investigadores han demostrado por primera vez que los ojos trasplantados a otras partes del cuerpo de un animal vertebrado, lejos de la cabeza, pueden seguir viendo sin que exista una conexión neuronal directa con el cerebro. Según afirma el propio equipo de investigación, este descubrimiento abre la puerta a múltiples aplicaciones, especialmente en el campo de la medicina regenerativa, la investigación sensorial o la bioingeniería.

Conexión con la médula espinal

«Una de las cosas que nos ha revelado este estudio es que conectar un órgano sensorial tan complejo como el ojo a la médula espinal es suficiente para hacer posible la visión«, explica el doctor Michael Levin a Discovery News. «Así que no tienes que conectar el ojo directamente al cerebro».

El estudio publicado por Levin, profesor de biología y director del Centro de Biología Regenerativa y del Desarrollo de la Universidad de Tufts, y su colega el Dr. Douglas Blackiston en Journal of Experimental Biology, narra como el equipo de investigación norteamericano extirpó quirúrgicamente a los ojos a un renacuajo ‘donante’ y los injertó en la parte posterior de un renacuajo receptor. A este último le habían quitado los ojos naturales, de tal forma que solo contase con su nuevo y anómalo ojo en la cola, conectado con la médula espinal.

Y entonces llegó el momento de poner a prueba la visión del receptor gracias a un sistema de entrenamiento visual por ordenador. La cosa es sencilla. Metíeron al renacuajo en un tanque de agua con dos zonas, una iluminada en rojo y otra en azul, y empezaron a seguir sus movimientos con un sistema de ‘motion tracking’ (detección del movimiento). Cuando el animalillo se internaba en la zona roja le daban una ‘calambrazo’. En la zona azul podía nadar plácidamente. ¿Y qué sucedió? Que más del 19% de los renacuajos (sí, sí, probaron con varios) aprendía la lección y se alejaba del área roja. Su ojo en la nuca parecía estar funcionando.

Y esto… ¿para qué sirve?

«Este experimento es realmente interesante para la medicina regenerativa», dijo Levin refiriéndose a trastornos sensoriales como la ceguera. «Sugiere que la conexión con la médula espinal puede ser una modalidad adecuada y útil, mejor que tratar de conectar con el propio cerebro».

Sin embargo, Levin afirma que este descubrimiento no se limita únicamente a la posibilidad de reparar órganos sensoriales dañados, sino también a aumentar el número de ellos. «Es posible que alguien quiera aumentar su capacidad sensorial por encima de lo habitual» afirma. «Esto abre la puerta a que puedas conectar todo tipo de periféricos a tu cuerpo».

¿Cómo es posible?

Llegados a este punto, todos nos preguntamos la misma cosa: ¿y cómo es posible que haya una transferencia de datos si el órgano sensorial está únicamente conectado a la médula espinal?

«Imaginamos que la información que proviene de cualquier estructura sensorial – en cualquier parte del cuerpo – está etiquetada con algún tipo de identificador único«, dice Blackiston. «Así que la fuente de la información no es ni de lejos tan importante como aquello que siente el cerebro».

Para entender esto, Blackiston sugiere pensar en un televisor. Para que os hagáis una idea, «una tele entiende si la información es de audio o de vídeo y en función de ello la envía a los altavoces o a la pantalla«. «Es todo una misma señal, que va por un mismo conducto, hasta el el cerebro del televisor». Pues en nuestra cabeza podría suceder lo mismo.

Levin afirma que este estudio es parte de un esfuerzo mayor que está llevando a cabo su laboratorio con el afán de comprender la interacción que se produce entre el cerebro y la estructura cambiante del cuerpo.

Redacción QUO